Redován - Alicante

La última final de la Copa del Rey enfrentó a dos equipos, españoles, aunque algunos se empeñen en decir lo contrario, que representan, casi exclusivamente, a dos comunidades autónomas que históricamente, a través de sus formaciones políticas nacionalistas han planteado, y siguen haciéndolo, cuestiones de independencia, y por consiguiente de soberanía, de sus territorios con respecto al resto del Estado español y que, en tiempos de la Republica se presentaban para el debate político de entonces como “la cuestión vasca y catalana” . Las pretensiones, en mayor o menor medida, de conseguirlo siguen vigentes como es el caso de Artur Mas, con la fijación de fechas en las que se votaría en referéndum o, como a día de hoy, se emplaza a la ciudadanía a “expresarse” en ese sentido en las próximas elecciones autonómicas en Cataluña. Mi opinión al respecto la tengo muy clara, aunque no la voy a explicar ahora. Solo diré que un pronunciamiento definitivo por mi parte lo expresaré cuando en esas elecciones, quede establecido el mapa político y conformadas las mayorías y minorías parlamentarias. Ese pronunciamiento solo será una opinión política. Otra cosa es el cumplimiento, o incumplimiento, de la legalidad vigente en ese momento. Pero como lo mío es el futbol y los pitos, vamos con el partido entre el Barcelona y el Atletic de Bilbao, no tanto por su juego y resultado porque no había color aparte del azulgrana, sino por los protocolos rituales y ceremonias previas al choque copero que dieron con la esperada y monumental pitada, y no del árbitro, con la que fue recibido el himno de España. Como mi ardor por los símbolos está más apagado que una vela en plena ventolera no me enfadé ante la reacción “del respetable” contra el emblema musical del territorio patrio. Más bien me dio por sonreír ante tamaña incongruencia de los silbantes, que no fueron todos, que querían recibir de manos del Rey, otro símbolo del Estado, la copa de campeones. Yo defiendo la libertad de expresión, aunque, sin estar de acuerdo, esta se ejerza de manera tan simple y primitiva como el silbido para protestar. Pero más que en testimonios sonoros de nuestro malestar o estado de ánimo, creo que los argumentos para explicarlos son el mejor modo de hacernos entender. Paro también creo, y en esto con más firmeza aun si cabe, que las cuestiones políticas solo se pueden dirimir de dos formas, separadas o a la vez: las leyes y las urnas. Los abucheos, broncas y silbidos, no son más que ruido.