Tormenta «Estaba viendo un patético programa de cutre humor nocturno de una televisión local cuando un relámpago iluminó el interior del salón como si fuera de día y un trueno rodó por encima del tejado con la virulencia de un bombazo. De repente, la oscuridad. No me asustan las tormentas, pero el ataque me sobresaltó. Cuando volvió la luz, el televisor se negó a encenderse. Me acerqué y le di un par de palmadas amistosas. Llevaba mucho tiempo conmigo. No era justo que muriese con el recuerdo de un pésimo programa en su lápida catódica. Venga, le dije, resucita. Y apreté el botón de encendido y la pantalla se iluminó. Vaya, pensé, algo que me sale bien. Pero como no quería volver a compadecerme atribuí el hecho a un capricho técnico y no a un milagro. Me tumbé en el sofá y al mirar la pantalla me vi tumbado en el sofá. No era un reflejo. Era una imagen nítida. Con el brillo pastel de una telecomedia. Lo primero que se me ocurrió fue cambiar de canal, más incómodo que asustado. Vi a Ruth. Estaba tendida en una cama que yo desconocía y hablaba con un hombre que me daba la espalda. Desnuda. Reía. Conmigo nunca reía. Subí el volumen, pero hablaba muy bajo. Cambié de canal y vi a mi padre sollozando junto a la cama de mi hermana Inés. Fui al cuarto canal y encontré a mi ex mujer compartiendo ducha con mi amigo Raúl. Seguí pulsando botones. Mi jefe cantando un bolero en un burdel, borracho y descorbatado. Mi hijo Iñigo vomitando en un portal mientras sus colegas le daban ánimos con miradas de zombie. Mi compañero Luismi haciéndome burlas al darle la espalda. No quise seguir. Volví al primer canal y me vi de rodillas junto a la pantalla, tocando con los dedos mis dedos mientras una lágrima se disponía a rodar mejilla abajo en una huida que no me concernía. Sonó el teléfono. Descolgué. Era Ruth. Busqué su canal. Estaba en la misma cama. Sola. - Vaya tormenta, ¿eh?, dijo, mejor no nos vemos hoy. - Sí, respondí, ¿dónde estás? - En casa, dijo. - En qué casa, pregunté. - En la mía, dijo, en cuál va a ser. - Ya, dije, en voz muy baja. - ¿Y tú?, preguntó. - Viendo la tele, dije. - ¿Algo interesante?, preguntó. - Sólo para mí, dije, y ella tapó el auricular para que yo no la escuchara bostezar». TINO PERTIERRA La Nueva España
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