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23-12-09 23:03 #4242457
Por:Legionario-47

La conspiración de los militares contra la Republica II
En cuanto a Franco puede decirse que su trayectoria hasta entonces había sido singularmente poco política: cuando se sublevó, el diario comunista Mundo Obrero lo identificó con Gil Robles, lo que presupone una actitud al menos comparativamente moderada, pero nadie podía definirlo en el terreno político de una manera precisa. Sanjurjo, que en agosto de 1932 había visto la dificultad de comprometerle en un proyecto conspirativo, tampoco confiaba ahora en que participara en él. Es muy significativo de su carácter y de la situación que vivían España y los altos cargos militares, el hecho de que el 23 de junio dirigiera una carta a Casares Quiroga, que demostraba inquietud pero que podía ser interpretada como una amenaza de sublevación o un testimonio de fidelidad. A mediados de julio, con la diferencia de un solo día, Franco escribió a Mola, primero negándose a intervenir en el complot y luego mostrándose dispuesto a hacerlo.
Fue la participación de estos altos cargos militares lo que dio un carácter peculiar a la conspiración de 1936. Otros rasgos característicos de la misma fueron lo tarde que se organizó y el papel que desempeñó Mola. En efecto, hay repetidos indicios de que la conspiración estaba en estado germinal a la altura de marzo o abril de 1936 (en este último mes Orgaz y Varela fueron sancionados y enviados a Canarias y Cádiz, respectivamente), pero el mero hecho de que no fueran juzgados muestra que el Gobierno actuaba por indicios más que con pruebas.
El comienzo de la organización de la conspiración tuvo lugar al final del mes de abril, fecha de la que data la primera circular o instrucción de Mola; el conjunto de las que escribió desde entonces hasta julio (que fechaba en "el Peloponeso") dan una idea aproximada de lo que querían los sublevados y de la forma en que pensaban actuar. Su idea original no difería en exceso de un pronunciamiento, aunque preveía dificultades mucho mayores y el resultado fue muy diferente. El movimiento debía tener un carácter esencialmente militar, de modo que aunque esperaba la colaboración de fuerzas civiles éstas actuarían sólo como acompañantes y complemento. Mola no tuvo inconveniente en informar a sus corresponsales de las dificultades con que se encontraba a la hora de pactar con los partidos políticos, pero, por ejemplo, dijo a uno de los dirigentes carlistas que le vendría bien sumar a sus unidades militares requetés para estimular su entusiasmo por la sublevación. El movimiento consistiría en una serie de sublevaciones que acabarían convergiendo en Madrid.
Hasta aquí la conspiración parecía un pronunciamiento de no ser porque Mola recomendaba que el golpe fuera muy violento en sus inicios. Con ello no quería sentar las bases para una guerra civil, sino recalcar el carácter resolutivo que podía tener la actuación inicial, pero ejercida esa misma violencia por sus adversarios, la guerra se hizo inevitable. También difería la conspiración de un pronunciamiento clásico en lo que tenía de modificación de la estructura política de la España de la época. Es cierto que el proyecto inicial de Mola tenía un indudable parentesco con las fórmulas de "dictadura republicana" que personas de muy distinta significación propiciaron en los momentos finales de la República. Había, además, un poso regeneracionista en sus propuestas mezclado con arbitrismo, que le hacían al mismo tiempo proponer la implantación del carnet electoral (lo que indicaba que en el futuro habría comicios aunque con un electorado más restringido) o la desaparición del paro, como si éste pudiera hacerse desaparecer mediante un acto de voluntad. La suspensión de la Constitución en todo caso sería sólo temporal y se mantendrían las leyes laicas y la separación de Iglesia y Estado, aspecto éste especialmente inaceptable para los tradicionalistas. Sin embargo, aunque vagamente, Mola en sus instrucciones también aludía a un "nuevo sistema orgánico de Estado" que existiría tras el paréntesis de un Gobierno militar. Como sabemos, estas concepciones explican sus diferencias con las fuerzas políticas que participaron en la sublevación. Cuando ésta se produjo y tuvo como consecuencia una guerra civil, naturalmente la tendencia fue a que se diera un deslizamiento hacia esa nueva concepción del poder político. El mismo hecho de que una cuestión tan importante como esa no estuviera perfilada por completo, es un testimonio evidente de hasta qué punto una sublevación de tanta envergadura hubiera sido evitable (y con ella la guerra) de no haberse producido el asesinato de Calvo Sotelo. Después del mismo la guerra desdibujó o transformó, como siempre ha sucedido en la Historia de la Humanidad, los propósitos originarios.
Después de la guerra, o incluso durante ella, los republicanos y las izquierdas en general reprocharon al último Gobierno del Frente Popular su incapacidad para estrangular la revuelta en gestación. Indalecio Prieto cuenta, por ejemplo, que al denunciar ante Casares Quiroga la existencia de la conspiración, se encontró con la airada respuesta de éste que le acusó de padecer manías propias de la menopausia. El número de testimonios que podrían darse a este respecto es elevadísimo y todos coinciden en presentar al Gobierno como ilusamente satisfecho de su capacidad de derrotar al adversario.
Sin embargo, estos juicios probablemente no son acertados. Si Casares Quiroga reaccionaba con dureza ante ese género de denuncias no era porque ignorara la existencia de una conspiración: era imposible pensar que no existiera cuando hasta la prensa hacía mención a ella y España entera era un rumor al respecto.
Al margen de su peculiar carácter, lo que hacía Casares Quiroga era irritarse ante la intromisión en su tarea de políticos que, por otro lado, le ayudaban muy poco en sus propósitos. Como sabemos, quienes asesinaron a Calvo Sotelo no hicieron sino dar amplitud a la conspiración y algo parecido cabe decir de los que, con sus propagandas revolucionarias, aterrorizaban a una derecha a la que sólo le faltaba eso para apoyar una sublevación.
La mejor prueba de que Casares era consciente del peligro existente es que, como ha advertido Palacio Atard, sí tomó disposiciones para evitar el estallido de la conspiración. De los cinco ayudantes militares de Casares dos, que eran comunistas, se dedicaron de modo especial a la persecución de las maniobras conspirativas en el Ejército. Los mandos superiores del mismo estaban ocupados por personas de las que no era previsible que se sumaran a la sublevación y de esta manera, gracias a la disciplina militar, podía pensarse que la totalidad de las unidades militares fueran fieles. Sólo unos pocos de los militares sublevados ocupaban cargos decisivos: tan sólo uno de los ocho comandantes de las regiones militares se sublevó y ninguno de los titulares de las tres inspecciones generales lo hizo. Fueron fieles al Gobierno el Inspector de la Guardia Civil y sus seis generales; resultó totalmente inesperado que no lo fuera el Inspector del Cuerpo de Carabineros, Queipo de Llano.
Muchos militares sospechosos fueron trasladados a puestos en los que parecían menos peligrosos: así sucedió con Franco en Canarias o Goded en Baleares, de modo que lo sorprendente no es que tuvieran ese mando sino el hecho de que éste fuera inferior a su graduación. Mola fue mantenido en Pamplona, quizá porque se confiaba en que no llegaría a ponerse de acuerdo con los carlistas, pero tenía como superior a Batet, el general que había suprimido la revuelta de octubre de 1934 en Barcelona, quien además le estaba empujando a que pidiera el traslado. A Yagüe, uno de los principales autores de la sublevación en África, se le ofreció una Agregaduría militar en el extranjero. Allí, en cualquier caso, también los principales mandos eran partidarios del Frente Popular. Hubo, en fin, casos de destitución o sanción: aparte de los ya mencionados, García Escámez o González de Lara también lo fueron. En cada uno de los cuerpos armados o de seguridad se tomaron disposiciones preventivas. En Aviación el general Núñez de Prado llevó a cabo una depuración, aunque sus superiores no le dejaron que fuera tan completa como quería.
Las plantillas del Cuerpo de Asalto en Barcelona, Madrid y Oviedo fueron modificadas para garantizar la lealtad al régimen; además sus efectivos fueron concentrados en previsión de lo que pudiera suceder. Hay, por tanto, numerosas pruebas de que no es verdad la supuesta pasividad de Casares Quiroga. La decisiva, sin embargo, la proporciona el general republicano Herrera, cuando afirma, en un escrito posterior a la finalización del conflicto, que "jamás en ninguna guerra ni por ninguna causa se vertió tanta sangre de jefes militares como en defensa de la II República". De los 21 generales de división 17 fueron fieles al Gobierno; de los 59 de brigada lo fueron 42. El bando franquista, en definitiva, eliminó físicamente a 16 generales.
Resulta, por tanto, evidente que el Gobierno del Frente Popular tomó medidas para evitar la sublevación a la que debía temer, por mínima conciencia de la realidad que tuviera. Su error no fue pecar de pasividad sino de exceso de confianza. Todo hace pensar que esperaba que podía repetirse lo sucedido en agosto de 1932, pero ahora la situación era muy diferente. Azaña consideraba que las conspiraciones militares solían acabar en "charlas de café", y a Zugazagoitia, figura importante del socialismo, le dijo: "si usted conociese como yo a los militares sabría el caso que debe hacerse de sus quejas y disgustos". Sin embargo, este tipo de planteamiento que suponía dejar que la sublevación estallara para, una vez derrotada, proseguir la obra gubernamental ahora era impracticable. La situación de 1936 no era prerrevolucionaria porque no había, en realidad, nadie capacitado para producir una revolución, pero todavía tenía menos que ver con la del año 1932. Sólo una vigorosa reacción gubernamental destinada a controlar las propias masas del Frente Popular que no eran controladas por sus dirigentes, habría sido capaz de disminuir el vigor y la amplitud de la conspiración. Si hubiera hecho eso, además, el Gobierno republicano no hubiera pasado por la situación que se produjo inmediatamente después de la sublevación. En vez de imponerse con sus propios medios a los sublevados y controlar a continuación a sus masas, se encontró obligado a armar a éstas con lo que su poder, ya mermado por la sublevación, todavía se redujo más, mientras que la República veía deteriorados sus rasgos básicos como régimen político. Claro está que, al no imaginar la posibilidad de una guerra civil, el Gobierno del Frente Popular no hacía otra cosa que repetir lo que había sido la actitud de los conspiradores.
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La conspiración de los militares contra la República I Por: Legionario-47 23-12-09 23:00
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