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Villalba de Guardo - Palencia

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España > Palencia > Villalba de Guardo
13-04-11 20:25 #7524003
Por:delaheraluis

Villalba en el recuerdo
Voy a abrir esta página, donde escribiré los recuerdos que guardo del pueblo y como el tiempo y los años han ido transformándolo poco a poco: sus calles, sus casas, la vega, el monte, sus gentes, todo...
Sé, que muchas cosas las tengo en el olvido y podréis añadir vuestros propios recuerdos para que aquellos que de verdad amen Villalba los revivan y no los olviden.
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13-04-11 20:56 #7524264 -> 7524003
Por:delaheraluis

RE: Villalba en el recuerdo
LAS CALLES DE VILLALBA

Las calles de mi pueblo son las calles de mi infancia, llenas de recuerdos y llenas de vida porque era muy difícil cruzarlas de arriba abajo sin encontrarse con alguien.
Calles, sombreadas y frescas en la mañana y el atardecer, y luminosas al mediodía por su orientación.
Calles pindias, estrechas. Llenas de piedras y barro si llueve. Llenas de moñigas y de un olor a puchero que era una tentación a la barriga. A humo de las placas siempre encendidas, a hierba seca o fermentada que salía de los bocarones o las cuadras y a tierra seca de sus fachadas de barro y paja.
Calles llenas de cantos y voces, de puertas abiertas invitando a pasar, y de mugidos de vacas, cencerros y esquilas que sonaban en la quietud de las cuadras.
Calles con perros y gatos en ellas o bajo el dintel de las puertas. También las recuerdo llenas de pájaros; gorriones, pigazas, carboneros…que siempre estaban, y de los que nos visitaban a partir de primavera, como las golondrinas, aviones y los inquietos vencejos dueños de las esquinas de los aleros más altos.
Calles sin secretos, pero con sorpresas porque de sinuosas nunca se veía el final y por tanto, a quién te podías encontrar y si era la época de la hierba había que estar atentos por si dos carros se encontraban.
Calles cuyos rincones y esquinazos se aprovechaban de carboneras, leñeros algún abonero, carros durmiendo por sus recovecos, y aperos colgados de las paredes.
Todas las calles están en la misma dirección norte-sur y todas más o menos paralelas, unidas por pequeñas callejas, a veces angostas, otras algo más anchas:
La calle de los Corrales. Desde el entronque del Camino Vecinal, antigua cochera del tío Modesto y antigua casa del zamorano hoy de Emiliano y Visita hasta la era del tío Santos y cementerio.
Camino Vecinal, en realidad desde la carretera hasta el final del Puentín ya que esto es lo que consideraba la Diputación cuando asfaltaba y reparaba dicho espacio. Pero en realidad llega hasta la casa del tio Gallardo (casa de Silvano y Mena) donde está la placa original justo delante de la casa de “los señoritos los parientes de Ricardo Cortes
Mayor o de Ricardo Cortes, Desde la casa dicha anteriormente hasta la puerta de la iglesia
La Barrancosa, desde el entronque de la calle Mayor Esquina casa de Eliseo y Casimiro hasta la fuente del Caño pasando por delante de la Fuentona
La Calzada la más soleada, desde el comienzo del puente hasta el juego de bolos
El Caraminchón (o camino anchón) donde los niños hacíamos unas resnaleras de vértigo al estar al lado de la escuela y con aquella pendiente que era un auténtico tobogán nos deslizábamos sobre el hielo y la nieve prensada calle abajo con las broncas de los mayores porque luego el ganado cuando bajaba al río a beber se resbalaba y podía patiquebrarse
El Ventanón la única que las cruza casi a todas de este a oeste o de la cuesta al río. La calle más peligrosa cuando había tormenta, porque parecía un río y en ella había que cruzar maderos para que el agua no horadase su suelo
El Regachín calle que va desde la Fuentona hasta la casa de tía Vicenta y la de José “Coto”.pasando por el monumento al herrero
La Fuentona calle que baja desde la Fuentona en dirección al sur y acaba en la placita de la casa del tio Antoñines, Esperanza y Venicio
Luego, allende el río, dos más amplias y despejadas abiertas al norte y al sur
Regalapisa desde el final del Puentín hasta la casa del tio Miguel hoy de Gelina y la de Abel
El Molino desde el Puentín hasta el inicio de la Cañada.
Luego, hay multitud de callejas estrechas y angostas, que unen unas con otras bajando todas a querer beber en el río.
Estos son los nombres de la calles de mi amado pueblo, recorridas muchas veces en mi memoria y recorridas otras en las fantasías de la ausencia y la nostalgia. Quisiera volver a pisar de nuevo sus piedras y sentirlas hincarse en mis plantas, encontrar una sorpresa en el doblar de sus esquinas y volver a los juegos de niñez; la maya, tres marinos, el marro, la nita, las gallerotas aprovechando sus hoyos. Tocar las húmedas piedras de las paredes de sus casas, sentir el tacto del adobe de sus fachadas e impregnarme las manos de su color rojizo.
Hoy esas calles ya no son igual, siguen siendo estrechas, pero no tan pindias, están mas llanas y vacías de barro y animales. Están limpias, solitarias y las puedes recorrer sin que encuentres a nadie ni haya voces, ni animales.
La vida ha cambiado.
Hoy pueden estar vacías o con coches y además silenciosas. Asfaltadas, llanas y sin peligros de tropiezos que te dejan la marca de sus piedras en las rodillas.
A partir de los años 70 sobre todo el 1972, siendo alcalde el tío Luís, se trajo al pueblo la acometida del agua y al hacer las zanjas para ello y los desagües se comenzaron a asfaltar. En un trabajo común donde todo el pueblo participaba, llamado huebra y por turnos.
Costó alguna multa y algún enfado cuando se quitaban los leñeros o carboneras que de toda la vida ocupaban parte de las calles y que sus dueños tenían como algo propio.
Siempre recordaré con admiración y nostalgia cuando se quitó la carbonera a la tía Lola y lo mal que lo pasó mi padre amigo de juventud y de siempre de su esposo José (algún día os lo contaré).
Calles cuya limpieza se subastaba el día de año nuevo, bien por tramos o por entero y se recogía el barro y la suciedad para luego abonar los prados o las tierras.
Aún resuena en mis recuerdos el cantar de las llantas del carro chocando con las piedras y aún, sin esfuerzo puedo revivir los saludos de sus gentes en el ir y venir de la vida diaria.
Que raro me sentí la última vez que las pisé en medio de su silencio.
Hoy, esas calles, que siguen siendo queridas, me dan cierta tristeza porque las recorrí sin encontrarme con nadie, ni escuchar una sola voz delatora de vida tras las ventanas. Hacia frío, y no vi en su cielo la sinuosa humareda elevarse al más allá de los recuerdos.
Pero, a pesar de todo, son las calles de mi infancia y de mi pueblo. Son parte de mi vida y siempre estarán en mi recuerdo
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16-04-11 21:37 #7554306 -> 7524264
Por:No Registrado
RE: Villalba en el recuerdo
Gracias Luis, por traer a mi memoria los sonidos, olores, sabores y colores que llenaron mi niñez y aún hoy me hacen sentirlos muy actuales.
No se si tienen denominacion de calle, pero se me ocurren: Calle del río, la cañada y la del juego de bolos.
Alberto
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29-05-11 20:03 #8000136 -> 7554306
Por:delaheraluis

RE: Villalba en el recuerdo
A LA HORNERA
Una vez al mes, más o menos, cada veinte días o cuando era necesario había que amasar.
Por lo general se juntaban dos o tres familias para sacar mayor rendimiento al horno y abaratar costes. También se solía amasar en fechas cercanas a las grandes celebraciones o fiestas para aprovechar a asar carnes o a hacer dulces con los que agasajar a los invitados. Por entonces había mucha costumbre de recibir a la familia en las fiestas y visitarse. Hoy en día esto se va perdiendo.
Solía ser una tarea exclusiva de las mujeres que dominaban este arte de maravilla.
Si se hacía en vacaciones, vísperas de fiesta o fin de semana, los niños participábamos al no haber escuela. Colaborábamos con alegría y gusto. Tenía su encanto amasar el pan y hacer figuritas que se horneaban y luego se comían.
Lo primero era transportar todo lo necesario: el agua templada, la harina, la sal, el hurmiento, la leña, los útiles, artesa, trapos , pala, cuchillos y demás.
Los niños llevábamos la leña que íbamos metiendo en el horno hasta que se encendía y se atizaba el fuego. Mientras se calentaba lentamente, el agua templada, la harina, la sal y la levadura iban tomando forma y mezclándose en armonía una y mil veces hasta coger cuerpo y que no hubiese ningún grumo. Aquella pasta amasada y reamasada, iba compactándose, y una vez acabada, había que dejar reposar tapada con unas viejas sábanas para que la levadura fuese haciendo su efecto.
Alguien ha dicho que amasar el pan fue uno de los primeros inventos del hombre.
Parece sencillo pero tiene su secreto. Lo primero, es mezclar la harina y el agua con lentitud y paciencia, agua templada para que no surgiesen burbujas y grumos, después la sal, luego el hurmiento y amasar y amasar sin fatiga muchas veces.
Pasado el tiempo de reposo y con el horno a punto
Se amasan pequeñas cantidades; hogaza, media hogaza, bregao, de centeno, torta… todo a ojo, para darle forma y cuatro cortes que forman cuatro deliciosos rescaños y otro en el centro antes de meterla al horno, al que previamente se había limpiado bien el suelo y amontonado en la entrada las brasas restantes para mantener la temperatura.
Casi siempre se introducían a media cocción unas tortas untadas de aceite, azúcar o clara de huevo y en invierno los deliciosos roscos de jerejitos y azúcar. Otras veces, sequillos y mazapanes. Otras, patatas asadas para dar de premio a los niños. Pasado el tiempo preciso se sacan, se dejan a reposar y al final de la tarde se hacia el reparto, a cada familia lo suyo y se llevaba a las casas donde se solía guardar en el gran arca de nogal, al cuidado sobre todo de ratones.
Y por unos días, toda la estancia y la casa olía a pan, que sin estar bendito, sabía a gloria. Aquel olor inconfundible que llenaba los sentidos y hacia la boca agua, precursor de dicha y calmador de hambres.
A partir de los años sesenta comenzó a ir por los pueblos el panadero de Guardo que recogía sacos de trigo y según el peso te daba unos vales para cambiarlos por pan. Con su furgoneta llegaba puntual todos los días y por todo el pueblo iba dejado el pan y las famosas “barras” y acabando con las horneras y la costumbre de amasar. Muchas se fueron cayendo por el olvido y la dejadez, otras se destruyeron y apenas quedan dos o tres, como la de Agustín. Que merecería una visita, por su historia y significado
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13-06-11 18:22 #8146871 -> 8000136
Por:delaheraluis

RE: Villalba en el recuerdo
LOS PERROS DEL PUEBLO
Siempre, en todos los pueblos, los perros abundaban y rara era la casa que no tenía. El perro y el gato faltaban en pocas.
Pero los perros del pueblo no eran como los de la ciudad. Sabían bandearse solos, conocían el entorno y a sus gentes y sabían perfectamente cuando alguien era forastero y ajeno al vecindario.
En Villalba, había pocos perros de raza. Los más abundantes eran los que no la tenían, o mejor, “los del pueblo” porque entre ellos se cruzaban y aparecían nuevas tallas y pelajes.
Lo que se dice perro de raza, sólo había dos clases; los mastines y los de caza. Los mastines para cuidar las ovejas y acompañar al pastor, rara vez se paseaban por el pueblo, ya que siempre estaban en el monte con los rebaños a los que guardaban del ataque de los abundantes lobos. El pastor les ponía unos collares dobles llenos de puntas llamados “carrancas” porque sabía que para los lobos era el punto donde siempre mordían y había que protegerlo. El mastín era un perro enorme, de pelo más bien largo, denso y de colores claros, dura piel y gran alzada, inteligente, aparentemente pacífico y mansurrón pero de mirada astuta y siempre atento. Su silueta destacaba, por su altura, entre todo el rebaño con el que se mezclaba como si fuese el guardián del entorno. Además su ladrido pausado, bronco y profundo llamaba la atención. No olvidemos que Villalba era tierra de lobos.
Los perros de caza solían ser setters o pointers en su mayoría, también había algún griffón, podenco, perdiguero o sabueso y si uno, había sido paciente en su enseñanza recogía en la caza los frutos, con el cobro de abundantes piezas. Un buen perro de caza era un tesoro y un orgullo para su dueño que presumía de sus hazañas en las tertulias festivas y cantineras. Todo el pueblo conocía la fama de algunos de ellos.
Entre los “del pueblo” había unos especializados en guardar y ayudar a controlar el ganado, sobre todo vacas y ovejas eran “los carea” o perros que corrían la piedra y entendían los gestos e indicaciones de sus amos como nadie. Inteligentes y serviciales, incansables y de una ayuda impagable.
También había perros especialistas en cazar erizos o en enfrentarse a culebras, lagartos o mostolillas.
Lo increíble entre los perros del pueblo era como se comunicaban entre ellos, sobre todo en la tremenda calma de la noche fría y larga del invierno. Cuando el lobo se atrevía a acercarse u otro perro extraño merodeaba el entorno o sus calles. Los perros encerrados en las cuadras o portalones, comenzaban a ladrar de manera especial y al ladrido de uno respondía otro, y así, en poco tiempo todo el pueblo era un clamor de distintos ladridos de aviso y prevención. De llamadas y mensajes, de que algo no era normal y algo estaba ocurriendo o iba a ocurrir. Se anunciaba que a partir de aquel momento, en cada rincón del pueblo había un guardián de la paz y la casa.
Cuando una perra se ponía “alta” es decir, en celo, era seguida por muchos machos y los niños, si encontrábamos a dos perros “trabados” es decir , copulando, algunas veces nos servía de diversión y de hacer alguna travesura a costa de ellos. En este momento las peleas entre perros eran normales y muchos volvían lamiéndose las heridas de guerra amorosa por lo que muchos dueños encerraban durante esos días a las hembras para evitar esto o para aparearla con un determinado macho.
También se daban situaciones muy divertidas, en esta época del celo a costa del tamaño entre el macho y la hembra o al revés.
No quiero contaros la suerte que corría la camada nacida de aquellos encuentros si previamente el dueño no había logrado tener la demanda suficiente o al regalarlos nadie les quería.
Algunas veces abusábamos de los animales haciéndoles bromas que hoy no se podría y serían maltrato animal, pero que entonces se daba algunas veces; como encerrarles con un gato en un espacio cerrado, atarles al rabo un bote de conservas con unas piedras dentro y algunas otras.
Se conocían en el pueblo personas a los que gustaba de azuzar y provocar para que se peleasen, eran los menos, y, uno de los primeros cometidos era enseñarle cuando podía entrar en casa y cuando debía comer, sobre todo a no comer si no se lo daban.
Un pequeño truco pinchando pan en el extremo de un cuchillo y cogiéndolo de un modo especial era un buen experimento.
Algún día os cantaré la historia de mi perro “Tarzán”
El perro, a pesar de todo era de gran ayuda, respetado, querido, valorado y hacía un gran servicio. Cuando ya era viejo, no veía, ni oía, y apenas podía andar y había perdido casi todas las facultades llegaba el momento más duro, que era el de la muerte. Muchos amos antes que verle morir en agonía cogían una cuerda o la escopeta y una vez muertos se les tiraba rio abajo o muchas veces se les enterraba en el huerto al lado de un árbol frutal. Práctica que hoy no se entendería, porque la mentalidad ha cambiado y los medios también. Pero era la costumbre de aquellos tiempos.
Hoy por el pueblo apenas se ven perros, como no hay vacas y apenas ovejas, gallinas y otros animales domésticos. El progreso arrasa con todo sin saber si al final será para bien, o no tan bien.
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