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EL TEATRO José Ramón Muñiz Álvarez “La nobleza del vencido” o “Amor en trescientos versos” (Consejos de un amante al escudero) Visite https://rma1987.blogspot.com EL CABALLERO-. Morir de amores quisiera la razón de mi cuidado. EL ESCUDERO-. Otro noble sentenciado al que le espera la hoguera. EL CABALLERO-. Y es que de amores muriera por esa doncella hermosa. EL ESCUDERO-. Siempre en amores reposa el corazón del guerrero. EL CABALLERO-. Y, pues que de amores muero, no es la ocasión deshonrosa. EL ESCUDERO-. Siempre suele la nobleza enredarse en los amores. EL CABALLERO-. No hay sentimientos mayores ni más dulce gentileza. EL ESCUDERO-. Pero, si el amor empieza, es esa una enfermedad. EL CABALLERO-. Eso, amigo, es gran verdad, y veo que tenéis tino. EL ESCUDERO-. La razón más alta afino viendo tanta vanidad. EL CABALLERO-. ¡Qué sabrás tú de amoríos, de pasión y devaneos! EL ESCUDERO-. Mas, mi señor, deteneos, que no tengo tales bríos. EL CABALLERO-. Pudiera desbordar ríos el amor con su poder. EL ESCUDERO-. Y también una mujer que mostrara su dulzura, mas para una calentura que se hubiera de encender. EL CABALLERO-. Decir tal es un exceso, que vos no sabéis de amor, de caricias sin dolor, de placeres en un beso. EL ESCUDERO-. Nunca el amor tuvo preso a este escudero que, sabio, sabe escapar de su agravio y burlar esas pasiones. EL CABALLERO-. ¡Qué plebeyas emociones! ¿Jamás besasteis un labio? EL ESCUDERO-. Besó mi labio, señor, cuando ya estaba rendido, el sabor de un buen cocido, que es preferible sabor. EL CABALLERO-. ¿Y es preferible al amor el cocido de un gañán? EL ESCUDERO-. Cuando hay hambre, capitán, más se quiere la comida que a la dama pretendida, que no es ni miga de pan. EL CABALLERO-. Solamente el alimento parece darte alegría. EL ESCUDERO-. Y triste la suerte mía, que en las tripas lo lamento. EL CABALLERO-. Te oigo gemir como el viento, que es tan vana plañidera. EL ESCUDERO-. Cansado, de esta manera, bajo lluvias y granizo, quién me diera un buen chorizo que solazarme pudiera. EL CABALLERO-. Llama el amor a mi puerta y piensas tú en el comer. EL ESCUDERO-. ¿Y, si hay hambre, qué he de hacer, ya que mi ingenio no acierta? EL CABALLERO-. Pues has de estar bien alerta y vigilar mi locura. EL ESCUDERO-. Y la vieja sepultura de quien su aliento ha entregado. EL CABALLERO-. ¿Tú me ves amortajado? ¡Tienes cada chifladura…! EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los quereres, si no son buena ventura? EL CABALLERO-. Para afirmar la locura del amor a las mujeres. EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los prefieres a la sangrienta batalla? EL CABALLERO-. Para que allí donde vaya, no me tenga en menor gloria. EL ESCUDERO-. ¿Y no basta la memoria el arrojo en la batalla? EL ESCUDERO-. ¿Para qué, tras estos hechos, Tantas palabras derramas? EL CABALLERO-. Para arrancar a las damas el corazón de los pechos. ¿Para qué tantos despechos, querellas extraordinarias? EL CABALLERO-. Para encender luminarias en cada oscuro concepto. EL ESCUDERO-. ¿Para qué tanto precepto, tantas normas literarias? EL CABALLERO-. Para admirar la grandeza de ese dios que es tan perverso. EL ESCUDERO-. ¿Para qué escribir un verso con ingenio y sutileza? EL CABALLERO-. Para cantar la belleza y expresar tanto dolor. EL ESCUDERO-. ¿Para qué ser trovador con tanta melancolía? EL CABALLERO-. Para escribir la poesía que se eleva hacia al amor. EL ESCUDERO-. Yo, que ya fui buen juglar, que canté mil amoríos, que supe los extravíos de quienes quieren amar… que el amor es lamentar las ausencias de la amada hasta que ya la alborada se asoma en lejana tierra, pues es el amor la guerra si el alma está enamorada. EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo, que mucho camino queda, cantarás por la alameda algún romance sencillo, mientras se asoma el autillo y nos vigila el mochuelo, porque, si oscuro está el cielo, protegerán las estrellas a quienes tiernas querellas pronuncian con mucho celo. EL ESCUDERO-. No es ese el caso, señor, que yo tal no vaticino. EL CABALLERO-. ¡Háblame claro, mezquino, o has de sufrir mi furor. EL ESCUDERO-. Mi canción no habla de amor, sino del vientre afligido, pues se sabe conmovido por el hambre que lo hiere y longaniza prefiere al amor más abatido. EL CABALLERO-. Perdidos en el sendero, piensas tan solo en comer. EL ESCUDERO-. Una posada ha de haber que tenga un buen mesonero. EL CABALLERO-. De lo que dices infiero que ya la noche no tarda. EL ESCUDERO-. Ved ese sol que se guarda en el lejano horizonte: ya se pone tras el monte, pues el hambre lo acobarda. EL CABALLERO-. Miro lejana su brasa, que el bermejo fuego atiza. EL ESCUDERO-. Yo sueño con longaniza, que no es cosa tan escasa. EL CABALLERO-. Cuando lleguemos a casa podrás comer, y abundante. EL ESCUDERO-. Qué raro es que un tierno amante dé en bendecir el comer. EL CABALLERO-. Tú comerás: yo he de hacer un soneto delirante. EL ESCUDERO-. Alguna nueva poesía para agrado de las damas. EL CABALLERO-. Bien dices, mas como no amas, nunca tendrás mi alegría. EL ESCUDERO-. Iba a ser grande porfía entregarme yo al amor. EL CABALLERO-. Imita tú a tu señor y tendrás mayor estado. EL ESCUDERO-. Para ser desventurado, mejor quiero el desamor. EL ESCUDERO-. Una canción aprendí siendo niño, y era triste. EL CABALLERO-. Nada al amor se resiste, cántala ya para mí. EL ESCUDERO-. Es asunto baladí el tema de esta canción. EL CABALLERO-. Dará alivio al corazón por los amores vencido. EL ESCUDERO-. ¿Y no es un tanto atrevido para tan alto infanzón? EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo, que mucho camino queda, cantarás por la alameda algún romance sencillo, mientras se asoma el autillo y nos vigila el mochuelo, porque, si oscuro está el cielo, protegerán las estrellas a quienes tiernas querellas pronuncian con mucho celo. Canta y deja de gemir como suelen las gallinas, que tú jamás adivinas que pueda el alma sentir. Empieza ya. EL ESCUDERO-. Sé decir que el amor no me envenena, ni la clara luna llena me invitó jamás a hablar, pero yo sabré cantar esta canción que enajena. (Empieza a cantar) Dicen bien los cortesanos que la maldad de Cupido es que es ciego resentido con delirios soberanos. Un arco sobre sus manos y dispuesta la ballesta, con su dura flecha asesta las maldades del amor. Y, dado que está vendado, con el ánimo más duro, infunde el amor más puro a quien llora desdeñado. Es un muchacho malvado cuya locura molesta, si con dura flecha asesta las maldades del amor. Nunca duerme ni descansa, y dispara, traicionero, sus puntas de rudo acero a la inocencia más mansa. Donde el agua se remansa y suspira la floresta, con su dura flecha asesta las maldades del amor. Por eso quien es prudente, confesándose cobarde, huye al amor cada tarde, cada mañana luciente. Nunca sus brillos consiente quien teme dura respuesta, si con dura flecha asesta las maldades del amor. Viendo ya cada suceso, he de ser desamorado de ver al desventurado que más caro paga un beso. Pues este niño travieso a raro licor apesta, si con dura flecha asesta las maldades del amor. Que no hay para qué desdenes, que no hay para qué lamentos, si quieren los firmamentos dar al alma mil vaivenes. Quebraderos en las sienes esta pasión jamás resta, si con dura flecha asesta las maldades del amor. (Deja de cantar) Todo en las viejas canciones ha de entregarse al amor. EL CABALLERO-. Ni entiendes a tu señor ni a los nobles corazones: no comprendes las pasiones donde el alma, ya vencida, para gozar de la vida, quiere jugar a perderla, que la vida es rara perla que a la muerte da guarida. En todo caso diré, que siendo el mayor amante, del amor, en un instante, sus maldades mostraré. EL ESCUDERO-. Yo, que de amores no sé, quiero escucharos atento. EL CABALLERO-. Pues que me acompañe el viento mientras canto la canción que alas cede al corazón que sabe escalar el viento. (Empieza a cantar) Ya quiera el amor la guerra, ya quiera el amor la paz, como es Cupido sagaz y afamado en esta tierra, viendo que cruza la sierra para hacer mayor el daño, de su fe me desengaño sin dolor. Y, como es niño atrevido, para no hacerme el valiente, mézclome yo entre la gente por pasar inadvertido, que acabo, si no, dolido y, viéndolo tan extraño, de su fe me desengaño sin dolor. Y no son raras manías, ahorrar en sufrimiento, que todo es verse memento tras sufrir sus felonías, pues que, lleno de alegrías, si es amante del engaño, de su fe me desengaño sin dolor. De modo que la cautela debe ser bien extremada, porque una flecha dorada es arma que el alma hiela, y si es de plomo y desvela un mal terrible y tamaño de su fe me desengaño sin dolor. (Deja de cantar) No es amor agradecido con sus muchos seguidores. EL ESCUDERO-. ¿Pero tanto hablar de amores no se os antoja aburrido? EL CABALLERO-. Cuando el amor se ha encendido, nunca deja de hechizar. EL ESCUDERO-. Es el amor como el mar traicionero y peligroso. EL CABALLERO-. El sentimiento amoroso os juro que sabe a mar. EL ESCUDERO-. Pues ya la noche ha llegado a ese cielo que, cobarde, rinde la luz de la tarde a un crepúsculo callado. EL CABALLERO-. Ya la lechuza ha escuchado la llamada del autillo. EL ESCUDERO-. Tórnase el cielo amarillo con la luna nocturnal. EL CABALLERO-. Hemos llegado al final: allí se admira el castillo. 2010 © José Ramón Muñiz Álvarez | |
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