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Vilches - Jaen

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España > Jaen > Vilches
11-01-13 11:40 #10945757
Por:por mi cuenta

Sigue el relato, si lo conoces.
Como veo que todos echamos de menos tiempos mejores y pasados, intentemos recuperarlos. Así que si conoces el relato, síguelo, por favor.
¡Animo foreros! ¡Vamos a intentarlo!



Una máquina de escribir reventó mi destino. Fue una Hispano-Olivetti y de ella me separó durante semanas el cristal de un escaparate. Visto desde hoy, desde el parapeto de los años transcurridos,cuesta creer que un simple objeto mecánico pudiera tener el potencial suficiente como para quebrar el rumbo de una vida y dinamitar en cuatro días todos los planes trazados para sostenerla. Así fue, sin embargo, y nada pude hacer para impedirlo.
No eran en realidad grandes proyectos los que yo atesoraba por entonces. Se trataba tan sólo de aspiraciones cercanas, casi domésticas, coherentes con las coordenadas del sitio y el tiempo que me
correspondió vivir; planes de futuro asequibles a poco que estirara las puntas de los dedos. En aquellos días mi mundo giraba lentamente
alrededor de unas cuantas presencias que yo creía firmes e imperecederas. Mi madre había configurado siempre la más sólida de todas ellas.
Era modista, trabajaba como oficiala en un taller de noble clientela. Tenía experiencia y buen criterio,pero nunca fue más que una simple costurera asalariada; una trabajadora como tantas otras que,durante diez horas diarias, se dejaba las uñas y las pupilas cortando y cosiendo, probando y rectificando prendas destinadas a cuerpos que no
eran el suyo y a miradas que raramente tendrían por destino a su persona. De mi padre sabía poco entonces. Nada, apenas. Nunca lo tuve cerca; tampoco me afectó su ausencia. Jamás sentí excesiva curiosidad por saber de él hasta que mi madre, a mis ocho o nueve años, se aventuró a proporcionarme algunas migas de información.
Que él tenía otra familia, que era imposible que viviera con nosotras. Engullí aquellos datos con la misma prisa y escasa apetencia con las que rematé las últimas cucharadas del potaje de Cuaresma que tenía frente a mí: la vida de aquel ser ajeno me interesaba bastante menos que bajar con premura a jugar a la plaza.
Había nacido en el verano de 1911, el mismo año en el que Pastora Imperio se casó con el Gallo, vio la luz en México Jorge Negrete, y en Europa decaía la estrella de un tiempo al que llamaron la Belle époque. A lo lejos comenzaban a oírse los tambores de lo que sería la primera gran guerra y en los cafés de Madrid se leía por entonces El Debate y El Heraldo mientras la Chelito, desde los escenarios, enfebrecía a los hombres moviendo con descaro las caderas a ritmo de cuplé. El rey Alfonso XIII, entre amante y amante, logró arreglárselas para engendrar en aquellos meses a su quinta hija legítima. Al mando de su gobierno estaba entretanto el liberal Canalejas, incapaz de
presagiar que tan sólo un año más tarde un excéntrico anarquista iba a acabar con su vida descerrajándole dos tiros en la cabeza mientras
observaba las novedades de la librería San Martín.
Crecí en un entorno moderadamente feliz, con más apreturas que excesos pero sin grandes carencias ni frustraciones. Me crié en una calle
estrecha de un barrio castizo de Madrid, junto a la plaza de la Paja, a dos pasos del Palacio Real. A tiro de piedra del bullicio imparable del corazón de la ciudad, en un ambiente de ropa tendida, olor a lejía, voces de vecinas y gatos al sol. Asistí a una rudimentaria escuela en una entreplanta cercana:en sus bancos, previstos para dos cuerpos, nos acomodábamos de cuatro en cuatro los chavales,sin concierto y a empujones para recitar a voz en grito La canción del pirata y las tablas de multiplicar.
Aprendí allí a leer y escribir, a manejar las cuatro reglas y el nombre de los ríos que surcaban el mapa amarillento colgado de la pared. A los doce años acabé mi formación y me incorporé en calidad de aprendiza al taller en el que trabajaba mi madre. Mi suerte natural.

Un saludo, por mi cuenta.
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11-01-13 12:12 #10945816 -> 10945757
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11-01-13 14:11 #10946112 -> 10945816
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11-01-13 15:55 #10946307 -> 10946112
Por:Cleopatra11

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Algunas cuajaron como buenas costureras, otras no fueron capaces y quedaron para siempre encargadas de las funciones menos agradecidas. Cuando una se iba, otra nueva la sustituía en aquella estancia embarullada, incongruente con la serena opulencia de la fachada y la
sobriedad del salón luminoso al que sólo tenían acceso las clientas. Ellas, doña Manuela y mi madre, eran las únicas que podían disfrutar de sus paredes enteladas color azafrán; las únicas que podían acercarse a los muebles de caoba y pisar el suelo de roble que las más jóvenes nos encargábamos de abrillantar con trapos de algodón. Sólo ellas recibían de tanto en tanto los rayos de sol que entraban a través de los
cuatro altos balcones volcados a la calle. El resto de la tropa permanecíamos siempre en la retaguardia: en aquel gineceo helador en invierno e infernal en verano que era nuestro taller, ese espacio trasero y gris que se abría con apenas dos ventanucos a un oscuro patio interior, y en el que las horas transcurrían como soplos de aire entre tarareo de coplas y el ruido de tijeras.
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11-01-13 16:46 #10946457 -> 10946307
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Aprendí rápido. Tenía dedos ágiles que pronto se adaptaron al contorno
de las agujas y al tacto de los tejidos. A las medidas, las piezas y los volúmenes. Talle delantero, contorno de pecho, largo de pierna.
Sisa, bocamanga, bies. A los dieciséis aprendí a distinguir las telas, a los
diecisiete, a apreciar sus calidades y calibrar su potencial. Crespón de
China, muselina de seda, gorguette, chantilly. Pasaban los meses como
en una noria: los otoños haciendo abrigos de buenos paños y trajes de
entretiempo, las primaveras cosiendo vestidos volátiles destinados a las
vacaciones cantábricas, largas y ajenas, de La Concha y El Sardinero.
Cumplí los dieciocho, los diecinueve. Me inicié poco a poco en el manejo
del corte y en la confección de las partes más delicadas. Aprendí a
montar cuellos y solapas, a prever caídas y anticipar acabados. Me gustabami trabajo, disfrutaba con él.Doña Manuela y mi madre me pedían
a veces opinión, empezaban a confiar en mí. «La niña tiene mano
y ojo, Dolores —decía doña Manuela—. Es buena, y mejor que va a ser
si no se nos desvía. Mejor que tú, como te descuides.» Y mi madre seguía
a lo suyo, como si no la oyera. Yo tampoco levantaba la cabeza de
mi tabla, fingía no haber escuchado nada. Pero con disimulo la miraba
de reojo y veía que en su boca cuajada de alfileres se apuntaba una levísima
sonrisa.
Pasaban los años, pasaba la vida.....
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11-01-13 16:08 #10946339 -> 10946112
Por:Torreaugusta

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Cerca del taller de doña manuela tambien habia un taller de costura,unos 4o metros cuadrados amplio, en la planta tambiem habia pintores,y escultores a los que le gustaban pesear por las noches pera ver las maderas de derribo que despues le servian de materia para sus esculturas.
Cosa curiosa habia tres costureros eran muy hacendosos, lo mismo hacian
Chaquetillas para hoteles, que trabajos para personas de relevante nombre.
Cuando hacia falta las fornituras solo habia un lugar donde se vendian ,un dia uno de ellos le pregunto a DON RAMON dueño de la tienda y ya rondando los 75,oiga DON RAMON ¿es cierto que esta tienda era donde se reunia LUIS CANDELAS con sus compinches y esto era la taberna del Cuclillo,Don Ramon le miro asombrado como era posible que este joven al que habia visto muchas veces comprar en la tienda le preguntase esto?.
al fin dijo , es verdad lo que preguntas y la tienda se conserva tal como era en tiempo de Luis Candelas ecepto en la distribucion .

El joven se marcho habiendo aclarado donde era la ubicacion de la taberna del CUCLILLO,

continua.......
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11-01-13 16:25 #10946386 -> 10946339
Por:

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11-01-13 16:46 #10946461 -> 10946386
Por:roguemos al señor

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Me gustaba mi trabajo, disfrutaba con él. Doña Manuela y mi madre me
pedían a veces opinión, empezaban a confiar en mí. «La niña tiene mano y ojo,Dolores —decía doña Manuela—. Es buena, y mejor que va a ser si no se nos desvía.
Mejor que tú, como te descuides.» Y mi madre seguía a lo suyo, como si no la oyera.
Yo tampoco levantaba la cabeza de mi tabla, fingía no haber escuchado nada. Perocon disimulo la miraba de reojo y veía que en su boca cuajada de alfileres seapuntaba una levísima sonrisa.
Pasaban los años, pasaba la vida. Cambiaba también la moda y a su dictado seacomodaba el quehacer del taller. Después de la guerra europea habían llegado laslíneas rectas, se arrumbaron los corsés y las piernas comenzaron a enseñarse sinpizca de rubor. Sin embargo, cuando los felices veinte alcanzaron su fin, las cinturasde los vestidos regresaron a su sitio natural, las faldas se alargaron y el recato volvióa imponerse en mangas, escotes y voluntad. Saltamos entonces a una nueva década yllegaron más cambios. Todos juntos, imprevistos, casi al montón. Cumplí los veinte,vino la República y conocí a Ignacio. Un domingo de septiembre en la Bombilla; enun baile bullanguero abarrotado de muchachas de talleres, malos estudiantes y soldados de permiso. Me sacó a bailar, me hizo reír.
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11-01-13 16:47 #10946465 -> 10946386
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
jajajajja amiga creo que hemos seguido el relato a la vez, pero yo algo má extenso. Como siempre pensando las dos a la vez jejejej
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11-01-13 16:53 #10946480 -> 10946465
Por:roguemos al señor

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
!No podian ser otras! Riendote Riendote Riendote
Ya la habeis liado.....

Sigue cuando la sacan a bailar..
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11-01-13 17:43 #10946631 -> 10946480
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
(Perdonad la interupción...) Amigo roguemos si es que nos leemos el pensamiento, mejor dicho me lo lee ella a mi , estamos conectadas jejejjeej...
Guiñar un ojo Guiñar un ojo Guiñar un ojo
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11-01-13 19:08 #10946879 -> 10946480
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
La vida en el taller por aquellos tiempos marcaba, no obstante, un
ritmo distinto. Se hacía difícil, incierta. La Segunda República había
infundido un soplo de agitación sobre la confortable prosperidad del
entorno de nuestras clientas. Madrid andaba convulso y frenético, la
tensión política impregnaba todas las esquinas. Las buenas familias
prolongaban hasta el infinito sus veraneos en el norte, deseosas de permanecer
al margen de la capital inquieta y rebelde en cuyas plazas se
anunciaba a voces el Mundo Obrero mientras los proletarios descamisados
del extrarradio se adentraban sin retraimiento hasta la misma
Puerta del Sol. Los grandes coches privados empezaban a escasear por
las calles, las fiestas opulentas menudeaban. Las viejas damas enlutadas
rezaban novenas para que Azaña cayera pronto y el ruido de las balas se
hacía cotidiano a la hora en que encendían las farolas de gas. Los anarquistas
quemaban iglesias, los falangistas desenfundaban pistolas con
porte bravucón. Con frecuencia creciente, los aristócratas y altos burgueses
cubrían con sábanas los muebles, despedían al servicio, apestillaban
las contraventanas y partían con urgencia hacia el extranjero, sacando
a mansalva joyas, miedos y billetes por las fronteras, añorando al
rey exiliado y una España obediente que aún tardaría en llegar.
Y en el taller de doña Manuela cada vez entraban menos señoras, salían menos pedidos y había menos quehacer. En un penoso cuentagotas
se fueron despidiendo primero las aprendizas y después el resto de
las costureras, hasta que al final sólo quedamos la dueña, mi madre y yo.... Flecha
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11-01-13 20:23 #10947092 -> 10946480
Por:por mi cuenta

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Y cuando terminamos el último vestido de la marquesa de Entrelagos y pasamos los seis días siguientes oyendo la radio, mano sobre mano sin que a la puerta llamara un alma, doña Manuela nos anunció entre suspiros que no tenía más remedio que cerrar el negocio.
En medio de la convulsión de aquellos tiempos en los que las broncas políticas hacían temblar las plateas de los teatros y los gobiernos duraban tres padrenuestros, apenas tuvimos sin embargo oportunidad de llorar lo que perdimos. A las tres semanas del advenimiento de nuestra obligada inactividad, Ignacio apareció con un ramo de violetas y la noticia de que por fin había aprobado su oposición. El proyecto de nuestra pequeña boda taponó la incertidumbre y sobre la mesa camilla
planificamos el evento. Aunque entre los aires nuevos traídos por la República ondeaba la moda de los matrimonios civiles, mi madre, en cuya
alma convivían sin la menor incomodidad su condición de madre soltera, un férreo espíritu católico y una nostálgica lealtad a la monarquía
depuesta, nos alentó a celebrar una boda religiosa en la vecina iglesia de San Andrés. Ignacio y yo aceptamos, cómo podríamos no hacerlo sin trastornar aquella jerarquía de voluntades en la que él cumplía todos mis deseos y yo acataba los de mi madre sin discusión. No tenía, además, razón de peso alguna para negarme: la ilusión que
yo sentía por la celebración de aquel matrimonio era modesta, y lo mismo me daba un altar con cura y sotana que un salón presidido por una bandera de tres colores.
Nos dispusimos así a fijar la fecha con el mismo párroco que veinticuatro años atrás, un 8 de junio y al dictado del santoral, me había impuesto el nombre de Sira. Sabiniana, Victorina, Gaudencia,
Heraclia y Fortunata fueron otras opciones en consonancia con los santos del día.
«Sira, padre, póngale usted Sira mismamente, que por lo menos es corto.» Tal fue la decisión de mi madre en su solitaria maternidad. Y Sira fui.

Continúa...
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12-01-13 10:45 #10948126 -> 10946480
Por:por mi cuenta

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Celebraríamos el casamiento con la familia y unos cuantos amigos. Con mi abuelo sin piernas ni luces, mutilado de cuerpo y ánimo en la guerra de Filipinas, permanente presencia muda en su mecedora junto al balcón de nuestro comedor. Con la madre y hermanas de Ignacio que vendrían desde el pueblo. Con nuestros vecinos Engracia y Norberto y sus tres hijos, socialistas y entrañables, tan cercanos a nuestros afectos desde la puerta de enfrente como si la misma sangre nos corriera por el descansillo. Con doña Manuela, que volvería a coger los hilos para regalarme su última obra en forma de traje de novia. Agasajaríamos a nuestros invitados con pasteles de merengue, vino de
Málaga y vermut, tal vez pudiéramos contratar a un músico del barrio para que subiera a tocar un pasodoble, y algún retratista callejero nos sacaría una placa que adornaría nuestro hogar, ese que aún no teníamos y de momento sería el de mi madre.
Fue entonces, en medio de aquel revoltijo de planes y apaños, cuando a Ignacio se le ocurrió la idea de que preparara unas oposiciones para hacerme funcionaria como él. Su flamante puesto en un negociado administrativo le había abierto los ojos a un mundo nuevo: el de la administración en la República, un ambiente en el que para las mujeres se perfilaban algunos destinos profesionales más allá del fogón, el lavadero y las labores; en el que el género femenino podía abrirse
camino codo con codo con los hombres en igualdad de condiciones y con la ilusión puesta en los mismos objetivos. Las primeras mujeres se
sentaban ya como diputadas en el Congreso, se declaró la igualdad de sexos para la vida pública, se nos reconoció la capacidad jurídica, el derecho al trabajo y el sufragio universal. Aun así, yo habría preferido mil veces volver a la costura, pero a Ignacio no le llevó más de tres tardes convencerme. El viejo mundo de las telas y los
pespuntes se había derrumbado y un nuevo universo abría sus puertas ante nosotros: habría que adaptarse a él. El mismo Ignacio podría
encargarse de mi preparación; tenía todos los temarios y le sobraba experiencia en el arte de presentarse y suspender montones de veces sin
sucumbir jamás a la desesperanza. Yo, por mi parte, aportaría a tal proyecto la clara conciencia de que había que arrimar el hombro para sacar adelante al pequeño pelotón que a partir de nuestra boda formaríamos nosotros dos con mi madre, mi abuelo y la prole que viniera. Accedí, pues. Una vez dispuestos, sólo nos faltaba un elemento: una máquina de escribir en la que yo pudiera aprender a teclear y preparar la inexcusable prueba de mecanografía. Ignacio había
pasado años practicando con máquinas ajenas, transitando un vía crucis de tristes academias con olor a grasa, tinta y sudor reconcentrado: no quiso que yo me viera obligada a repetir aquellos trances y de ahí su empeño en hacernos con nuestro propio equipamiento. A su búsqueda nos
lanzamos en las semanas siguientes, como si de la gran inversión de nuestra vida se tratara.

Continúa...
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12-01-13 15:42 #10948641 -> 10946480
Por:Cleopatra11

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Estudiamos todas las opciones e hicimos cálculos sin fin. Yo no entendía de prestaciones, pero me parecía que algo de formato pequeño y ligero sería lo más conveniente para nosotros. A Ignacio el tamaño le era indiferente pero, en cambio, se fijaba con minuciosidad extrema en precios, plazos y mecanismos. Localizamos todos los sitios de venta en Madrid, pasamos horas enteras frente a sus escaparates y aprendimos a pronunciar nombres forasteros que evocaban geografías lejanas y artistas de cine: Remington, Royal, Underwood. Igual podríamos habernos decidido
por una marca que por otra; lo mismo podríamos haber terminado comprando en una casa americana que en otra alemana, pero la elegida fue, finalmente, la italiana Hispano-Olivetti de la calle Pi y Margall. Cómo podríamos ser conscientes de que con aquel acto tan simple, con el mero hecho de avanzar dos o tres pasos y traspasar un umbral, estábamos firmando la sentencia de muerte de nuestro futuro en común y torciendo las líneas del porvenir de forma irremediable.

No voy a casarme con Ignacio, madre.
Estaba intentando enhebrar una aguja y mis palabras la dejaron inmóvil, con el hilo sostenido entre dos dedos.
—¿Qué estás diciendo, muchacha? —susurró. La voz pareció salirle rota de la garganta, cargada de desconcierto e incredulidad.
—Que le dejo, madre. Que me he enamorado de otro hombre.
Me reprendió con los reproches más contundentes que alcanzó a traer a la boca, clamó al cielo suplicando la intercesión en pleno del santoral, y con docenas de argumentos intentó convencerme para que diera marcha atrás en mis propósitos.

Cuando comprobó que todo aquello de nada servía, se sentó en la mecedora pareja a la de mi abuelo, se tapó la cara y se puso a llorar. Aguanté el momento con falsa entereza, intentando esconder el nerviosismo tras la
contundencia de mis palabras. Temía la reacción de mi madre: Ignacio para ella había llegado a ser el hijo que nunca tuvo, la presencia que suplantó el vacío masculino de nuestra pequeña familia. Hablaban entre ellos, congeniaban, se entendían. Mi madre le hacía los guisos que a él le gustaban, le abrillantaba los zapatos y daba la vuelta a sus chaquetas cuando el roce del tiempo comenzaba a robarles la prestancia. Él, a cambio, la piropeaba al verla esmerarse en su atuendo para la misa dominical, le traía dulces de yema y, medio en broma medio en serio, a
veces le decía que era más guapa que yo.
Era consciente de que con mi osadía iba a hundir toda aquella confortable convivencia, sabía que iba a tumbar los andamios de más vidas que la mía, pero nada pude hacer por evitarlo. Mi decisión era firme como un poste: no habría boda ni oposiciones, no iba a aprender a teclear sobre la mesa camilla y nunca compartiría con Ignacio hijos, cama ni alegrías. Iba a dejarle y ni toda la fuerza de un vendaval
podría ya truncar mi resolución.

La casa Hispano-Olivetti tenía dos grandes escaparates que mostraban a los transeúntes sus productos con orgulloso esplendor. Entre ambos se encontraba la puerta acristalada, con una barra de bronce bruñido atravesándola en diagonal. Ignacio la empujó y entramos. El tintineo de una campanilla anunció nuestra llegada, pero nadie salió a recibirnos de inmediato. Permanecimos cohibidos un par de minutos, observando todo lo expuesto con respeto reverencial, sin atrevernos siquiera a rozar los muebles de madera pulida sobre los que descansaban aquellos portentos de la mecanografía entre los cuales íbamos a elegir el más conveniente para
nuestros planes. Al fondo de la amplia estancia dedicada a la exposición se percibía una oficina. De ella salían voces de hombre.

Continúa...
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13-01-13 18:19 #10951163 -> 10946480
Por:Cleopatra11

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
No tuvimos que esperar mucho más, las voces sabían que había clientes y a nuestro encuentro acudió una de ellas contenida en un cuerpo orondo vestido de oscuro. Nos saludó el dependiente afable, preguntó por nuestros intereses. Ignacio comenzó a hablar, a describir lo que quería, a pedir datos y sugerencias. El empleado desplegó con esmero toda su profesionalidad y procedió a desgranarnos las características de cada una de las máquinas expuestas. Con detalle, con rigor y tecnicismos; con tal precisión y monotonía que al cabo de veinte minutos a punto
estuve de caer dormida por el aburrimiento. Ignacio, entretanto, absorbía la información con sus cinco sentidos, ajeno a mí y a todo lo que no fuera calibrar lo que le estaba siendo ofrecido. Decidí separarme de ellos, aquello no me interesaba lo más mínimo. Lo que Ignacio eligiera bien elegido estaría. Qué más me daba a mí todo eso de las pulsaciones, la palanca de retorno o el timbre marginal.

Me dediqué entonces a recorrer otros tramos de la exposición en busca de algo con lo que matar el tedio. Me fijé en los grandes carteles publicitarios que desde las paredes anunciaban los productos de la casa con dibujos coloreados y palabras en lenguas que yo no entendía, me acerqué después a los escaparates y observé a los viandantes transitar acelerados por la calle. Al cabo de un rato volví con desgana al
fondo del establecimiento.

Un gran armario con puertas de cristal recorría parte de una de las paredes. Contemplé en él mi reflejo, observé que un par de mechones se me habían escapado del moño, los coloqué en su sitio; aproveché para pellizcarme las mejillas y dar al rostro aburrido un poco de color. Examiné después mi atuendo sin prisa: me había esforzado en arreglarme con mi mejor traje; al fin y al cabo, aquella compra suponía para nosotros una ocasión especial. Me estiré las medias repasándolas desde los tobillos en movimiento ascendente; me ajusté de manera pausada la falda a las caderas, el talle al tronco, la solapa al cuello. Volví a retocarme el pelo, me miré de frente y de lado, observando con calma la copia de mí misma que la luna de cristal me devolvía. Ensayé posturas, di un par de pasos de baile y me reí. Cuando me cansé de mi propia visión, continué deambulando por la sala, matando el tiempo mientras
desplazaba la mano lentamente sobre las superficies y serpenteaba entre los muebles con languidez. Apenas presté atención a lo que en realidad nos había llevado allí:
para mí todas aquellas máquinas tan sólo diferían en su tamaño. Las había grandes y robustas, más pequeñas también; algunas parecían ligeras, otras pesadas, pero a mis ojos no eran más que una masa de oscuros armatostes incapaces de generar la menor seducción. Me coloqué sin ganas frente a uno de ellos, acerqué el índice al teclado y
con él simulé pulsar las letras más cercanas a mi persona. La s, la i, la r, la a. Si-ra
repetí en un susurro.

—Precioso nombre.
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15-01-13 17:26 #10964822 -> 10946480
Por:por mi cuenta

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Y observándola a través de la persiana que separaba la oficina de la sala de exposición, le faltó decir. No lo hizo, pero lo dejó entrever. Lo intuí en la profundidad de su mirada, en su voz rotunda; en el hecho de que se hubiera acercado a mí antes que a Ignacio y en el tiempo prolongado en que mantuvo mi mano retenida en la suya. Supe que
había estado observándome, contemplando mi deambular errático por su establecimiento. Me había visto arreglarme frente al armario acristalado: recomponer el peinado, acomodar las costuras del traje a mi perfil y ajustarme las medias deslizando las manos por las piernas. Parapetado desde el refugio de su oficina, había absorbido el contoneo de mi cuerpo y la cadencia lenta de cada uno de mis movimientos. Me había tasado, había calibrado las formas de mi silueta y las líneas de
mi rostro. Me había estudiado con el ojo certero de quien conoce con exactitud lo que le gusta y está acostumbrado a alcanzar sus objetivos con la inmediatez que dicta su deseo. Y resolvió demostrármelo. Nunca había percibido yo algo así en ningún otro hombre, nunca me creí capaz de despertar en nadie una atracción tan carnal. Pero de la misma manera que los animales huelen la comida o el peligro, con el mismo instinto primario supieron mis entrañas que Ramiro Arribas, como
un lobo, había decidido venir a por mí.
—¿Es su esposo? —dijo señalando a Ignacio.
—Mi novio —acerté a decir.
Tal vez no fue más que mi imaginación, pero en la comisura de sus labios me pareció intuir el apunte de una sonrisa de complacencia.
—Perfecto. Acompáñeme, por favor.
Me cedió el paso y, al hacerlo, el hueco de su mano se acomodó en mi cintura como si la llevara esperando la vida entera. Saludó con simpatía, envió al dependiente a la oficina y tomó las riendas del asunto con la facilidad de quien da una palmada al aire y hace que vuelen las palomas; como un prestidigitador peinado con brillantina,
con los rasgos de la cara marcados en líneas angulosas, la sonrisa amplia, el cuello poderoso y un porte tan imponente, tan varonil y resolutivo que a mi pobre Ignacio, a su lado, parecían faltarle cien años para llegar a la hombría.
Se enteró después de que la máquina que pretendíamos comprar iba a ser para que yo aprendiera mecanografía y alabó la idea como si se tratara de una gran genialidad. Para Ignacio resultó un profesional competente que expuso detalles técnicos y habló de ventajosas opciones de pago. Para mí fue algo más: una sacudida, un imán, una certeza.
Tardamos aún un rato hasta dar por finalizada la gestión. A lo largo del mismo, las señales de Ramiro Arribas no cesaron ni un segundo. Un roce inesperado, una broma, una sonrisa; palabras de doble sentido y miradas que se hundían como lanzas hasta el fondo de mi ser. Ignacio, absorto en lo suyo y desconocedor de lo que ocurría ante sus ojos, se decidió finalmente por la Lettera 35 portátil, una máquina de teclas blancas y redondas en las que se encajaban las letras del alfabeto con
tanta elegancia que parecían grabadas con un cincel.
—Magnífica decisión —concluyó el gerente alabando la sensatez de Ignacio. Como si éste hubiese sido dueño de su voluntad y él no le
hubiera manipulado con mañas de gran vendedor para que optara por ese modelo—. La mejor elección para unos dedos estilizados como los de
su prometida. Permítame verlos, señorita, por favor.
Tendí la mano tímidamente. Antes busqué con rapidez la mirada de Ignacio para pedir su consentimiento, pero no la encontré: había vuelto a concentrar su atención en el mecanismo de la máquina. Me acarició Ramiro Arribas con lentitud y descaro ante la inocente pasividad de mi novio,dedo a dedo, con una sensualidad que me puso la
carne de gallina e hizo que las piernas me temblaran como hojas mecidas por el aire del verano. Sólo me soltó cuando Ignacio desprendió
su vista de la Lettera 35 y pidió instrucciones sobre la manera de continuar con la compra. Entre ambos concertaron dejar aquella tarde un depósito del cincuenta por ciento del precio y hacer efectivo el resto del pago al día siguiente.
—¿Cuándo nos la podemos llevar? —preguntó entonces Ignacio.
Consultó Ramiro Arribas el reloj.
—El chico del almacén está haciendo unos recados y ya no regresará esta tarde. Me temo que no va a ser posible traer otra hasta mañana.

Continúa.... si vosotros queréis y os animáis
Puntos:
15-01-13 18:34 #10965052 -> 10946480
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
–¿Y esta misma? ¿No podemos quedarnos esta misma máquina? – insistió Ignacio dispuesto a cerrar la gestión cuanto antes. Una vez tomada la decisión del modelo, todo lo demás le parecían trámites engorrosos que deseaba liquidar con rapidez.

–Ni hablar, por favor. No puedo consentir que la señorita Sira utilice una máquina que ya ha sido trasteada por otros clientes. Mañana por la mañana, a primera hora, tendré lista una nueva, con su funda y su embalaje. Si me da su dirección -dijo dirigiéndose a mí-, me encargaré personalmente de que la tengan en casa antes del mediodía.

–Vendremos nosotros a recogerla -atajé. Intuía que aquel hombre era capaz de cualquier cosa y una oleada de terror me sacudió al pensar que pudiera personarse ante mi madre preguntando por mí.

–Yo no puedo acercarme hasta la tarde, tengo que trabajar -señaló Ignacio. A medida que hablaba, una soga invisible pareció anudarse lentamente a su cuello, a punto de ahorcarle. Ramiro apenas tuvo que molestarse en tirar de ella un poquito.

–¿Y usted, señorita?

–Yo no trabajo -dije evitando mirarle a los ojos.

–Hágase usted cargo del pago entonces -sugirió en tono casual.

No encontré palabras para negarme e Ignacio ni siquiera intuyó a lo que aquella propuesta de apariencia tan simple nos estaba abocando. Ramiro Arribas nos acompañó hasta la puerta y nos despidió con afecto, como si fuéramos los mejores clientes que aquel establecimiento había tenido en su historia. Con la mano izquierda palmeó vigoroso la espalda de mi novio, con la derecha estrechó otra vez la mía. Y tuvo palabras para los dos.

–Ha hecho usted una elección magnífica viniendo a la casa Hispano-Olivetti, créame, Ignacio. Le aseguro que no va a olvidar este día en mucho tiempo.

–Y usted, Sira, venga, por favor, sobre las once. La estaré esperando....

Continúa....Pasé la noche....
Puntos:
15-01-13 18:57 #10965132 -> 10946480
Por:luna 68

RE: Sigue el relato, si lo conoces.
Amiga creo que lo hemos vuelto a hacer jejejej
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