Almendral - Badajoz

En la noche cerrada una espesa niebla a ras de suelo apenas dejaba ver un burro a tres pasos pero, el zagalote tenía buena vista y distinguía perfectamente al morlaco, aldinegro, albardado, acochinado, astifino y bizco del siniestro, de mucha alzada que, bramando con rabia y echando espumarajos por los belfos, pateaba enrabietado el duro suelo con el mismo encono que un sicario asesino cava la tumba de su víctima aún caliente.

La amarillenta luz de las bombillas de filamentos de una farola clavada en medio de la plaza se quedaba flotando por encima de la escena a la que dotaba de unos reflejos espectrales y, el muchachejo, de unos trece escaso, tez morena del sol de las calores y el frío de las escarchas, pelo ralo cortado a tijerazos con muchos remolinos y flequillo de rabo de pardal, ojos grandes entre verdosos y glaucos, cejas pobladas, nariz afilada de la que se descolgaban dos velones verdosos, esbelto de esqueleto y carnes famélicas más que enjutas. Vestido con unas ropillas que más que eso eran harapos adaptados a su piel curtida, con sus plantas descalzas clavadas en el barro, abanicaba el jocico del bicho sin descomponer su impostada figura de aprendiz de todo y maestro de nada, para que se recuperara de la bibaina que acababa de administrarle y que casi le rompe el espinazo.

Quizá por eso berreaba y sus berridos quejumbrosos, ponían música juncal a la inconcebible estampa que, como si surgiera de una negra pesadilla se estaba desarrollando en aquella explanada de un pueblo anodino de la Baja Extremadura, cerrada al norte por la descomunal fábrica de una iglesia dedicada a Prieto y, cómo no, por una casa en cuyo interior, uniformados borrachos daban aceite de ricino a unas mujeres desvalidas a las que rapaban sus cabezas en justo castigo por haber nacido abandonadas de la mano de un dios inmisericorde, además del ayuntamiento donde, el señor alcalde, de tez zahína, cara de satisfacción y vestido con una camisa de un azul desvaído, saludaba a los luceros con su brazo diestro extendido y la palma mirando al suelo.

Por el sur, otra mole, pero esta mas ligera de estructura y dedicada al símbolo de todas las madres que en el mundo son y han sido y serán, ponía compuerta y, al oeste, una fuente fabricada por el hombre dotada con cuatro caños de bronce por el que brotaba cantarina a borbotones el gua que vivifica y nos da vida, y, al este, las fachadas de las casas de dos pisos a cuyos extremos se abren dos callejones que van a dar a otra plaza mas recoleta bajo cuyo vientre transcurre royendo sin cesar la tierra, un jilillo de agua que si truena las que por allí le dicen burguillanas, se convierte en una furiosa naturaleza desatada.

Pero volviendo al bovino bizco del siniestro y puede que un poco burriciego a causa de la furia que le embarga pues, sólo sentía la ligera brisa que le llegaba del abaniqueo que el zagal practicaba con su trapo junto a las fosas de su narices dilatadas, lo vemos que derrota contra el viento encontrando siempre el vacío en sus intentos de hallar carne y destrozarla.
Y el muchachuelo allí, sin menearse, burlaba con su talle flexible las tarascadas del buey que en su impotencia berreaba con quejumbrosos bramidos de fiera castrada.

Y poco a poco de entre la niebla con su zurda de seda y ayudado por la manta, fue arrastrando al cabestro hacia la parte de Portugal, por una calle empinada que iba al campo donde ya la neblina levantaba y en lontananza se vislumbraba la alborada. Cantaba jaquetón un gallo. KienKiereñí, a los cuatro vientos proclamaba, y el eco repetía su llamada: kienkiereñiiiiii que ya viene la mañana y veo calamochear un burel fiero que bufa y va armado con puntas afiladas cual cachicuernas facas, que usa siempre a traición y por la espalda para desriñonar a imberbes o barbados que no estén del lance avisados.

Salud .

¿Y ese buey que describid,
es lo que me parece a mi
o solamente un carnero
que pasaba por ahí?

Parece buey mas que carnero,
será por eso que Salustiano
teniéndolo tan a las manos
no le ha dado ni un mantazo
y lo ha sacado aireado
sin romperle el espinazo.

Parece astado capado
pero es carnero esmirriado
y si mira con atención
ya verá que por su edad,
de cabrito pasa ya
a otro epíteto mayor
pues, como en la foto se ve,
bien coronado está él
aunque bizco de un pitón

Parece buey mas que carnero,
será por eso que Salustiano
teniéndolo tan a las manos
no le ha dado ni un mantazo
y lo ha sacado aireado
sin romperle el espinazo.

Parece astado capado
pero es carnero esmirriado
y si mira con atención
ya verá que por su edad,
de cabrito pasa ya
a otro epíteto mayor
pues, como en la foto se ve,
bien coronado está él
aunque bizco de un pitón

Parece buey mas que carnero,
será por eso que Salustiano
teniéndolo tan a las manos
no le ha dado ni un mantazo
y lo ha sacado aireado
sin romperle el espinazo.
Parece astado capado
pero es carnero esmirriado
y si mira con atención
ya verá que por su edad,
de cabrito pasa ya
a otro epíteto mayor
pues, como en la foto se ve,
bien coronado está él
aunque bizco de un pitón

En la noche cerrada una espesa niebla a ras de suelo apenas dejaba ver un burro a tres pasos pero, el zagalote tenía buena vista y distinguía perfectamente al morlaco, aldinegro, albardado, acochinado, astifino y bizco del siniestro, de mucha alzada que, bramando con rabia y echando espumarajos por los belfos, pateaba enrabietado el duro suelo con el mismo encono que un sicario asesino excava la tumba de su víctima aún caliente.

La amarillenta luz de las bombillas de filamentos de una farola clavada en medio de la plaza se quedaba flotando por encima de la escena a la que dotaba de unos reflejos espectrales y, el muchachejo, de unos trece escaso, tez morena del sol de las calores y el frío de las escarchas, pelo ralo cortado a tijerazos con muchos remolinos y flequillo de rabo de pardal, ojos grandes entre verdosos y glaucos, cejas pobladas, nariz afilada de la que se descolgaban dos velones verdosos, esbelto de esqueleto y carnes famélicas más que enjutas; vestido con unas ropillas que más que eso eran harapos adaptados a su piel curtida, con sus plantas descalzas clavadas en el barro, abanicaba el jocico del bicho sin descomponer su impostada figura de aprendiz de todo y maestro de nada, para que se recuperara de la bibaina que acababa de administrarle y que casi le rompe el espinazo. ............

Pero el bicho, en inestable equilibrio sobre sus cuatro patas, aún trataba de embestir a la difuminada sombra que entreveía con su ojos ya casi vidriados

Por el sur, otra mole, pero esta mas ligera de estructura y dedicada al símbolo de todas las madres que en el mundo son y han sido y serán, ponía compuerta y, al oeste, una fuente fabricada por el hombre dotada con cuatro caños de bronce por el que brotaba cantarina a borbotones el gua que vivifica y nos da vida, y, al este, las fachadas de las casas de dos pisos a cuyos extremos se abren dos callejones que van a dar a otra plaza mas recoleta bajo cuyo vientre transcurre royendo sin cesar la tierra, un jilillo de agua que si truena las que por allí le dicen burguillanas, se convierte en una furiosa naturaleza desatada.

El bicho siniestro va
dando cornadas sin descanso
y a poco que pueda el manso
arremete contra las tablas
y desarbola la plaza.