"cose míes" SOY INMIGRANTE,PERO NO QUIERO VOLVER DERROTADO Bien, esto se entiende. Lo que no haría falta es explicarlo. Si uno se queda en un sitio, pues se queda. Porque no quiere volver a su casa derrotado, porque no quiere volver a su casa triunfante o porque no quiere volver a su casa de ninguna de las maneras. Es irrelevante. Suena un poco estupendo, irrelevante. La palabra. Como de sala de juicio militar en Algunos hombres buenos. Protesto, señoría: irrelevante. Y se acepta o no se acepta, la protesta. En este caso yo creo que sí, que se aceptaría, que es irrelevante por qué se queda uno donde está, aun extrañando su casa, como le ocurre A CUALQUIER INMIGRANTE DE ALGÚN LUGAR… . Ahí tienen otra irrelevancia. Que uno sea DE… o riojano del mismo vino tinto. Una irrelevancia irrelevante, como la propia redundancia indica, pero ventajosa, en esta ocasión: si el INMIGRANTE quisiera parecerse a Vargas Llosa, a Bryce Echenique, a Julio Ramón Ribeyro, solo tendría que escribir como los tres, a diferencia de otros que, sin escribir tampoco como ninguno, ni como el gato de ninguno, en realidad, seamos serios, ni siquiera compartimos con ellos su extranjería, que ya sería algo. Irrelevante, pero algo. Aunque no iba a esto, yo, perdonar. Iba a lo que cantaba Víctor Manuel. Creo. Tengo un amigo, que flipa con los estribillos que voy a citar. Yo qué sé. No todo va a ser música dodecafónica en la banda sonora de la vida de uno. Lo que cantaba, creo, Víctor Manuel, no era suyo. De eso sí estoy seguro, ya ven: luego el raro será Guti. Era de unas hermanas que tenían un grupo y que ya no creo que lo tengan, pero que escribieron: "Donde caben dos caben tres, donde caben tres, tú también". Y a mayores: "Donde cabes tú quepo yo y todo el que quiera caber". Ya Víctor Manuel había cantado antes cosas parecidas, recordaréis. "Cuando hablen de la patria, no me hablen del honor", y todo por ahí. Y al final: "Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios". Pero tampoco hay necesidad ninguna de ponerse hímnico, ahora. Total, el INMIGRANTE que extraña su casa, pero que se queda porque no quiere volver derrotado, una explicación que no hay ni que pedir, por irrelevante, pero que se entiende, una vez dada. Es un poco lo que escribía Luis Sepúlveda, chileno de Chile, en Desencuentros, un libro de cuentos de antes de que un viejo empezase a leer novelas de amor: "No se aman los lugares a los que se regresa derrotado". Luego para volver derrotado a un lugar que se ama mejor, a lo mejor, no volver, y echarlo de menos. Hay personas que se sienten estupendamente cuando se alejan de su casa, que mejoran una barbaridad, como Supermán, mirar qué superpoderes, mirar adónde se van los superpoderes con media china de kryptonita, pero no suele ser lo habitual, y estoy redundando otra vez: si no es habitual, pues ya no suele. La gente extraña su casa, por lo general, aunque no vuelva. Solo el 1 por ciento de los inmigrantes en España han retornado a sus países, pese a la crisis, pese a la extrañeza. Pero es que aquí entran en juego los libros de Anaya y Lázaro Carreter para el Bachillerato de los años ochenta, que llevaban dentro un ejemplo mágico para la décima o espinela, estrofa de diez octosílabos que será ya, para siempre, aquella de Calderón: "Cuentan de un sabio, que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas yerbas que cogía. / «¿Habrá otro», entre sí decía, / «más pobre y triste que yo?» / Y cuando el rostro volvió, / halló la respuesta, viendo / que iba otro sabio cogiendo / las hojas que él arrojó". Algo así. Viendo este lío, imaginar al INMIGRANTE.
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