Morcín - Asturias

Veo que muchos de los candidatos para las próximas elecciones confían en el turismo como remedio para la despoblación y el atraso rural (ellos suelen decir que “apuestan” por el turismo, lo que debe ser una forma más moderna de decirlo, de esas a las que se suelen acoger con el fervor del papanatas los revolucionarios del leguaje).
Decía ya hace tiempo un buen amigo mío que por ese camino del turismo nos quieren convertir a todos en camareros. Sí, pero ¿camareros de quién?, ¿de donde saldrá el dinero que van a gastar los turistas?. Si todos nos dedicamos al turismo, los camareros tendremos que vivir del turismo de otros camareros. No se, yo no lo veo claro. ¿Que el turismo puede reportar algún beneficio?, pues sí, pero hablar tanto de “apostar” por tal remedio me parece exagerado.
Leí hace años un artículo que trataba sobre el valor económico del paisaje, y es así, existe ese valor económico del paisaje, sobre todo para el turismo (“de cara” al turismo, como dirán los mismos que hablan de “apostar”), pero el turista quiere ver paisajes con vida, y cuando desaparezcan, como están llamadas a desaparecer las actividades agrícolas y ganaderas de nuestro mundo rural, ¿qué interés van a tener los turistas en ver unos prados abandonados que se los come la maleza, unos edificios deshabitados y viniéndose abajo, y, en vez encontrarse con unos lugareños con los que poder charlar de sus experiencias en ese mundo diferente, toparse con otros turistas como ellos, con los que, es obvio, no podrán mantener una conversación muy distinta de la que pudieran seguir cuando coinciden en el autobús de su ciudad, o salen en cualquier barrio buscando u poco de verde para que el perro haga sus necesidades.
Si no existe vida en los pueblos, vida de pueblo, se entiende, poco interés habrá en visitarlos, y los establecimientos turísticos tendrán una vida efímera como ya la tienen muchas de esas casas, apartamentos y hoteles de turismo rural que tanto nos costaron a todos en subvenciones, y que en muchos casos no sirvieron más que para que gente de la ciudad restaurara edificios que al poco tiempo dejan de ser establecimientos turísticos y entran en el mercado inmobiliario, en el que compiten con ventaja con el vecino del pueblo que quiere vender un inmueble y no recibió esas cuantiosas subvenciones para restaurarlo.
Pero la vida en los pueblos, para que la población se mantenga en ellos, no puede ser un calvario, será necesario que sus vecinos dispongan de comunicaciones, de servicios y puedan ganarse la vida sin necesidad de abandonarlos, y, en mi opinión, el recurso que menos explotado está y más podría dar de si para mantener esa vida rural son los montes. Probablemente con su explotación, agrícola, ganadera y forestal, no se podrán alcanzar rentabilidades equiparables a las de una actividad fabril en una época de desarrollo loco como la que nos llevó al desastre actual, pero si se podría garantizar un desarrollo equilibrado suficiente para fijar población, evitando la huida hacia la ciudad, donde suele esperar un vida muy distinta, para peor, de la que el desertor de pueblo se imaginó. Será difícil alcanzar una rentabilidad como, por ejemplo la de los montes de Covaleda, en Soria, pero es necesario intentar sacarle provecho al monte, que aquí en Asturias tenemos muy abandonado.
Pues hala, a ello, que ya aburre esa socorrida cantinela de “apostar” por el turismo.