CAPITULO IV. POR SAN ROQUE Aquel verano antes de ir al internado ocurriría algo muy importante para la vida de Mariano, algo que dejaría huella para el resto de su vida. Como acordaron los dos se veían con mucha discreción, casi siempre en grupo disimulando lo que no se podía disimular, escondiéndolo que no se podía esconder. Llegaron las fiestas de Agosto, el día de la Virgen y de San Roque, Mariano había trabajado duro aquel verano, además de contribuir a la economía familiar había ganado lo suficiente para comprarse ropa nueva y otros caprichos. El día de la Virgen había bailado con todas la chicas que quisieron bailar con él, también lo había hecho con Isabelina, a pesar de las carabinas, esta le había dicho, con disimulo y a la oreja, que estaba muy guapo con esa camisa verde, pantalón de rallas y zapatos brillantes y un perfume que había visto en una revista y que le había encargado al taxista de Suflí Juan Lizarte. Mariano había decidido hablar con Isabelina en un lugar discreto que había preparado con mucho esmero, era una casa de su familia, en esta casa no vivía nadie, solo la utilizaban para guardar los aperos del campo y cosechas de trigo y en las trojes aceituna. Había limpiado una habitación, colocado algunos muebles para hacerla acogedora, había pedido un tocadiscos a Pedro el hermano de Josico, ¡tenía que ser una noche inolvidable!. A las 11 de la noche, la madre de Mariano fue a buscarlo al baile y le dijo que su padre se había puesto enfermo, que el agua de la cequia estaba a punto de llegar a los olivos y no podían perder la tanda. Le preguntó por la enfermedad de su padre y esta le respondió que la enfermedad de los hombres los sábados por la noche, no había mas que decir, Mariano comprendió, no era la primera vez, pero aquella noche no…., pero como la disciplina era lo importante en las familias suflireñas no había nada que discutir, cuanto antes hiciera lo que tenía que hacer antes terminaba. Cogió la azada y caminó a paso ligero dando grandes zancadas,- terminaré antes de que acabe el baile, pensó. Era una noche de luna llena, parecía de día, desde la salida de Suflí se divisaba la Loma, atravesó el río con paso decidido, se internó por el camino Armuña , en ese mismo momento le paró el padre se Isabelina, que posiblemente venía de hacer lo mismo que iba a hacer él. El padre se Isabelina era un hombre de mediana edad, parecía mas mayor de la edad que tenía debido a la dura vida en el campo, la piel la tenía quemada por el sol, no era muy alto y caminaba un poco encorvado, no era muy corpulento pero si que tenía mucha fuerza, Mariano lo había visto cargar sacos de aceituna de cincuenta kilos sobre la mula, que caminaba tras él, como si fueran de plumas, pero el a lo que le tenía miedo o mejor dicho pánico era a la hoz, cada vez que veía una le recordaba que había prometido cortarle el cuello si se acercaba a Isabelina. -¡Quieto ahí, muchacho!, le dijo, Mariano se paró en seco. -¡Te tengo dicho que no te acerques a mi hija y anoche estuviste bailando con ella!. Cuando Mariano comenzó a hablar para defenderse recibió el primer varazo sobre el hombro derecho. Mariano no quería pelear, pensaba en Isabelina, si le pegaba a su padre seguro que no volvía a mirarle a la cara, estaba con estos pensamiento cuando le cayó el segundo varazo sobre la cabeza, enseguida comenzó a sangrar, trató de escabullirse subiendo por un terraplén y los golpes se iban sucediendo sobre su espalda. Le dolía mas en su orgullo que las heridas que le producían lo verdagazos, Mariano era mucho mas corpulento que aquel hombre que se ensañaba con él, era mucho mas alto, una fuerte musculatura y una agilidad que sorprendía a todos sus amigos, había pocos que le ganaran en los juegos. Cuando subió al bancal que había sobre el camino se dio cuenta que aquel hombre lo había seguido, entonces se volvió y con el revés de la mano le dio un golpe para defenderse y el padre de Isabelina cayo por el balate. Mariano estuvo unos segundos observándolo y como vio que no se movía se un salto salvó el desnivel y lo palpó, - respiraba, ya podía irse tranquilo, no le había pasado nada. Con el cuerpo dolorido filtrándose la sangre a través de su camisa nueva, regresó por los callejones y las calles mas desiertas, no quería que lo viera nadie, no quería dar explicaciones. En un cruce de calles se encontró de sopetón a Susana, esta al verlo gritó al tiempo que se tapaba la boca. Susana le dijo que le acompañara, lo llevaría a su casa, pero no quería que lo viera su madre. Esta siempre le regañaba, -¡Niña, no llores mas por ese chico, ese muchacho no te merece!. Inconcientemente lo metió en su casa diciéndole –no hagas ruido, que no se despierte mi madre. Lo subió por las escaleras hasta el pajar, fue a por una jarapa y la extendió sobre la paja. Hizo que Mariano recostara, en este improvisado lecho, su cuerpo dolorido, ella fuel a por un candil y algodón. El algodón fue mojando en el aceite caliente del candil, le quitó la camisa y limpió las heridas, las limpiaba cuidadosamente, como tantas veces había visto a su madre aplicar con su padre aquel remedio con su padre cuando venía con heridas de la siega, limpiaba las heridas cariñosamente como tantas veces había visto a su abuela limpiárselas a su abuelo cuando venía este de la sierra de cargar leña, para sacar unas perras gordas, llevando esta a la yesera. Cuando las heridas estuvieron curadas se mojó las palmas de las manos en aquel aceite caliente y masajeó los fuertes músculos de Mariano. La noche de San Roque ya estaba avanzada, era casi la hora de los cohetes. Susana le dio masajes en los hombros, en las doloridas espaldas en los pectorales, insistió en las auroras des estos. Mariano hizo lo mismo, mojó las palmas de las manos en el aceite caliente y frotó bajo la blusa de Susana. Los cohetes habían comenzado, a medida que transcurría el tiempo el cielo se llenaba de luces de colores, palmeras, ……y explosiones. Desde el pajar se podía ver que la traca pirotécnica iba aumentando de nivel a medida que transcurría el tiempo. Susana y Mariano se abrazaron y aquella noche se amaron, se amararon y SE AMARON…. Amanecieron los dos abrazados, entonces él se dio cuenta que se encontraba completamente desnudo, ella lo observaba desde hacía rato. El comenzó a decir, -Susana, tu sabes que yo…, ella no le dejó continuar, poniéndole un dedo en los labios, -Si yo se todo, pero este momento no me lo quita nadie y también se que nunca serás feliz. Se levantó y le dijo – marcha por la puerta de atrás, ahora no te verá nadie.
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