OTRO CANTE FLAMENCO “LA CALESERAS” Por los atajos, bajó la Serrana al camino real, que pone un volante en la falda de la serranía, y, miedosa, se coló en la venta. Allí agazapada junto a la chimenea de la cocina, trabó conversación con arrieros y mayorales; bebió unos sorbos de vino morileño, y a su calor comenzó a turbársele la firme cabeza hecha a las alturas; le brillaron alegres sus tristes ojazos, y, provocativa, irguióse en la silla de anea. Las colleras de cascabeles; zumba del borrico liviano, escoltada por las alegres piquetas arrieras; el crujir de la tralla; el destemplado reír de la gente andariega y despreocupada; el bordón del guitarrillo del ciego que acompaña, saltarín el romance miedoso; el alegre cantar del gallo en las bardas de la corraliza; quizás, hasta la voz iracunda y chillona de la reñidora ventera; alegra el corazón de la Serrana, que avivando sus tercios los acorta, duérmese sólo al rematar el último y engendra ese cante gracioso que tiene por compaña música de cascabeles, a la que se engarzan nombres bonitos de caballos; desgarrados sonidos de la cuerna que sopla el delantero, secos trallazos del mayoral, redoble de herraduras y rodar furioso de ese armatoste que se llama diligencia y en el que hacen son los cristales que no ajusta, el equipaje que se zarandea en la baca, el eje que huelga en las cañoneras, las chirriantes zapatas del torno… Ese cante tan andaluz, tan fragoso y tan castizo, se llama CALESERAS. A esta yegua castaña, la doradiya, tengo yo que mercarle más campaniyas. Y la yegua parece entenderlo; se engalla y compone el trote. Cabayo delantero. ¡Quién lo dijera, que el rey de los cabayos, nasió en Utrera. Y el cabayo utrereño lanza un relincho y marca una cabriola que levanta dos cuartas del sillín al chavea que lo monta. Yo no paro en la cuesta, seña Tomasa; aguante usté un poquito, que ná le pasa. Y la seña Tomasa se ríe a la par de los compañeros de coche, y si lo toma en serio, peor para ella. Quisiera ser la plata de tus sarsiyos, para darte sien besos en los carriyos. Y desde su asiento en la baca, la niña bonita agradece con una mirada de reojo la fineza del mayoral y se le pone la cara como las guindas Y así entre piropos, chirigotas y palabras cariñosas o trallazos al ganado, rodaba las Caleseras por los caminos andaluces, en las noches claras de estrellas y grillos y en los polvorientos días de sol y chicharras.
|