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Cañizar del Olivar - Teruel

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10-07-09 21:19 #2684299
Por:"trucho

DEBES INPLICARTE Y CORTAR CORTO A QUIEN TU YA SABE
ACERCA DE LA JUSTICIA DE DIOS
Prod'hom F. - (Messager Évangélique, 1989)
Una carta de F. Prod’hom

Querido hermano:

Trataré de expresarle mi pensamiento, tan claramente como pueda, acerca de lo que comprendo sobre la justicia de Dios en estos tres pasajes: Romanos 3:21-26; 2.ª Corintios 5:21 y Filipenses 3:9.


La justicia de Dios es, en primer lugar, un atributo de Dios. Todo lo que Dios hace, necesariamente debe ser el cumplimiento de un acto de justicia de parte de Él. Mediante la obra de Cristo, Dios se situó de tal modo que puede cumplir un acto de justicia cuando justifica al que es de la fe de Jesús, y de igual manera cumplirá un acto de justicia cuando arroje en el lago de fuego a todo aquel que se halle inculpado de sus pecados ante la justicia de Dios en el día del juicio.


Yo no diría que el pasaje de Juan 16:9-11 dé la definición de la justicia de Dios o, en otros términos, que la gloria en la cual Dios situó a Cristo sea la definición de la justicia de Dios, sino, más bien, que es la demostración de ella.


Si consideramos lo que sucedió en la cruz, desde el punto de vista exterior, se encuentra esto: Dios permitió que el único justo y perfecto que se hallaba en el mundo, fuese injustamente llevado al suplicio, sin que voz alguna se levantara en su favor. Entonces surge la pregunta: ¿Dónde está la justicia? Luego, cuando Satanás y los hombres agotaron todos los recursos que podían utilizar contra Cristo, y Él se encontró en la cruz solo con Dios, ¡he aquí que Dios lo abandonó! Aparentemente, ¿no faltaba la justicia?

¡Oh, esperad un poco! Dios resucitó y exaltó a lo sumo en la gloria a este mismo Jesús que fue injustamente rechazado por los hombres, y que incluso Dios había tenido que desamparar en la cruz cuando fue hecho pecado por nosotros. Entonces, esa gloria suprema en la cual Dios lo situó fue la demostración de lo que es la justicia de Dios. Luego, cuando el Espíritu Santo vino a la tierra a dar testimonio de la gloria en la cual Dios situó a Cristo en el cielo, ese testimonio fue la demostración de la justicia de Dios para con Cristo y, al mismo tiempo, por consecuencia, de la injusticia del hombre para con Cristo.


Por supuesto, la justicia de Dios es única, pero presenta diferentes facetas que están en relación con el alcance que tienen los pasajes, el libro, o el tema que se trata, en los cuales se exponen dichas diferencias. La manera en que cada pasaje nos presenta la justicia de Dios nos hace apreciar esas facetas o aspectos diferentes. Esto es lo que me parece ver en los tres pasajes que he citado.

En Romanos 3, como el tema no va más allá de la justificación de nuestros pecados, el asunto se presenta de la siguiente manera: Dios, por su justicia para con Cristo, por así decirlo, debe justificar al que es de la fe de Jesús, a causa de la perfección del sacrificio expiatorio de Cristo, quien satisfizo la justicia de Dios contra nuestros pecados. Creo que debemos entender en este sentido el hecho de que nuestra justicia participa de la justicia de Dios. Dios cumple un acto de justicia al justificar a aquel que cree. Hallamos aquí la justicia justificante, es decir, la justicia de Dios justificando al creyente a causa de la redención.


La justicia de Dios contra nuestros pecados, la cual hirió a Cristo en la cruz, y Cristo quien satisfizo perfectamente esta justicia y glorificó en ello a Dios, es la base para que la misma justicia de Dios sea una justicia para con Cristo al justificar al creyente y, por este hecho, una justicia para con aquel que es de la fe de Jesús.


Pero por el hecho de que la epístola a los Romanos no presenta la doctrina de nuestra unión con Cristo resucitado y glorificado, el capítulo 3 sólo nos muestra el lado que nos da a conocer la justicia de Dios justificando al creyente.


Por el contrario, el pasaje de 2.ª Corintios 5:21 aborda el hecho de nuestra unión con Cristo, y aunque esta doctrina no sea específicamente desarrollada en ese capítulo, leemos que Pablo dice: “Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (v. 16-17). El Cristo de los creyentes, si podemos expresarnos así, es un Cristo muerto, resucitado y glorificado.

El versículo 21 nos muestra, por decirlo así, las dos antípodas de la justicia de Dios en relación con el Redentor. No dice que Cristo llevó nuestros pecados para que nosotros fuésemos justificados, sino que Él fue hecho pecado por nosotros. Sobre la cruz, por un momento, la justicia de Dios sólo vio el pecado, y castigó a éste como lo merecía. Pero esta justicia fue tan plenamente satisfecha, Dios fue tan realmente glorificado, nosotros tan perfectamente salvados, que la misma justicia de Dios exaltó a lo sumo y glorificó a Cristo; y nosotros estamos en Él.


Como Cristo reivindicó en la cruz los derechos de Dios, era justo de parte de Dios que lo glorificase exaltándolo por encima de todo. Pero por la misma obra de la cruz, Cristo nos ha redimido plenamente; y era justo que Dios le entregase a los suyos y que éstos se encontraran en la misma posición gloriosa allí donde Él está.

Alguien dijo: ¿Cómo se podría concebir que un Redentor no tuviera a sus redimidos con él? Puesto que sus redimidos son uno con Él, allí donde la justicia de Dios situó al Redentor, ellos son, o vienen a ser, justicia de Dios en Él. Que seamos justicia de Dios en Cristo no significa que participemos de un atributo de Dios, sino que es la consecuencia de nuestra unión con Él en la gloria. “Pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1.ª Juan 4:17).


Pero nosotros debemos estar con Cristo allí donde él mismo está, para que goce del trabajo de su alma; y esto será para Él una consecuencia de la justicia de Dios. He aquí la faz presentada en Filipenses 3:9, para que seamos hallados en él, no teniendo nuestra propia justicia... sino la justicia que es de Dios por la fe. Por cierto es esta misma justicia de Dios la que nos justifica según Romanos 3 y la que nos une a Cristo en la gloria según 2.ª Corintios 5.

Pero en Filipenses 3:9 ella se presenta como algo futuro, en el sentido de que cuando Pablo llegue a ser conforme a Cristo en la gloria, este hecho será entonces la manifestación en la gloria de que Pablo había sido justificado según la justicia de Dios, y unido a Cristo en la gloria según la justicia de Dios. Entonces, habiendo llegado a la resurrección de entre los muertos, él será hallado en Cristo, hecho semejante a Él, para estar siempre con Él, según todas las consecuencias de la justicia de Dios. Cito aquí una frase de J.N.Darby: «Nuestra glorificación forma parte de la justicia de Dios. ¡Cuán grande es todo esto!»


En cuanto a la pregunta: «¿De qué manera la ley y los profetas dan testimonio a la justicia de Dios manifestada ahora sin ley?», me pregunto si toda la disposición del sistema legal, que exigía la justicia del hombre, no tenía en vista pedir otra; si todo esto no hacía sobrentender la necesidad de un mejor orden de cosas. La imposibilidad del hombre para alcanzar la justicia, ¿no dejaba entrever la necesidad de una justicia de Dios?

Incluso ciertas declaraciones de Moisés daban por sobrentendido el asunto. Cuando en Deuteronomio, capítulo 30, él anuncia que existiría la posibilidad de volver a Dios después de que todo quedara perdido según la responsabilidad que tenían bajo la ley, el mismo Moisés, que describe la justicia de la ley (Romanos 10:5), es el que luego describe la justicia que se basa en el principio de la fe.


Y más adelante, cuando David pecó con la mujer de Urías e hizo matar a este hombre, según la ley él debía morir, pero Natán le dijo: “Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2.º Samuel 12:13). Partiendo de esto, David habla de transgresiones perdonadas, de pecado cubierto, de iniquidad no inculpada. Esto ¿no abría a su fe el horizonte de un dominio desconocido doctrinalmente, pero donde la fe presentía el advenimiento de un orden de cosas que estarían en absoluto contraste con la justicia exigida por la ley?

Así, en Romanos 4:6, donde me parece que el Espíritu Santo analiza lo que le había dictado a David en el Salmo 32:1, está escrito que David expresó la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras. Luego, si consideramos lo que el apóstol Pedro nos dice en su primera epístola, respecto a los profetas que indagaban en las profecías de ellos acerca de la salvación prevista en sus declaraciones (1:10-12), todo ello, con las profecías formales relativas al advenimiento de Cristo y a las bendiciones incondicionales ¿no dan un tácito testimonio a esta justicia de Dios ahora revelada en el Evangelio?


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