Ribadedeva - Asturias

FLATULENCIAS (cuento)

Un día llegó el amor; encontré mi princesita celta y nos enamoramos. Cuando se hizo evidente que nos casaríamos, hice el sacrificio supremo de dejar de comer fabes.

Algunos meses más tarde, el día de mi cumpleaños, mi coche se estropeó en el camino de regreso a casa.

Como vivía en las afueras de la ciudad, llamé a mi reciente esposa y le dije que llegaría tarde porque  tendría que ir caminando. En el trayecto, se me presentó la temida tentación: Un restaurante de cocina astur del que  emanaba un delicioso  aroma a fabada.

Con varios kilómetros  por delante para andar, calculé que se me irían los efectos colaterales de la ingesta de "les fabes" antes de llegar a casa, por lo que entré y en un  plis-plas  ya había engullido dos platos de fabada. Reanudado el camino, me afané en liberarme de todo el gas metano que paulatinamente iba inflando mi bandullo.

Cuando llegué, mi esposa parecía algo nerviosa y  extraña, pero me dijo con alegría mal contenida: -Querido, te tengo preparada una sorpresa para la cena de esta noche. Ella entonces utilizando su foulard de cuello me vendó los ojos y me condujo a mi silla habitual en la mesa. Tomé asiento y cuando estaba a punto de quitarme la venda, el teléfono sonó.

Me hizo prometer no quitar la venda antes de que regresara y se fue a contestar la llamada.

La fabada consumida  continuaba  haciendo trabajar los flátulos,  y el aire convertido en viento dentro de mi intestino, amenazaba con desencadenar una borrasca de Las Azores.

Aproveché la ausencia de mi princesita  y, apoyándome en una nalga facilité la salida de un pedo que, no era ruidoso  pero que  olía como un camión de  guano gaviotero.

Tomé la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire cercano enérgicamente. Entonces, cambiando de nalga dejé escapar otros tres  que parecían una galerna acompañada de  truenos y relámpagos.

No obstante, mantenía  mis oídos atentos a la conversación de mi esposa en la otra habitación.

Continué aliviando mi vientre aún durante varios minutos. El placer era indescriptible.

Cuando más tarde el clik del teléfono señaló el final de mi libertad,   abaniqué  unas cuantas veces más con mi servilleta, la coloqué sobre mis piernas y entrelacé mis manos sobre el mantel sintiéndome aliviado y  complacido.

Mi cara debió ser la imagen de la inocencia  cuando mi mujer volvió pidiendo perdón por haberse demorado en la conversación telefónica. Me pregunto si había echado una ojeada por debajo del vendaje, y le aseguré que no.

En ese punto, ella me retira el foulard y...doce invitados sentados al rededor de la mesa comenzaron a cantar:  ¡¡¡ CUMPLE AÑOS FELIZZZZZZZZZZ !!!

Me desmayé.... 

Jajajajajaa, buenísimo el chiste.