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11-05-10 19:32 #5289455
Por:No Registrado
El laboratorio mestizo de Vic
El laboratorio mestizo de Vic

E.P.

Es, cada martes y sábado, uno de los mercados más multiculturales de España. Lugar idóneo para captar imágenes del fenómeno de la inmigración. Pero al mismo tiempo, el ajetreo matinal en la plaza Major de Vic (Osona) es un espejismo. Allí, todo el mundo se mezcla, pero no convive. Solo a la hora de comprar o vender. Y no siempre sin tensiones. Un matrimonio magrebí quiere acelgas. "Un euro por manojo", dice el vendedor. Ella, pañuelo en la cabeza, quiere saber el precio por kilo. No hay manera de que se entiendan. La pareja se va, el vendedor se queda, todos con caras de incomprensión, enfado y desprecio mutuo.

A Vic le está costando asimilar el boom migratorio. Hace tres años, el ayuntamiento constituyó el Consellde la Ciutadania para facilitar la convivencia, aunque murió en el 2009, convirtiéndose en el Consell de la Ciutat. Permanece el plan para la convivencia y un denominado circuito de acogida con un folleto editado en nueve idiomas. Ahora, el consistorio –dirigido por CiU, PSC y ERC– acaba de dar un paso más polémico: delatar a la policía a los sin papeles que se empadronen y no legalicen su situación en tres meses.

Parece una medida para acercarse al elector descontento, abrumado por tantos extranjeros a su alrededor. Extranjeros a los que no conoce, ni quiere conocer. Porque el mercado engaña. Los vecinos de Vic, sean catalanes, andaluces, gitanos, marroquís, ghaneses, rumanos, rusos, polacos, nigerianos o chinos, se encuentran ahí para hacer negocios a buenos precios. Nada más. Una pareja ghanesa le compra un abrigo a un marroquí. Apenas hablan. Los ghaneses llevan dos años en Vic. "Es duro", dice ella, en inglés. No hablan casi castellano, ni catalán. En Osona se concentran el 40% de todos los ghaneses de Cataluña y por su color de piel forman lo que se llama una inmigración muy visible.

Mohamed Dali es un experimentado vendedor originario de Nador (Marruecos). Llegó en 1967 a Barcelona. Está nacionalizado español. Acaba de vender un chaleco a dos señoras muy catalanas. "Él es diferente a la mayoría", dicen luego las dos. "Habla catalán, está integrado". ¿Y esa mayoría, los demás inmigrantes? "Pues pensamos como mucha gente de aquí: mientras no los tengas en tu rellano, no pasa nada".

En Vic pasan muchas cosas. Es un laboratorio idóneo para estudiar el fenómeno de la inmigración masiva, el repentino choque de culturas, la transformación tremenda de una ciudad media, de 39.000 habitantes, que en 1991 apenas tenía el 1% de residentes extranjeros. En 1999, los inmigrantes solo se habían incrementado hasta el 4%. A partir de ahí todo fue muy rápido: el 10% en el 2001, el 18% en el 2004 y el 23% en el 2008. Una tierra de cultivo donde crecen con fuerza palpable los postulados identitarios de la Plataforma per Catalunya (PxC) del vicense Josep Anglada, que en las últimas elecciones municipales (2007) consiguió ser el segundo partido tras CiU, con el 18,5% de los votos y cuatro concejales.

"Llegará un día en que Anglada ganará. La gente está cada vez más desilusionada con las autoridades. Aunque con más inmigrantes con derecho a voto, como yo, se le podría frenar", apunta Dali, quien apenas ha tenido experiencias desagradables en Vic. "Hay de todo, como en todos los sitios. Tampoco me gustan todos los marroquís. Solo hay una receta: integrarse, hablar catalán". Pero, añade, hay que darle tiempo al inmigrante, no acosarlo ni marginarlo: "Es como un gato: si lo tiras contra una pared, se revuelve, se pone violento".

Violencia hay en Vic, como en todos los sitios con población inmigrante. Hace tres semanas murió un joven magrebí de una puñalada tras haber entrado en un bar de clientela suramericana; tres ecuatorianos y dos colombianos fueron detenidos. El colectivo magrebí –mayoritario, con el 40% de los extranjeros del municipio– lamenta que apenas se habló de esa muerte. "Si la víctima hubiese sido un catalán, aún estarían todos indignados", dicen.

Indignación y encanto

Rosa, la dels bolets, una popular vendedora del mercado, transpira indignación por todos sus poros. Rosa es "muy de Vic". Y con una opinión que halla bastantes ecos. "Tengo tres vecinos negros en la escalera que son un encanto, pero..." El pero es la vecina polaca que se casó con un vendedor de cupones y ahora vive en Polonia, cobrando alguna pensión, sigue Rosa. El pero son los inmigrantes que «nos quitan el trabajo», sube el tono Rosa. El pero, agrega aún, es el miedo a "cruzar de noche el barrio del Remei", la zona neurálgica de la inmigración. Para colmo de esta vendedora, los foráneos no compran setas; a menos que sean turistas. Nada nuevo.

Pero compran muchas otras cosas, subraya Mohamed Dali: "Pescado, verduras; más que los autóctonos. Todos nos necesitamos mutuamente". Sobre todo a la hora de las compras.

https://ww.alertadigital.com/content/view/103270/284/
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