Riego de la Vega - Leon

Junto a la retahíla de corruptelas más o menos obscenas con las que a diario nos tenemos que desayunar hete aquí que también conocemos un extenso capítulo de gasto innecesario que de suprimirse aliviaría notablemente las arcas públicas y ese dinero podría dedicarse a menesteres más productivos empezando por atender las necesidades más perentorias de los más desfavorecidos que son ya en millones de casos de excluidos.

Nos enteramos de que si el Estado , es decir, el Gobierno, decidiera suprimir las botellitas de agua mineral en sus departamentos nos ahorraríamos la friolera de 50 millones de euros. Nadie se morirá si en lugar de agua mineral embotellada se ponen unas jarras con agua del grifo. O simplemente no se ofrece ni agua. Punto.

Mucho de dónde cortar
Alguien podrá pensar: a qué viene ahora a poner énfasis en este chocolate del loro. Oigan, miles y miles de loros deglutiendo chocolate al final deviene en una montaña. Lo que quiero subrayar es que todavía hay mucho gasto corriente donde meter la tijera porque al margen de las peroratas de los políticos con cargo institucional al uso lo que se denominan hechos, hechos, hechos, poco o nada.

Cada día veo a los concejales del Ayuntamiento de Madrid subirse en sus colosales coches oficiales, disponer de ayudantes y la mayor parte de ellos no dan un palo al agua. Como se lo escribo. Lo observo en cuerpo presente, vivo y en directo.

Yo recomendaría a la izquierda que diera ejemplo. Con los del PP no hay nada que hacer ya. Botella prometió que metería un tajo y lo único que ha hecho hasta la fecha es aplicar la tijera a los asuntos sociales que, como ella tuvo de principal edecán a Alvaro Pérez (El Bigotes) no entiende de estas cosas. El Bigotes que abonó parte (¿o todo?) del bodorrio de su hija y, por lo tanto, para qué demonios atender a los que ni siquiera pueden casarse. ¡Qué se jodan!

Y que conste que sólo he puesto un ejemplo que me queda muy próximo. Porque podría hacer una lista interminable que el ordenador de este diario no pudiera deglutir.

Derroche y auctoritas
El derroche público que pueden ver y observar los ciudadanos en sus pueblos, villas y ciudades, amén claro está del leviatán del Estado, es lo que conduce a la pésima opinión que tiene esos ciudadanos libres y teóricamente iguales de su denominada clase política.
Pese a los siete insoportables años de crisis brutal, el conjunto de las administraciones continúa por la misma senda de amarse así mismas.

Los dirigentes ni tienen auctoritas sencillamente porque no cumplen, porque sus vidas institucionales y privadas no resisten el método Wassermann, esto es, enfrentar su prédica con el trigo que ofrecen.

La anunciada Ley de Transparencia -no puedo entender y no entiendo cómo los sindicatos hacen remilgos a una norma que aportará en el peor de los casos algo de luz en los dineros públicos-debería controlar también los excesos y lo superfluo de las administraciones. Mientras eso no se haga ni el nuevo edecán del Constitucional, José Antonio Xiol, nos podrá convencer de que no despilfarran nuestros impuestos.

Debería empezarse con el líquido elemento y continuar con los coches oficiales. Sobre más de 5.000 vehículos en el total de las administraciones.

Lo peor de todo ello es que los anuncios ya no nos sirven.

El pueblo llano está tan harto y tan desencantado que sólo meter el dedo en esos agujeros les hará feliz o relativamente.

Lo otro continuará siendo descaro, abuso, malversación, jeta y obscenidad.

Lo dicho.

Graciano Palomo es periodista y escritor, director de FUNDALIA y editor de IBERCAMPUS