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Puente de Domingo Flórez - Leon

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España > Leon > Puente de Domingo Flórez
04-08-12 01:32 #10383059
Por:jrma1987

El canto de los cárabos del monte
José Ramón Muñiz Álvarez
“EL CANTO DE LOS CÁRABOS DEL MONTE”
(Los ecos de las aves que se escuchan,llegadas ya las horas de la noche)

https://rma1987.blogspot.com

Las luces del crepúsculo sumergen sus sueños coralinos, para marzo, más tarde en los senderos y caminos, llenándose de púrpuras calladas. El tiempo, en primavera, es más amable y enciende el sol sus luces en Orense, con más vigor, dejando su reflejo sobre ese Sil que corre con más fuerza.
Los astros, encendidos en la altura, se dejan percibir y se adivinan los rayos de planetas como Venus, la diosa del amor de los romanos. Atrás quedan las horas de silencio que el viento rompe cuando la invernada confunde los ladridos de los perros con el aullido fiero de los lobos.
Al lado de Quereño está Sobredo, que mira a Salas, que respeta el Puente y admira tras el río los cordales que tejen ese Bierzo bullicioso. Las flores del cerezo, placenteras, sospechan, al brotar tímidamente, la brisa moderada del paisaje que siente el declinar del astro regio.
Y, hablando de mil cosas diferentes, sentados en el porche de la ermita, discuto con Rimada, y él responde, guerrero en la polémica encendida. El viejo cantautor que enseña plástica no ignora que, en silencio, los difuntos escuchan nuestros diálogos extraños y nuestras encontradas opiniones.
La noche entra despacio y queda un vino pendiente para luego, si Lucita no tiene ya cerrado, y el camino tendrá que seguir luego, tras el río, llegados a La Torre, que la liebre, manjar entre manjares, es excusa para seguir contando disparates, verdades y mentiras a capricho.
La noche tiene un toque bello y raro que suele hacer pensar en el embrujo. No es raro que la noche nos atraiga con esa oscuridad, con la tiniebla que esconde los senderos, los caminos que quiere el alba llenos de colores. Pero la noche tiene sus matices, marcados en los cielos por los astros.
Sabéis que cuando llegan los otoños, las horas del crepúsculo son tristes, mas no lo suelen ser en primavera, momento de bullicio vivaracho que junta, que conjuga varias voces que toman raros tinos orquestales, si el canto del autillo se armoniza con grillos que acompañan al jilguero.
Acaso los crepúsculos son tristes metáforas del beso de la muerte, y el beso de la muerte es una imagen que angustia a quienes viven, los maltrata. Así muchos prefieren la alborada, sus hielos, sus escarchas y sus brumas, que suelen recordar esos paisajes de lienzos coloridos y risueños.
Y, en cambio, ese crepúsculo es hermoso, dichoso, y cómo no, tan atractivo como lo son los verdes del hayedo, los densos tonos verdes de los mares, las sierras recortándose a los lejos, detrás de la neblina incandescente que siente ese sol débil que se agota, que torna nuevamente a su aposento.
Y, en fin, aunque pudiera sorprenderos, la muerte es ese trámite obligado que siempre rechazamos, que tememos, volviendo rostro siempre temeroso, si es que alguien la menciona y si sucede que la naturaleza cumple un ciclo que es parte de un conjunto de sucesos que no pudieran ser de otra manera.
Mas no he querido ser desagradable. No me mostréis el gesto represivo, de adusto ceño y ojos enfadados, pues no he querido violentar a nadie. Y si es que alguno teme los relatos que versan de la vida y de la muerte, mejor será que deje de escucharme, pues algo de ello habré de referiros.
Las gentes de los ámbitos rurales, igual que los labriegos de otros siglos, son gentes temerosas y su ciencia, escasa las más veces, los obliga a ser supersticiosos como antaño, cuando los caballeros medievales luchaban desde almenas, desde torres, mostrando su lealtad a viejos reyes.
La noche los asusta y sus sonidos les traen a la memoria mil comentos que oyeron de los viejos, cuando el fuego solía crepitar en las estancias de aquellos caserones que habitaban, de aquellas casas pobres pero dignas, donde era tan frecuente la leyenda cantada a media voz por las abuelas.
Los ecos que escuchaban al ocaso, llegados de los árboles frondosos, solían asociarlos con la muerte, con diablos y con brujas, con hechizos extraños y con ritos ancestrales que pueden parecer incomprensibles, si, atento a estos rumores olvidados, los oye con paciencia el urbanita.
Los cárabos son seres de la noche: llegado de los bosques más cercanos, su grito lastimero nos asusta, del modo en que solían alterarnos los ruidos de los sapos y el susurro del aire y la ventisca del invierno, si acaso, sorprendidos, la escuchábamos, cuando rozaba, osada, la ventana.
Distintos son los cantos del autillo, que suele concertar citas secretas con su llamada aguda de soprano, después de que el ocaso se consume y el velo de la noche oculte todo, pues suele solazar las primaveras con su chillido tímido, tan breve y exacto que resulta inconfundible.
Y no falta la nieve en esa máscara que muestra, misteriosa, la lechuza, la dama de la noche, cuyas alas se agitan, sigilosas, junto al río, si alguna vez la veis de cacería, cayendo, por sorpresa y levantándose, llevándose en el pico un ratoncillo, quizás algún anfibio desgraciado.
Y el bosque es cada noche del mochuelo, que suele hallar guaridas en los troncos, que tiene discreción y que se esconde, mostrando sus instintos cautelosos, si el paso del humano se le acerca y en ellos se sospecha ese peligro que intuye cada bestia ante lo insólito que suele ser el hombre en sus lugares.
Quién sabe qué razón lleva a las gentes a entrar, a penetrar en esos reinos que, siendo patrimonio de las sombras, fascinan a quien oye esa llamada febril y sugerente, misteriosa como la noche misma, si es que enciende pasiones tan románticas y fuertes que pueden dar lugar a lo impensable.
Rimada, a quien le digo tales cosas, me mira sorprendido, cautivado, no sé si prisionero del espíritu que llena a las entrañas del curioso por cuanto es sugerente y atrayente en este mundo extraño pero bello, que oculta, cada noche, aves tan raras entre las arboledas de la zona.
Rimada, que comparte estas pasiones, prendado por el canto de las aves, confiesa su afición por esas noches eternas y polares que pudo conocer allá en Ushuaia, y al tiempo reconoce que le gusta sentir ese alarido misterioso que muchos interpretan como augurio de muerte y de desgracia inevitable.
Es músico y conoce la poesía, por lo que cala en él ese momento dichoso del reclamo del autillo que observa con cautela a dos extraños. Le gustan los rumores de las aguas que suenan en la orilla no lejana y vienen a arrullar a los autillos que cantan, como suelen, cada noche.
Y, así como se exaltan los románticos, dos hombres no, dos niños si es el caso, hablamos de la noche y su misterio, temido por los rústicos que duermen, que sueñan en gallego y que se asustan del canto misterioso del coruxo, señor entre las sombras insondables que besan los amantes de la noche.
Los muertos son testigos de estas pláticas que nadie entenderá si no ha sabido dejarse seducir por lo siniestro, quién sabe si al ser tales los temores y tales los instintos del cobarde que teme caminar cuando anochece y escucha al caminante, en plena calle, pensando que el bandido no descansa.
Habrá quien quiera al alba y sus excesos por ser la noche un nido de aquelarres. Pensad lo que queráis, cada uno es libre. Yo no maldigo nunca las auroras: son bellas como el sol que nunca abrasa, son dulces como el beso repentino que corre los espacios con su rayo dorado como el fuego de un overo.
Sabed que por lo mismo que la aurora, no puede haber fealdad en los ocasos que ven salir al viejo y avisado raposo de su lúgubre guarida. Y así fue que Rimada, como suele, me dijo que escribiera algunas líneas que hablasen de lechuzas en la noche, del canto de los cárabos callados…
Y, en fin, aquí las tienes, aunque raras. Son hijas de caprichos arbitrarios de quienes gustan siempre, por los bares, godellos y mencías a deshora, que el vino alegra siempre los espíritus de viejos enseñantes interinos que corren estas tierras alejadas del pueblo en que vivimos normalmente.
Ya puedo hablar, al fin, de las tinieblas, del cerco de la bruma y la neblina, del mundo de la noche y sus misterios, sabiendo que, curiosos, estáis cerca de ver a esas criaturas silenciosas que vuelan en la noche con sigilo cazando miserables alimañas que suelen ser, acaso, su sustento.
Dejad de criticar mi lento estilo, mi modo de narrar anquilosado, tan viejo como el mundo, tan arcaico, romántico unas veces, otras clásico, barroco en no contadas ocasiones, y dadle rienda ya a la fantasía, pues hemos de dejar estos lugares, partiendo hacia las noches orensanas.
De pronto, imaginad ese camino, las aguas del Sil, raudas en su cauce, las voces de los grillos primerizos que llaman al amor en primavera; sentid la brisa fresca que, del Bierzo, se acerca con sus alas agotadas, penando los delirios del invierno más duro de la zona en muchos años…
Ya estamos en la ermita de Sobredo.

“El canto de los cárabos del monte”
2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADO
Puntos:
07-08-12 12:20 #10392425 -> 10383059
Por:svg1953

RE: El canto de los cárabos del monte
Interesante escrito del poeta asturiano.
Al leerlo con calma, me concentro , me adentro en la narración y siento la música del río,de los alados y hasta la temperatura del ambiente. Pretendo ser un observador aplicado, pero al final mi imaginación va por delante de mí y me convierto en parte de la ilusión.
Hoy estoy lejos de esos mis lares, pero acabo de hacer un corto y deleitoso viaje.
Gracias

Saludos

Cuqui
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