Melgar de Arriba - Valladolid

Hace unos días, coincidiendo con las primeras luces del alba, seguíamos los surcos de una loma ondulada, verde como el trigo verde, de estos nuestros queridos Campos de Castilla terracampina, cuando nos encontramos frente a frente con dos perdices, también muy madrugadoras ellas. ¿Adónde vais tan presurosas y rutilantes con el rocío que cae? Al grano, nos contestaron al unísono. Nada más natural en vosotras, les dijimos. Pues eso, y aunque ciertamente nosotros no seamos perdices, compartimos con ellas algunas inquietudes. Así que vamos a él.

Últimamente departimos a menudo con nuestros amigos los agricultores y ganaderos, de un lado, y de otro, con nuestros también amigos los naturalistas (naturalmente). Y en verdad hemos de decir a fuer de ser sinceros que se nos parte el corazón en dos mitades más o menos iguales, por eso también podemos afirmar con toda propiedad que tenemos el corazón “partío”. Un par de meses ha que los ayuntamientos de una provincia castellana, incluido el de la capital de la provincia y la Excma. Diputación, han aprobado mociones por unanimidad (curioso esto…) para declarar que esta provincia esté libre de lobos, y por tanto declarar a extinguir a esta especie. Sin llegar al extremo de lo que algunos han propuesto, en clave de chanza lógicamente, de que a quien habría que declarar a extinguir es a la clase política, o al menos a cierta especie de ella, lo cierto es que escuchado esto así, y a bote pronto, esta propuesta nos suena tan extrema que solo cabe interpretarla en clave de loable intento de llamar la atención o como una forma de arrogarse competencias impropias, ahora que muchas de estas instituciones locales están en cuestión por su innecesariedad, duplicidad o solapamiento con otras de rango superior. A esta propuesta se ha adherido con renovada ilusión la Alianza UPA-COAG, muy beligerantes últimamente con esta especie animal.

El exterminio de especies, salvo casos en que esté en peligro la salud humana, no es una buena solución, y además no suele dar resultados. A mediados del siglo pasado, algunos granjeros europeos y australianos lo intentaron con los conejos de campo por los daños que causaban en sus cosechas. Al final, han acabado autoinmunizándose frente al virus que se creo expresamente para conseguir su desaparición. El lobo tiene tanto derecho a estar aquí como nosotros, lejos de ser una especie invasora como la cotorra argentina(ave), el siluro o el cangrejo rojo, lleva conviviendo con nosotros desde que habitábamos en cuevas y nos cubríamos con pieles (de animales). Ya entonces competíamos por la misma comida, incluso a veces la compartíamos y todo, como ahora hacen otras especies en una suerte de entente cordial en provecho mutuo. Lo que ocurre es que cada vez lo hemos ido arrinconando más y más, lo hemos confinado en lugares imposibles donde no encuentra medios naturales para sobrevivir. Y claro, luego pasa lo que pasa: lamento y desesperación de ganaderos, ya de por sí bastante apretados por otros “lobos”. Pero, hombre, pedir a grito pelado el exterminio de toda una especie animal milenaria por un quítame allá esa cordera… nos parece cuando menos exagerado y en cualquier caso desproporcionado. A los dueños de otros negocios, también muy respetables, les perjudican igualmente ciertos imponderables de la naturaleza, pero asumen el riesgo y adoptan las medidas preventivas y paliativas necesarias. A nadie puede resultarle razonable proceder de la misma manera que hace una década se hiciera con la plaga de topillos que asolaba nuestros campos. El lobo debe seguir conviviendo con nosotros en paz y armonía, y si algún día te encuentras un lobo hambriento pasando por delante de tu puerta, hazlo pasar e invítalo a tu mesa. Un animal tan poco amante de la compañía humana, si acepta es por pura necesidad de supervivencia. También se han dado casos de buitres abalanzándose sobre animales vivos: ¡muy desesperados debían de andar los pobres para hacer algo que no está en su información genética…! Luego discutamos quién paga el banquete, si el seguro subvencionado o la administración autonómica, pero deberá hacerse con rapidez para no perjudicar aún más al ganadero, muy asustado ya de por sí a causa del percance. En estos días que quien más o quien menos andamos declarándole nuestro amor a la Agencia Tributaria, a algunos de nosotros no nos importaría poner una cruz para que un par de euros de nuestros impuestos se dedicara a subvencionar el seguro de estos ganaderos de zonas loberas de la comunidad. ¡A buen seguro que a cosas peores, más inútiles y menos confesables tenemos que subvenir con nuestros impuestos!

Porque, queridos amigos de la fauna ibérica, aunque parezca una paradoja en toda regla, el lobo no es un lobo para el hombre: el auténtico lobo para el hombre es el hombre mismo. De hecho llevamos siglos devorándonos unos a otros. Ya lo dijo en el siglo XVI el político inglés metido a filósofo o filósofo metido a político, que no se sabe qué fue primero, Thomas Hobbes: “Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre). Claro que, obviamente, no compartimos la conclusión a la que llega después de haber formulado el anterior aforismo: proclamaba la necesidad de una autoridad absoluta que debería ser obedecida por todos y sin excepción, y que acabaría con el parlamentarismo vigente entonces, y no es plan claro… Esto nos parece tan execrable, salvando las distancias, como pedir el exterminio de toda una especie animal. Hay que acostumbrarse a convivir con el lobo si no queremos acordarnos únicamente de él por la navidad, para cantar aquello de: ¡El looobooo, qué buen turrón, qué bueeen turrón…! No es nuestro enemigo, y si a veces lo parece, es porque le hemos empujado a ello.

Cuando a los habitantes de esos ayuntamientos se les ha preguntado por sus preocupaciones más imperiosas, ninguno mencionaba al lobo. No consta que los habitantes de esa preciosa ciudad castellana amurallada estén atemorizados, ni que al caer la noche acudan atropellados a encerrarse en sus casas por temor al lobo feroz. Tampoco, hasta donde se sabe, las murallas que rodean la ciudad se construyeron para defenderse de él. ¿Qué les diría a estos representantes locales su paisana, la reformadora del Carmelo y autora de “Las Moradas”, que se pateó media España de entonces a sandalia suelta instaurando las Fundaciones? Bueno, según era ella, seguro que les diría: “Políticos locales… “menos lobos” y más compromiso con el ciudadano”.

¡Que no! Déjense de hacerle “lobby” al lobo, que los lobos feroces y voraces son otros, y no trotan precisamente por el campo. Que para algunos conciudadanos, lo único que empieza a ser verdaderamente feroz, es el hambre. Y cuando el hambre deviene en feroz, puede convertirse en infinitamente más peligroso que el lobo. Algunos ya le están viendo las orejas al ídem… ¡Ojalá no lleguen a verle el cuerpo entero!

Queremos rendir un sentido homenaje a Alfredo Landa, que nos dejó hace escasos días, justo cuando se acababan de cumplir tres años de la desaparición del creador del personaje que más fama le dio: el maestro Delibes. Interpretaste en tu carrera muchos papeles y a los más variopintos personajes, pero si uno te marcó para siempre fue el de Paco, el Bajo, en “Los santos inocentes”. Ya estás en el imaginario español, querido Alfredo.

Para terminar, lo hacemos con otra paradoja. Nos queremos despedir como saludaba Paco, el Bajo:

- Buenas nos las dé Dios, señorito.

Recordad, amigos, que el amor y la verdad os harán libres (y el amor a la verdad, ni os contamos)

Un saludo cordial de un niño y una niña de Félix

Si bien coincido en que la proposición de exterminar al lobo no pasa de ser una aberración, este alegato que has expuesto me parece la forma más absurda de querer decir mucho, y no decir nada.
Y es que no hay mejor defensa, que aquella que precisa poca lucha (en este caso palabras)

Me gusta el lobo. Me gusta el tigre, el oso... Todos ellos animales fascinantes. Me gusta el caballo.
El lobo se como al potrillo. Qué muerte tan cruel ser devorado en una jauría.
Si hay algo extremadamente cruel y sádico es la propia naturaleza. El dolor sólo acaba con la muerte.
Poco importa que el hombre como especie siga existiendo o desaparezca.
El gato caza al pájaro aunque sólo sea por jugar, el perro al gato...
Es verdad que el hombre los caza a todos, pero eso sólo es porque puede.
Por lo visto o se es lobo o se es oveja, y nosotros somos lobos.

pues a mi el otro dia un lobazo me queria comer.

Es que hay "lobos" muy golosos.
Y lobas también. Que algunas tienen un peligro que.....