Paquito el Güevero Continuación entoavía no se sabe cómo acabará el asunto, al Chivi l´ han citao en el Juzgao de Logrosán, en pasando la Velá, pa nombrarle Fiscal que le defienda; él está tan campante, sin ajunco ni caldeo alguno, mientras su abuela y su padre se afanan toas las mañanas en llevarle güevos frescos y perrunillas a Doña Idubiges. ¡Arreee burro!...Ya se distingue la chambra parda y el sombreo paja del agüelo, bregando con la bierna, y al padre con los costales…¡Concho!...el caldero….se me ha olviao,….otra vez,….y no se ve a nadie en la juente, …..pero ya no pueo volver porque m´ han visto. ¡Ya se ve Paquito,…que nos tíes transíos!..., ¿te habrá hechao tu aguela las zarrias?...que está el aire mu cambiante y el cielo emborregao, No m´ha dicho na de zarrias…¿esu qu´es?. Pos ya estás ajilando an ca tu tía Petra, a que t´empreste las zarrias…o nos queamos sin trigo con este aire….¡ajila,.. leñeee!…y no se te ocurra abrir el costal que se desgobiernan y no sirven pa na. Salió corriendo Paquito, y a mitad de camino se volvió a encontrar con el Chivi y el Damián, que a voces le preguntaron ¿A onde vas con tanta priesa?,.. ¡ni que hubieras visto una pantaruha?. ¡A por las zarrias pa mi agüeloooo!, contestó igualmente a voces Paquito, sin dejar de correr, mirando pa tras, sin entender por qué el Chivi y el Damián se escachurraban de risa. Llegó an ca tia Petra, y apenas sin aliento dijo: ¡De parte mi agüelo, que me deje Vd. las zarrias, que está el cielo emborregao y el aire cambiante!. ¿Las zarrias? Dijo tía Petra entre risinas…¡Bueno, bueno, no sé dónde las habrá puesto tío Antonio,…deben estar en el doblao…voy a buscarlas!. Aquí están…¡sube a por ellas Paquito!. En éste costal…¿vas a poer con ellas?...¡Bueno si t´ha mandao tu agüelo, es que ya eres un hombrecino!. ¡Ten cuidao que son mu delicás y endebles,…no abras el costal que s´esfaratan!. Aquel costal pesaba como un mulo, pero Paquito, medio arrengao, cargó con él a la espalda, andando lo más apriesa posible y pensando que con aquél peso no podía ir a por el caldero, como él había planeao; además si se entretenía se podía echar a perder el grano que su agüelo había limpiao. Llegó a la era sudoroso y baldao:…¡Agüelo…verequi las zarrias! Mu bien Paquito…pos abre el costal y las vas poniendo con mucho cuidao encima la manta trapo que tapa el montoncino de grano limpio. Desató Paquito el costal, y se encontró que allí sólo había un montón de peñascos. ¡Ostien…si son piedras!, ahora sé por qué se escachurraban el Chivi y el Damián,..¡Que joios,..ellos ya lo sabían!. No son sólo peñascos.. –le dijo el agüelo-.., peñascos hay muchos por aquí. Son las zarrias…., las que mi padre me hizo traer a mí, cuando tenía tu edad, el primer día que me acosté en la era, y las que trajo también tu padre el primer día que se acostó en la era; y quien decir que, si has sío capaz de traerlas, ya ties entendeeras pa defender nuestro trigo. ¡Ahora sí pues dormir en la era!. ¡Anda,…echa un trago d´agua del barril que está a la sombra d´esos jaces, y endispues le quitas las agüaeras al burrino y le pones el anterrollo y los aperos, que le vamos a enganchar a la mula pa la trilla, que la yegua está ya mu gorda, no sea que echangüemos la preñé!. Al ratino estaba ya Paquito encaramao en el trillo, dando güeltas a la parva q´había preparao su padre, y tatareando, mientras se miraba la boja que l¨había salio en la mano de cargar el costal de zarrias, el: Ay! Tani, Tani mi Tani, Ay! Tani, Tani mi Tá, Ay! Tani, Tani morena que corre en tus venas la sangre realllll!. Pensaba Paquito en las duras “enseñanzas” de su agüelo, que no eran d´olviar. Una d´ellas le llevó a su amistad con el Chivi: Una noche en la plaza s´enzarzaron en una riña Paquito y otro muchacho, y no saliendo Paquito bien parao, subió por la calle Real llorando pa casa. Estaba su agüelo sentao al fresco y al verle llegar le preguntó ¿Qué t´ha pasao?. ¡Que m´ha pegao Juanitín el de la cancha!, dijo jimplando Paquito. ¡Que t´ha pegao Juanitíiinnnn!...¡Espera que voy a por la vara!. Pensó Paquito que su agüelo le vengaría e iría a la plaza a pegarle unos buenos zurriagazos a Juanitín; y cual fue su sorpresa, que a mitad de la calle, su agüelo se lió a varetazos en el culo con él, diciéndole: ¡Andaaa pa la plaza, y que sea la ultima vez que yo te veo venir jimplando porque un muchacho t´haya pegao!. ¡Si no pues con él, te haces amigo d´el!, pero nunca vengas llorando porque hayas reñío con un muchacho. Desde entonces, y aunque Paquito s´ha llevao buenas tundas, nunca ha vuelto llorando a casa. Una d´ellas fue la que le jarreo el Chivi: Paquito era mu amigo de la Isabelita, una muchacha que vivía al lao de sus agüelos paternos, y con la que había jugao desde chiquininos. Fueron juntos a Las Pañeras y a la Escuela de la Plaza. Pero hace dos años ya tenían qu´ir a la escuela de los grandes, … la de la carretera. El Chivi había estao siempre enamoriscao de la Isabelita –anque nunca l´había dicho na-, y a to el muchacho que anduviera demasiao a su alreor, le tenía que mojar la oreja. Aunque el Chivi no iba a la escuela, vió que tos los días Paquito iba con la Isabelita, y un día a la salía, cuando Paquito estaba jugando a los bolindres con otros muchachos, el Chivi pegó una patá a los bolindres y desfarató el güa. A Paquito le dió un arripio y se liaron a mamporros, con el evidente resultao por edad y corpulencia, de que Paquito acabó chorreando sangre por las narices, escalabrao, con negrales por toa la cara y con un diente removío. El Chivi siempre ha dicho que es la zurra más grande que hasta ahora ha dao a un muchacho, y aquél día pensó qu´al llegar a casa l´esperaba una buena reprimenda. Pero pasaron dos días y nadie dijo na. Paquito no había soltao ni una lágrima, se fue tullío al pozo nuevo a lavarse la sangre y le dijo a su madre que los negrales se los había hecho de un guajarrazo en un pareaño. Aquella actitud le causó respeto al Chivi, y al tercer día fue a la salía de la escuela a buscar a Paquito iciéndole: ¡Güevero! ¿te quiés venir conmigo ésta tarde a niales?. Desde entonces, ambos se buscan y empezaron las zalagardas. Ay quien ice qu´el Chivi se junta con Paquito pa que le cuente cosas de la Isabelita. Como el Chivi siempre andaba por los estercoleros rebuscando trastos, un día s´encontró un paragüas viejo, y se le ocurrió que si cojía las varillas y las afilaba la punta, con el tirantillo, a modo de flechas, podía matar alguna paloma del palomar de tía Nati, qu´eran mu duras y no caían con los chinatos. Esperó a Paquito a la salía de la escuela y ensegüía le contó la idea. Lo probaron pero aquello no resultaba, según el Chivi porque las varillas eran mu largas y se desviaban al rozar en el tronco del tirantillo, Había que cortarlas y hacerlas más o menos de un palmo, y tirarlas sin que apoyasen en el tronco. Dicho y hecho, probaron con una y resultó, jincándose en el troncón de un olivo. Nerviosos se fueron pal palomar de tia Nati; escondíos tras una zagurda, se asentó en la pingolleta de un taramero, escasamente a diez metros, la primera paloma. Era un palomo, de frente y con el pecho inchao, ¡aquello no se podía fallar!. ¡Tirala tú que ties más abilíá! –le dijo el Chivi a Paquito-. Este cogió el tirantillo y la flecha y estiró las gomas to lo que púo. Ya casi veía al palomo con la flecha clavá en el buche. Soltó y se oyo……¡Aaaahhhhh!.....la flecha había io a parar directamente a la mano derecha con la que Paquito sujetaba el tronco del tirantillo y se la había atravesao. Paquito asustao salio corriendo pa su casa; le llevaron an ca el Boticario pero éste no se atrevió a sacarle la flecha por si había atravesao algún hueso o tendón. En la Vespa de Paquino el cartero tuvieron que salir corriendo al méico de Zorita. Gracias a Dios no fue na y con la inyección del tétano y una semana con la mano vendá, se pasó to. Más de tres meses estuvieron Paquito y el Chivi sin poder juntarse – la madre de Paquito no lo permitía-. Fue entonces cuando el Chivi empezó a juntarse con su primo Damián que estaba recién llegao. El tal Damián no acababa de gustarle a Paquito, era un muchacho raro, atraspellao, escaecío y runato. Era Pirondo, como su padre “Juanito el afilaor señorito”. Según se ice, el tal Juanito viene de una familia pudiente de Villamesías, era un señorito sin oficio ni beneficio, que un San Gregorio dejó preñá a la Lucrecia (la madre de Damián), cuando ésta tenía sólo diecisiete años. Los tuvo que casar Don Lucas de noche y en secreto. Los agüelos de Damián no quisieron saber na, y Juanito y Lucrecia se fueron a vivir a Villamesías, a la casa grande de la familia que llevaba muchos años vacía. Allí nació Damián, el muchacho sin mieo. No es que sea un muchacho valiente…¡no!, es simplemente un muchacho sin mieo. Dice el Chivi que, de chiquinino, cuando vivió en la casa grande, pasó ya to el mieo que una persona pue pasar, y que ya no le quea ninguno. Recordaba Paquito el verano pasao, aquella noche del cementerio: Era un Jueves y a Damián se le había rajáo la roanga por un golpe con un canchal, y Damián sin roanga no es naide –la machaquina le debe venir del oficio de su padre-, y el Viernes le tenía que llevar su padre a pasar unos días con su agüela a Villamesías. Por entonces el Chivi había cojío mucha amistad con Tio Martín el jerrero, a quien (como no iba a la escuela) le ayuaba a recoger las buruallas de jierros y retales que se queaban en la fragua; y por las noches se queaba al fresco con la familia, también porque allí estaba la Isabelita que vivía al laino y que tenía amistad con la hija del jerrero. En aquellas tertulias también participaba “El curina Chancazo”, un zagal ya hecho qu´estudiaba pa cura en el seminario de Salamanca. Aquél día por la mañana llegó Damián a la fragua a pedirle a tío Martín que le diera dos puntás de soldaura a la roanga, pero tío Martín le dijo, que ahora no le vagaba, que estaba preparando unas rejas pa los baqueros, que viniera ésta noche y le daba las puntás. (Presente en la conversación estaba el curina). Al Curina, que había oio hablar del sin mieo del Damián, se le ocurrió una idea. Al anochecío se presentó Damián con su roanga y Tío Martín le dijo: ¡Pos no va poer ser, Damián, pues ayer cuando enterramos al Torremocha, me dejé olviá la careta de soldar en el cementerio, y ahora, de noche y sin careta, no se pue soldar!. CONTINUARÁ.- (Las personas y hechos que se relatan son totalmente imaginarios; cualquier parecido con la realidad es pura casualidad)
|