Boquerizu - Asturias

Tan disparate es moler a un niño a palos como considerar un delito una bofetada.

Cada uno se defiende como puede y los jueces suelen defenderse diciendo que ellos no hacen las leyes, que se atienen a sus disposiciones y se limitan a impartir justicia. Es lo que dicen; que lo único que hacen, salvo que se equivoquen, cosa que no ocurre nunca, es obrar en consecuencia según el derecho, la razón y la equidad. Principios que, seguramente, habrá tenido muy en cuenta el juez que el otro día condenó a una madre a 45 días de prisión y doce meses de alejamiento por darle una bofetada a su hijo.

Y debió quedarse tan pancho porque, al parecer, desde el punto de vista jurídico la sentencia es intachable. Debe serlo; tampoco es la única ni la más original. Hace apenas un año, un juez de lo penal de Alicante impuso tres meses de prisión y una orden de alejamiento de año y medio a un hombre que pegó a su hija de 16 años con una zapatilla después de que ésta le diera una mala contestación.

La sentencia recoge que la hija contestó de forma airada, inapropiada e irrespetuosa, lo que hizo que el padre la golpeara con la zapatilla, causándole un hematoma en el muslo izquierdo que sanó a los cinco días sin necesidad de tratamiento médico ni quirúrgico.

Debió ser un alivio para el padre que el zapatillazo no tuviera mayores consecuencias. Seguro que lo pasó mal, que estuvo triste y bastante arrepentido. Es lo que suele pasarles a la mayoría de los padres y a todos los que creemos que nunca hay que pegar a los niños. Que a los niños hay que cuidarlos y tratarlos bien; de ahí que proceda exigir a los jueces que usen criterios más racionales y no sean ellos los que incurran en maltrato.

Sus señorías deberían ponderar las consecuencias que para el propio niño puede tener la sanción que imponen al padre, o a la madre, porque alejar a un niño de 10 años de su madre durante doce meses supone un castigo más duro y más cruel que la bofetada o el zapatillazo.

La disculpa, como siempre, será que se modifique la ley, pero aun en el supuesto de que la ley tenga que modificarse, no puede tener justificación que la decisión del juez suponga para el menor un daño muy superior al propio castigo físico.

Hasta ahora hemos hablado, sólo, de la aplicación de la ley, no hemos entrado a considerar si un cachete materno, en un momento determinado, puede ser útil y, hasta incluso, necesario. Y conviene hablarlo porque, viendo cómo están las cosas, parece que hay quien no entiende la relación entre padres e hijos y comete el disparate de calificar como delito un cachete o una «ñalgada». Hay mucha tontería en todo esto. Entiendo que la frustración no es justificante para dar un zapatillazo a un niño ni la violencia la forma adecuada de educarlo. Pero tan disparate es moler a un niño a palos como considerar delito una bofetada.

No; no pienso apelar al recurso de contar lo que nosotros vivimos cuando éramos niños. No es homologable ni vale para estos tiempos. Aunque oiga, ni tanto ni tan calvo, porque acabo de leer un protocolo de castigos, redactado por la Junta de Andalucía, y he quedado pasmado. Dice que el castigo no puede provocar una respuesta emocional en el niño castigado, que no debe provocarle inquietud ni ansiedad, y que el niño debe estar advertido, de forma firme y definitiva, de la sanción a la que se expone.

No lo tienen fácil los maestros, pero más difícil lo tienen los padres, a quienes se recomienda que no afronten la problemática del menor por su cuenta, sino con el oportuno asesoramiento de profesionales especialistas.

No sé lo que pensarán ustedes, pero para mí que la cosa se ha salido de madre y los niños son, en definitiva, los más perjudicados. Las sentencias de estos jueces no causan hematomas ni marcas externas, pero son bofetadas que a los niños les van a doler más que las que les dio su madre.



MILIO MARIÑO ESCRITOR

La Nueva España 8-12-2008