Foro- Ciudad.com

Lahiguera - Jaen

Poblacion:
España > Jaen > Lahiguera
23-12-09 23:00 #4242440
Por:Legionario-47

La conspiración de los militares contra la República I
Desde luego los tres grupos políticos que habían obtenido en el pasado ayuda fascista, a partir de febrero de 1936 redoblaron sus esfuerzos por organizar una conspiración capaz de liquidar a las instituciones republicanas mediante el recurso a la violencia. Paradójicamente aquella conspiración que conocemos peor en sus detalles precisos es la de los monárquicos, quizá por el simple hecho de que se confundía en realidad con la de los jefes militares; no en vano los monárquicos habían pensado siempre en ese recurso para concluir con el régimen republicano. Como carecían de masas, tenían que limitarse a financiar a otros grupos subversivos (como la Unión Militar Española) o a preparar unos contactos en el exterior que luego tuvieron una importancia decisiva. De todos modos, no cabe dudar cuál fue la actitud en estos momentos de los dirigentes monárquicos cuando, por ejemplo, Vegas Latapié llegó a pensar en un ataque con gases asfixiantes contra las Cortes y a ellas asistía Sainz Rodríguez con un bastón que camuflaba una pistola. En cualquier momento decisivo de los primeros días de la guerra aparece un dirigente monárquico jugando un papel fundamental en cuestiones como el traslado de Franco a la península o la primera ayuda italiana a los sublevados.
Fue el tradicionalismo quien organizó más tempranamente la conspiración con sus propias huestes, sin cejar por un momento hasta el mismo estallido de la guerra. Poco después de las elecciones de febrero Fal Conde había organizado una junta carlista de guerra cuyos primeros propósitos consistieron en tratar de preparar una sublevación limitada y basada en guerrillas, muy parecida a aquellas que habían precedido a las guerras carlistas, teniendo como centro las zonas montañosas junto a Portugal, Navarra y el Maestrazgo. Por supuesto, estos propósitos no hubieran hecho peligrar las instituciones republicanas; además, el tradicionalismo consiguió, en torno a mayo, aumentar sus posibilidades mediante la incorporación a sus filas del general Sanjurjo, cuyo pasado militar y actividad conspiradora previa le daban una preeminencia obvia entre los militares dispuestos a participar en ella.
En realidad, como decía Fal Conde, el general era un tanto "simplote" en sus apreciaciones políticas y probablemente no se adhirió al carlismo más que por ver en él el único grupo político dispuesto a lanzarse con sus propias masas a las calle; había casi 10.000 requetés que se entrenaban sin excesivas dificultades en Navarra. Allí, como veremos, estaba el centro inspirador de la conspiración cuya mente rectora era Mola. Los dirigentes carlistas entraron en contacto con él en fecha temprana, pero las relaciones fueron tormentosas. Lo que Fal Conde quería como programa para la sublevación era una inmediata derogación de la Constitución y de las leyes laicas, la desaparición de todos los partidos, la bandera bicolor y un directorio con un militar y dos civiles tradicionalistas; hacía, además, la previsión de una consulta al país que para él debía dar paso a la vuelta a la Monarquía tradicional. Estos propósitos tenían poco que ver con los de Mola, que para Fal Conde no pretendía sino "disparates republicanos". Al objeto de influir en el citado general, en la segunda semana de julio los carlistas le trajeron una carta de Sanjurjo en que se mostraba partidario de la bandera bicolor como cosa sentimental y simbólica y de desechar el sistema liberal y parlamentario. Mola, tras una seria resistencia, acabó comprometiéndose muy vagamente a aceptar en líneas generales las indicaciones de Sanjurjo, pero de hecho pactó con los carlistas navarros cediendo muy poco, tan sólo lo que Fal Conde, irritado, denominó como "ventajillas locales". A pesar de que no hubo ningún partido que proporcionara inicialmente tantos hombres armados como el carlismo, la sublevación nunca fue, pues, propiamente tradicionalista.
También Falange Española, por su ideario y por su afiliación juvenil y entusiasta, que ahora crecía meteóricamente, estaba en condiciones de conspirar contra el régimen republicano y derribarlo por la violencia. Así lo hizo, pero siempre mantuvo cierta ambigüedad con respecto a los militares. Por un lado, José Antonio Primo de Rivera desde la cárcel de Alicante dirigió escritos a los militares españoles presentando un panorama patético de España y animándolos a la acción. Parece indudable que estos textos tuvieron influencia sobre los acontecimientos, porque gran parte de la oficialidad joven se sintió especialmente atraída por el falangismo; quizá hasta un tercio de los miembros de Falange, según algunos cálculos, eran oficiales del Ejército. Con todo, entre un ideario de indudable significación fascista, aunque con sus peculiaridades, como el de Falange y los militares, necesariamente tenía que haber tensiones y dificultades.
La mejor prueba de ello reside en que Garcerán, en nombre de los falangistas, ofreció las milicias del partido a Mola el 1 de junio, revocó esta decisión unas semanas después para reafirmarla cuando acababa el mes. Primo de Rivera dio instrucciones que parecen contradecirse acerca de esta colaboración con los militares, pues si recomendó ponerse a disposición de los mandos naturales al mismo tiempo guardó una indudable reticencia respecto del contenido del movimiento. Por eso previno a los dirigentes de su partido acerca de las alianzas políticas. Sus papeles íntimos dan, por un lado, la sensación de que también él pensaba en la viabilidad de una solución semejante a la Dictadura republicana pensada por Maura; hizo sus correspondientes listas de gobierno para formar gabinetes de esta significación que deberían concluir por convertir a España en un país "tranquilo, libre y atareado". Al mismo tiempo, sin embargo, parece haber temido que los militares no supieran hacer otra cosa que una revolución negativa, destinada a convertir meros tópicos en instrumentos vertebradores de un nuevo régimen.
Nos queda hacer mención de la última fuerza de derecha durante la etapa republicana, que era también la más importante y nutrida. Es muy posible que la mejor forma de describir su situación a la altura del verano de 1936 sea con el término descomposición. Parece indudable que algunos de sus diputados, como el Conde de Mayalde o Serrano Suñer, colaboraron en la preparación de la sublevación. El primero, por ejemplo, debía haber llevado un mensaje a Franco durante ese verano. No menos evidente es que las JAP se estaban pasando masivamente a Falange y que Gil Robles, como había anunciado en las Cortes que acabaría sucediendo, había perdido e1 control de sus masas. Pero había un sector en el partido que no estaba dispuesto de ninguna manera a romper con la trayectoria posibilista y de colaboración con la legalidad republicana que le había caracterizado hasta aquel momento.
Éste fue el caso de Giménez Fernández, que se opuso a que la CEDA abandonara las Cortes, o el de Luis Lucia, dirigente de la sección valenciana del partido, que una vez estallada la sublevación hizo público un telegrama, en parte para evitar las represalias contra la organización que presidía, asegurando su fidelidad al régimen republicano. En cuanto al propio Gil Robles parece indudable que no participó en la conspiración y que ni siquiera los principales dirigentes de la misma pensaron en consultarle. Sin embargo, en su inquieta actividad de estos días se encuentran ciertas concomitancias con medios dirigentes de la sublevación: no sólo cedió los sobrantes sino que tuvo contactos con Fal Conde (que éste interpretó en el sentido de que quería participar en el reparto de gobiernos civiles después de la victoria de la sublevación) y de forma indirecta con Mola. En alguna ocasión los principales dirigentes militares de la conspiración se reunieron en casa de un miembro de la CEDA. El destino al que, sin embargo, estaba condenada ésta era la marginación.
La conspiración contra el Frente Popular (como veremos, inicialmente no era contra la República) no fue primordialmente protagonizada por grupos políticos sino por militares. Aunque no se tratara de una conspiración exclusivamente militar ni de todo el Ejército, sí tuvo mucho más ese carácter que la de agosto de 1932. Fundamentalmente estuvo protagonizada por la generación militar africanista de 1915 y tuvo como rasgo característico la voluntad de utilización de la violencia desde el primer momento, que era producto de las tensiones que vivía el país y que tuvo como resultado que lo sucedido no fuera un pronunciamiento clásico sino una guerra civil.
En realidad, esta conspiración militar fue bastante tardía, lo que de nuevo hace pensar que la guerra civil no era inevitable, y sí un tanto confusa en el doble sentido de que, por un lado, se conspiraba mucho, pero muy desordenadamente, y, por otro, los propósitos de los conspiradores ni estaban tan meridianamente claros, ni se vieron convertidos en realidad en el momento de llevar a la práctica lo originariamente pensado. Lo primero que hay que tener en cuenta es que hubo una organización militar secreta destinada a organizar la conspiración. Existía una Unión Militar Española cuyos orígenes hay que remontar al primer bienio republicano y que tenía unos propósitos corporativistas y al mismo tiempo políticos. Con especial influencia entre los miembros del Estado Mayor, la importancia numérica de la UME, nutrida de comandantes y capitanes, no parece haber sido tan grande, pero en cambio difundió ampliamente la actitud subversiva contra la República en los cuarteles durante las últimas semanas de existencia del régimen. Quizá el mejor ejemplo del éxito de esta labor propagandística es el hecho de que buen número de los dirigentes de la UME desempeñaron un papel importante en la política de la España de Franco. Cuando el general López Ochoa, inequívocamente republicano, nombró un defensor en la causa de que era objeto como consecuencia de la represión de la revuelta de Asturias, no tuvo inconveniente en que fuera un militar perteneciente a la UME.
El hecho es revelador porque muestra que en la conspiración de 1936 no tomaron parte sólo militares monárquicos y organizaciones financiadas por este partido (como la UME), sino que la actitud protestataria contra la República y dispuesta a establecer un régimen autoritario más o menos temporal estaba extendida entre sectores más amplios. Entre las principales figuras de la conspiración y de la sublevación había personalidades inesperadas. El general Mola, por ejemplo, según uno de sus biógrafos, tenía una "limitadísima" simpatía por la Monarquía; Goded, incluso, había conspirado contra ella en la fase de Berenguer y colaboró con Azaña hasta 1932. Queipo de Llano también conspiró contra Alfonso XIII y estaba emparentado con Alcalá Zamora. Escritores izquierdistas llegaron a asegurar que la presencia de Cabanellas con los sublevados sólo se entendía por haber sido obligado a punta de pistola; no fue así, desde luego, pero en el momento de sublevarse no tuvo inconveniente en recordar sus ideas "democráticas".
Puntos:

Tema (Autor) Ultimo Mensaje Resp
La conspiración de los militares contra la Republica II Por: Legionario-47 23-12-09 23:03
Legionario-47
0
Simulador Plusvalia Municipal - Impuesto de Circulacion (IVTM) - Calculo Valor Venal
Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:07/08/2020
Clausulas de responsabilidad y condiciones de uso de Foro-Ciudad.com