Boquerizu - Asturias

La vida cotidiana nos hace chocar de bruces con las realidades que otros nos hacen creer ficciones.

Cada vez me es más difícil distinguir lo real de lo no real. Hay quien lo distingue a la legua, pero algo debe pasar dentro de mi cerebro que me formo unos líos tremendos. Me cuesta encontrar la diferencia y eso que siempre tengo la prevención de plantearme que las cosas suelen ser diferentes por el lado de dentro que por el de fuera. Que nada es igual si lo vuelves del revés. Nada, ni esas prendas reversibles que se anuncian con el reclamo de que puedes usarlas por los dos lados, aunque luego, por alguna extraña razón, siempre acabas usándolas por el mismo y condenas al otro a ser de por vida un forro.

Algo así sucede con la realidad; que tiene dos lados reversibles, los dos dispuestos para ser usados, pero siempre usamos el que más nos conviene, el que coincide que está del lado mismo que nosotros. El otro sabemos que existe, pero es como si no existiera. Como si nuestra realidad fuera un alucinógeno que nos hiciera olvidarnos de todo lo demás.

Se estarán preguntando, quizás, el porqué de esta parrafada que no hace si no insistir en lo obvio. Llevan razón. Ya les dije al principio que cada vez me cuesta más distinguir entre lo real y lo no real, y ahora tengo que confesarles que, a veces, también se me escapa lo que pienso y cuando me quiero dar cuenta aparece escrito en un folio. Como ahora, que estaba pensando qué podía escribir esta semana y me encontré con que ya había escrito un buen párrafo sobre ese problema que me lleva a considerar real lo que otros toman por una ficción. Un problema que ya advertí hace tiempo, pero que se acrecienta, hasta sobrecogerme, cuando llega el invierno. Debe de ser cosa del frío. Del frío y el lujo, una mezcla que mi cerebro traslada a la conciencia para que no pueda librarme de sus efectos ni cuando cierro los ojos.

El frío y el lujo son dos lados distintos de una realidad reversible. Una realidad que golpea tus partes hasta dejarte triste, cabizbajo y meditabundo. Que fue como volví, hace unos días, de un periplo que me llevó por París y Madrid, por cuestiones de trabajo.

En París es costumbre que las terrazas de los cafés tengan calefacción y que en algunos sitios incluso te den una manta para que puedas resguardar tus rodillas del frío. Pues bien, justo del otro lado, por la parte de afuera de la terraza donde yo tomaba café, había dos perros y tres personas de esas que pasan el día y la noche en la calle. Tres personas y dos perros que aprovechaban el calor sobrante y se habían hecho un hueco entre la terraza y el escaparate de una tienda que exhibía vestidos de nueve mil euros.

Estaba tan alejado de mi geografía, y de mi bolsillo, que tuve problemas no sólo para discernir lo que era o no era real, sino para aceptar que yo estaba allí, compartiendo calor y café con un montón de gente que, al parecer, sólo veía los anuncios luminosos, los destellos de las luces de Navidad y el lado amable de aquel escaparate, todo ello disuelto en una especie de niebla cálida y acogedora que hacía invisibles a las personas y los animales que tiritaban de frío al otro lado del cristal. Era como si sólo existiera un lado de la realidad, el nuestro. Como si apenas un metro más allá no hubiera nadie. Bueno, para ser justo tengo que decir que una señora que estaba a mi lado advirtió a su amiga que los vagabundos -así fue como los llamó- habían tenido el detalle de abrigar a sus perros con un par de trapos, atados con cuerdas, que parecían haber recortado de un impermeable acolchado. Fuera, en la calle, había dos grados y el comentario de aquella señora hizo que recordara una conversación que oí hace tiempo: «Ese... ese es un cerdo a la izquierda», dijo uno. Y me sorprendió que los otros no le rectificaran, pero ahora lo entiendo. Hay gente que está, incluso, por debajo del cero.



MILIO MARIÑO

La Nueva España 1-12-2008

Da mucho juego "un cerdo a la izquierda", siempre que sea ibérico y no el acompañante habitual o el mamón que te adelanta en coche con temeridad. jejejeje.

Me veo en la obligación de matizar, pues juzgo el comentario poco afortunado en su redacción, que hablo en clave de humor e ironía. Confío en que sabréis disculparme. Saludos.