la Noria LOS ALBAÑILES Esta tarde he estado hablando con un peón, que hace mucho años estuvo trabajando con el maestro Marcelo el Rolo. Se llama Tomás y su familia vivió muchos años en el Barrio de San Miguel, era conocido como hijo de la Giganta. Me comentaba lo duro que era este trabajo, el de peón, casi siempre con el tablacho en la cabeza y cuando no con el pico y la pala cavando zanjas. El tablacho era una tarea que no todos soportaban por las condiciones físicas que se requerían. Para los que no lo sepan era un tablón cuadrado donde se echaba la mezcla de argamasa, barro con cal morena ó cemento. Esta tabla, encima de una rodilla de trapo, de las que usaban las mujeres cuando iban a la fuente para sujetarse la botija en la cabeza, de la misma forma la izaban hasta la cabeza y por escaleras de palos medio tortuosas y nada seguras, una vez apoyada , escalaban hasta las paredes altas cuando construían una casa. Los trabajos eran duros pero tambien tenían su chispa de humor. Sufrían pero el tiempo para la risa y anécdotas no faltaba. Me contaba el sainete que se montó en el Potril, en la finca de Paulote cuando el Rolo le hizo el pozo para regar. Los pozos eran anchos. Casi todos tenían no menos de dos metros de diámetro con idea de que almacenaran agua suficiente en los meses de verano. El pozo ya estaba hecho con bóveda de ladrillos encima para colocar la noria. Serían los años cuarenta, a finales supongo. Luis Olmo padre, era el maestro encargado de colocar la maquinaria de esta noria. El maestro de obra había dado el visto bueno y entendía que la bóveda, hecha unos días antes, soportaría el peso de los hierros. Hasta allí se desplazó la maquinaria y comenzaron el montaje de este artilugio para regar. Era una tarde de verano, de las que pegaba el sol de verdad. Los hombres que ayudaban sudaban la gota gorda. Casi todos eran pesos pesados. Marcelo era un hombre grueso, alto, de muchos kilos, de Luis Olmo más de lo mismo, Tomás, más joven que los maestros tambien tenía sus kilos. Luego estaba Ramón Rolo, ayudante con su padre y para entretenerse viendo a los hombres como trabajaban, en aquella tarde calurosa, no faltaba el propietario de la finca, el señó Paulo, que doblaba en kilos a cada uno de los que hemos comentados, de ahí el sobre nombre cariñoso de Paulote, con el que era conocido. Todos achacan la tragedia a que Paulote se subiera encima de los tablones. Antes de llegar este señor todo iba bien, pero al rato de pisar encima de los ladrillos un gran estruendo en medio de la quietud de la tarde se escuchó cuando el piso se hundió y todos cayeron al fondo. Junto a los hombres cayó, el material de la obra, la maquinaria industrial y tablones de madera. Esto último es lo que les salvó de no morir ninguno ahogado. A medida que salían a flote se agarraron a las tablas ya que los bordes del pozo estaban lucidos y el brocal cerrado con la bóveda. Al parecer Paulote fue el último en salir a la superficie. Todos le echaban en falta y se preocuparon por su tardanza. Por fín vieron gran cantidad de pompas de aire y detrás de éstas la figura de aquel hombre agradable y bonachón salía a la superficie. El ruído lo escuchó un muchacho llamado Chinita, que guardaba las vacas no lejos del pozo. Al mirar para la obra vió que todo había desaparecido y salió corriendo dejando al ganado solo. Sus ojos no daban crédito al ver a los hombres flotando, cada uno agarrado donde podía, como náufragos en alta mar. Salió corriendo a buscar ayuda y cuentan que al primer hombre que encontró le dijo. --¡Seño fulano, que unos hombres se han caido pal pozo que están haciendo!!— Y el otro le respondió: ---¡!A mi no me vengas con historias, que bastantes preocupaciones tengo yo ya encima!!— Por fín encontró a un hombre con un carro, que pasaba por el Potril, y como en los carros no faltaban sogas, con éstas los sacaron del agua de uno en uno. A todos los llevaron a sus casas y la mayoría de ellos se metieron en la cama del susto que llevaban encima. --¡
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