Boquerizu - Asturias

«No busco la felicidad. Ya no. Espero que me encuentre ella. Si quiere.

Si le apetece conocerme. No soy muy exigente ni rencoroso. No voy a tener en cuenta que me he pasado media vida, y eso son muchos años, pasando hojas muertas de calendario, con los sentidos en estado de alerta y rastreando todos los caminos que recorría esperando encontrar en alguna cuneta, o en algún recodo, o en algún socavón, eso que llaman felicidad, y que imagino que consiste en estar tan conforme contigo mismo y tus circunstancias que no desearías ser otra persona, ni cambiar a tus seres más queridos por otros, ni sustituir cada uno de los capítulos de tu diario por pasajes más intensos y memorables.

Tal vez haya gente que sea capaz de enfrentarse a sus carencias y poner manos a la obra para llenarlas de sentido, gente tenaz y creativa que puede construir su mundo a partir de materiales nuevos o de ruinas que consigue rescatar del derrumbe. No es mi caso. Y durante demasiado tiempo no ser alguien tan próximo a la divinidad (porque ser feliz gracias a uno mismo tiene mucho de milagro, y conste que no soy religioso, y sólo dejo la fe para el fútbol) me llenó de... dudas y... quebrantos dignos de mejor causa.

Ahora todo está mucho más claro. No es que haya visto la luz al final del túnel, es que he aprendido a caminar entre tinieblas. Eso me hace, si no más precavido, sí más atento al suelo que piso. He conseguido que muchas cosas que antes me hacían un daño desproporcionado no consigan alterarme ni alterar mi psoriasis.

He logrado, y me enorgullezco de ello, que el 90 por ciento de los disgustos profesionales mueran en el mismo momento que cruzo la puerta de salida. Y ya puedo, por fin, llegar a casa sin que mi mano dude un segundo eterno al girar la llave de la puerta. Mis largas listas de planes han pasado a mejor vida, mis libros de autoayuda han acabado en su sitio natural, la basura, y la agenda en la que encarcelaba mis días fue pasto de las llamas en la chimenea para darme el gustazo de ver cómo el cuero era devorado por un fuego liberador.

Sé que nunca seré feliz, pero también sé que, si algún día lo fuera, lo sabría en seguida: volvería a sonreír sin tener la sensación de que mis labios son de plomo».



TINO PERTIERRA

La Nueva España 3-12-2008