Foro- Ciudad.com

Peñafiel - Valladolid

Poblacion:
España > Valladolid > Peñafiel
16-05-15 01:46 #12623901
Por:jrma1987

La noche es el momento del raposo
“LA NOCHE ES EL MOMENTO DEL RAPOSO” O “TAMBIÉN LA BRISA BAÑA CON
SU BESO”
El canto de la noche silenciosa que esconde mucha vida en sus rumores.
Por José Ramón Muñiz Álvarez
Un texto dedicado a Jimena Muñiz Fernández y Mael Muñiz Vega

La noche fue cayendo lentamente: la brisa, desatándose las manos, con gestos invisibles y prudentes, rozaba la hojarasca, y, agitándola, vagaba peregrina en el hayedo. El último jilguero de la tarde miró, desde las ramas, el crepúsculo, queriendo despedir, en su derrota, la llama de un sol débil que moría. Y hablaron, temblorosas, las estrellas, amigas de la noche, si la noche nos viene despejada y si las nubes no cubren, con su manto, el firmamento.
La luna se asomó a sus ventanales: las sombras dominaron cada parte del bosque silencioso, y, lentamente, dejaron su guarida las criaturas en reinos de lechuzas y mochuelos. Y el zorro corrió todos los caminos, dejando atrás la vieja madriguera que pudo guarecerlo con el día, momento en que no quiere que lo observen. Su instinto es temeroso, si ve al hombre por esos robledales donde vive, siguiendo, persiguiendo, con paciencia las raras alimañas de este mundo.
Y vio la noche entonces los tritones: cruzaban los caminos, avanzando sin gran apuro, yendo lentamente por zonas de maleza a fuentes claras, si buscan por instinto el amorío. También hacen así las salamandras, que buscan los lugares pantanosos, las fuentes y hasta el viejo abrevadero que tienen los pastores en la cuesta. Y, cómo no, los sapos y las ranas se ofrecen como presa a los autillos que observan las extrañas migraciones que ven su avance a charcas escondidas.
La vida suele estar en cada parte: pequeños ratoncillos que caminan, que corren que olisquean cada cosa que encuentran a su paso, mientras siguen buscando la comida que precisan; las ranas y los sapos, los tritones, las viejas salamandras, las luciérnagas que inundan con su luz esas parcelas que ven su brillo mágico en la noche; los grillos, al llegar la primavera y acaso la cigarra, que se esconde detrás de cada hierba, en el verano, pasado junio, presto ya el otoño.
Las gentes, en su lecho, no lo ignoran: son muchos los sonidos bullangueros que llegan de lo lejos, en la noche, cruzando el aire mismo, los espacios que traen rumores raros y remotos (quizás el canto alegre del autillo, las voces agoreras de los búhos, quién sabe si el ladrido de algún perro que llama con tristeza a la alborada). La noche está poblada por la vida, las voces del ocaso son extrañas, si quieren ser metáforas de muerte, pues esa muerte es solo otro principio.
Y hay algo sugerente en las metáforas: con ellas son posibles parangones que pueden ilustrar aprendizajes, haciendo emocionante y deleitosa la rara comprensión de nuestro mundo. La noche es como un símbolo de muerte, por más que tenga vida, lo que anima curiosos pensamientos que parecen más propios de otro mundo ultraterreno. Por eso los fantásticos prodigios, posibles en las mentes desatadas, figuran los fantasmas en la noche, si escucha voces tristes y agoreras.
La noche, sin embargo, es otra cosa: las voces del crepúsculo nos gritan sus oros y dorados encendidos, cuajados de tristezas y emociones, en bosques y pantanos apartados. Entonces es momento del raposo, que deja su guarida tras la puesta del sol que vio también salir al lobo (los lobos son frecuentes en las sierras y suelen ser dañinos con las gentes que habitan los lugares, pero es bello sentir con el ocaso sus aullidos).
Las noches son momento del raposo. Y salen los raposos, arrojados de viejos escondrijos por el hambre que empuja sus instintos y los lleva por sendas y collados a los pueblos. Los pueblos son lugar de hombres sencillos que tienen sus corrales, sus gallinas, las ocas y los gansos que los zorros no dejan descansar, con sus ataques. Pensad en estas gentes de otros tiempos, odiando al lobo bravo y a los zorros, mirándolos con furia y el desprecio de quien se ve impotente en este caso…
¿Es esa la poesía de la noche? El hombre, en la prehistoria, temeroso, sentía la llamada de las fieras en medio de las sombras, en la nada, como un rumor lejano y lastimero. Y, desde las leyendas medievales, sabemos que los seres de la noche se asocian a los diablos y a los muertos que no alcanzaron paz en dicho trance. Los viejos saben bien esas leyendas que oyeron, años ha, donde la llama del fuego del hogar es ya más grande y vuelve a crepitar intensamente.
¿Y es esa la leyenda que se dice? El lobo, hijo del diablo, viene siempre cubierto por las sombras y asesina las cabras, los ganados, y, violento, se atreve con los hombres animosos. Es digna de temer la dentellada que clava con dureza los colmillos, haciendo brotar sangre, pues la sangre les brinda el alimento necesario. Las brujas los convocan con sus voces y sirven los instintos asesinos, robando las criaturas a las madres, que matan al llegar a su guarida.
Yo quiero soñar noches silenciosas: la lengua de la brisa, en los espacios, tendrá un lugar abierto a su camino, pudiendo así beber el agua dulce que está sobre la piel de las ondinas. Sabéis que las ondinas son las náyades que nadan en los ríos, cada noche, desde los viejos tiempos medievales, hermanas de otras ninfas más antiguas: las mismas que llevaron a la diosa que sabe de la caza a la laguna donde sus baños fueron sorprendidos por ese cazador sin gran fortuna.
La suerte no fue buena con el joven: fue triste su destino, pues la magia lo quiso convertido en cervatillo perdido en el camino ante sus perros, los cuales acabaron su desgracia. No siempre salen bien esos encuentros de humanos con los dioses, según cuentan Ovidio y otros tantos literatos que saben de los mitos más remotos. En cambio, yo imagino que las náyades están en cada fuente, que se bañan y observan a las gentes que se acercan.
Y existen los que ignoran la belleza: los mares son hermosos cada noche, mirando los senderos que la luna dibuja con sus luces, pues sus luces quizás son un destello repentino. Entonces es el baño un apetito que se hace caprichoso para todos, pues es verano ya, y es ya el momento de hallar el mar dispuesto para el baño. La clara libertad en las espumas parecen deleitar a quien se atreve, bañándose en las aguas siempre limpias, a ver un mundo nuevo entre las olas.
También la brisa baña con su beso: el suyo es ese beso siempre dulce, la voz del beso tierno que modera las ascuas del rigor que nos asfixia, si acaso es el verano de los duros. La brisa nos refresca y nos conduce, por un jardín callado y sin testigos, a sueños, sensaciones y añoranzas que sienten su caricia como antaño. Pues siempre está hermanada a los sonidos finales de un agosto que se muere, se quiebra y se derrumba donde el aire suspira en el silencio de la nada.
Yo sé de sus alientos en el rostro: la brisa es gran amiga de las noches que esperan ver la luz del viejo faro, perdiéndose en las sombras alejadas, aviso para el buque que se acerca. Y acaso es bondadosa la caricia que quiere conjugarse con nosotros en noches encendidas, calurosas como ese agosto vil en el que estamos. Conozco ya su rostro, ese semblante que no se deja ver, pero, risueño, nos hiere con el soplo de su boca, que avanza lentamente en el espacio.
Lo cierto es que la noche es lo mistérico: los pueblos primitivos asociaron la noche a los temores infantiles que pueblan la ignorancia de las gentes carentes de saberes esenciales. Las gentes más sencillas sienten lástima del canto de las aves en la noche, y encienden esos tristes alaridos temores en el alma del labriego. Son fuerzas que se esconden en la nada, que quedan guarecidas en la sombra, suspensas en cortinas tenebrosas que no dejan hallar respuesta alguna.
Son muchos los que piensan en la muerte: la voz de la lechuza en plena noche, los llantos quejumbrosos que profiere, pudieran ser un grito del infierno que anuncia al moribundo su destino. La muerte llena todos los rincones en la superstición de estos lugares que saben de los duendes y las brujas que campan a sus anchas por la noche. Asturias y Galicia son idénticas en su pasado oscuro y sus leyendas arcaicas, antañonas y curiosas, difíciles al sabio que investiga.
Mas no todo es hablar de extraños seres: los tragos y los diaños, los sumicios, quizás el espumeru y el Nuberu son seres de otro tiempo, de esos mundos suspensos en la rara fantasía. Los cuélebres no existen en las calles, las grandes avenidas, en las urbes que escuchan ese tráfico maldito que impide toda paz y buen descanso. Y la imaginación que los compone los mira como amigos de las horas de noches silenciosas de misterios y tiempos de hechiceros y de brujas.
Pensad en las novelas pastoriles: a veces los cabreros se lamentan, pues pierden los amores y se sienten perdidos, si el desdén los torna en nada, quedándose en silencio cada noche. Y son los compañeros taciturnos del lobo, de los zorros y del cárabo, del sapo y el tritón, la salamandra que pasa, sin quemarse, junto al fuego. Por eso la alborada los sorprende, si lloran, como siempre, melancólicos, si gimen por amor, pues los amores los pueden reducir a esos delirios.
Pensad en las auroras repentinas: sus brillos son la llama de alegría que traen la vida entera a cada monte, cuando la noche, dama temerosa, retira sus cortinas de este reino. Sus feudos no son algo que pudiera vencer y someter prados y fuentes, y el bosque silencioso, el denso bosque, por fin ve los colores de su otoño. Y, si en la primavera, al encenderse, la aurora roza el brillo de la helada, mirad con qué hermosura nos entrega su aliento desde el horizonte triste.
El alba es como un beso delicado: mirar esos colores en el aire, seguir esos dorados en el cielo pudiera ser placer de quienes aman la luz de la mañana con sus brillos. El sol es un corcel que cruza el cielo, dichoso como un niño, en un avance que busca mares, sierras, cordilleras y valles apartados entre montes. La noche queda atrás en su derrota, vencida, destronada, sin su finca de sombras y cortinas de tiniebla que rasgan, temerosas, las estrellas.
La luz de la mañana nos saluda: por fin se ven las nubes en el cielo, los brillos repentinos, las espumas que corren esos mares de los mapas, con olas encrespadas, gigantescas. Por fin es el momento en que se encienden los brillos que dan vida al mundo entero, que pueden convocar al caminante, que miran al labriego, si madruga. La luz de la mañana ve pesqueros que corren a buscar otra aventura, que cruzan esos mares con las redes echadas al azar del mar tranquilo.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
Puntos:

Tema (Autor) Ultimo Mensaje Resp
Noche de Monologos Por: No Registrado 21-11-09 15:08
No Registrado
10
Cotillón de Nochevieja Por: No Registrado 13-11-09 23:06
No Registrado
9
Noche de Monologos - Boulevard Por: No Registrado 19-06-09 09:41
No Registrado
7
Simulador Plusvalia Municipal - Impuesto de Circulacion (IVTM) - Calculo Valor Venal
Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:08/08/2020
Clausulas de responsabilidad y condiciones de uso de Foro-Ciudad.com