El desprecio «Óscar es una de esas personas que te caen mal antes incluso de saber que existen. Vale, vale, es una exageración, pero es que hay odios que lo merecen. No, odios tampoco es la palabra exacta. Desdén. Indiferencia. ¿Desprecio? Sí, desprecio. Le desprecio profundamente porque representa todo aquello que detesto. La prepotencia, por supuesto. ¿Recuerdas cómo alardeaba de haber obligado a un becario a llevarle un café? ¿Te acuerdas de cómo puso pingando a aquella camarera que se equivocó y le puso descafeinado de máquina en lugar de descafeinado de sobre? ¿Vas a olvidar aquella trifulca con una dependienta a la que acabó haciendo llorar y diciéndole que si quería, podía comprar la tienda sólo para echarla? La ambición venenosa es otra de sus muchas cualidades. No sólo quiere llegar a lo más alto, también pretende que a su alrededor no haya el menor atisbo de competencia. Y qué decir de su capacidad para la farsa. Puede estar babeando ante sus jefes y, cuando éstos se dan la vuelta, los acuchilla sin piedad con la lengua. Y su exhibicionismo, su vergonzoso empeño en restregarnos por la cara a los demás sus últimas adquisiciones. Eso incluye su colección de novias, o amantes, o lo que sea. Es de los que piensan que una mujer espectacular al lado garantiza la envidia de los demás, y la envidia ajena es algo que le llena de orgullo. Y lo peor de todo, lo que más angustia me produce, es que Óscar está empeñado en ser mi amigo. Ignoro las razones. ¿Me usará para limpiar su conciencia? Me da consejos: alegra esa ropa, hombre, pareces un sepulturero, me dijo, y la verdad es que mi afición por la ropa negra tiene muchos detractores. Necesitas cara nueva, me dijo un día, y me trajo una crema para la piel que nunca utilicé, yo no soy de ésos... y prefiero tener espinillas, puntos negros y grasa antes que darle la razón a ese miserable, capaz de dejarme tocar un día una prenda de terciopelo que su amante se había olvidado en el coche. Algún día te presentaré a una ex, me dijo, y yo, que terminaba de romper con una psicóloga afiliada a los zapatones, los jerseys de rombos y los monos, me hice unas falsas ilusiones de las que aún estoy convaleciente. Debería haberle mandado al infierno hace tiempo, pero no puedo. Y lo que es peor: no quiero». TINO PERTIERRA La Nueva España 24-11-2008
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