Limpias - Cantabria

Hasta ahora es aceptado en Limpias que vecinos, y transeúntes en general, hayan de compartir el paseo y otras vías peatonales con los perros. Y debe ser así, pues con sentido común por parte de todos no debe ello general ningún tipo de problema. O no debería. Pero claro, el sentido común no es patrimonio común de todos. Junto con los dueños de perros que brindan una tenencia de los mismos juiciosa y responsable, coexisten otros que sin rubor y haciendo gala, al menos, de pésima educación, dejan defecar a los animales referidos en el paseo y no recogen las heces, o llevan expresamente a los mismos a las zonas ajardinadas para que allí den rienda suelta a sus esfinteres.

Cuando el sentido común, por su ausencia, no limita tanta muestra de carencia de civismo, llegan los problemas entre los vecinos. A nadie le agrada pisar mierda (cosa en ocasiones inevitable), pero el desagrado puede tornarse en cabreo cuando ves que la misma ha sido despositada por un animal cuyo dueño, con su actitud, se ha identificado plenamente con aquel. Comprendo que hablar del tema puede molestar a los tenedores de animales que adiestramos y cuidamos con los mayores mimos a los perros: son nuestros compañeros (cierto, en ocasiones mejores compañeros que algunos bípedos con DNI). Pero desde esa posición, para que no haya dudas, creo que somos los que mejor podemos denunciar y denostar a quienes, como nosotros, comparten (cabe suponer), el cariño hacia estos animales.

Es obvio que, cuando la convivencia se ve alterada de esta manera, la autoridad debe regular estas cuestiones, pero...., nos encontramos en Limpias. Su Ayuntamiento ha dado muestras de una diligencia asombrosa cuando se trata de regular el establecimiento o la modificación de impuestos, tasas y otras exacciones, y a tal fin, con encomiable y silenciosa laboriosidad (o plagio) ha dado a luz a los correspondientes Reglamentos y Ordenanzas. Claro, queda muy lejos de su interés regular temas como la tenencia de animales, ruidos u otras actividades molestas, tráfico de vehículos, etc... Evidentemente, su moderación provocaría alguna incomodidad a los ediles electos y elegibles, mientras que las consecuencias de la inacción del Ayuntamiento en estos temas las sufren los vecinos, algo consustancial a tal condición. ¿Qué tiene que ocurrir para que nuestro nunca justamente valorado Ayuntamiento se digne, aunque sea de forma ocasional, a mediar en estas cuestiones regulando sensatamente allí donde la educación, vergüenza o inteligencia no llega? Cuestiones tan dolorosas como el peligroso tránsito por el paseo de niños en bicicleta, sí merecieron el pasado año la atención del consistorio, y prontamente se contrató a una persona con fines disuasorios y expeditivos, que cercenara toda actividad lúdica sobre ruedas a tan insolentes ciclistas.

Seguro que a más de uno les parecerá exagerado todo lo anterior. En tal caso, quizás relatar lo sucedido esta semana en un parque, a orillas del paseo, puede hacer cambiar la percepción del tema, aunque los hechos y circunstancias concretos solo deben servir, en este caso, para calificar a quien con su dudoso civismo originó el problema. Y fue, en síntesis, que una madre que se encontraba con sus hijos en tal lugar, se dirigió a la responsable de dos pastores alemanes que deambulaban líbremente por el paseo, requiriéndole educadamente que alejara a los perros de los niños, pues uno de ellos tenía miedo a los perros. Obviamente se dejó llevar por la presunción que se encontraba con otra persona del mismo talante y, en lo tocante al cerebro, fortuna, y se equivocó, pues la boca de la tutora canina eructó una pestilente verborrea que seguramente evidenció de forma clara la frustración que intenta compensar con la compañía y cuidado de los dos canes. Quizás su cerebro, alcanzada una identificación plena con tales animales, haya abandonado toda muestra de inteligencia y haya optado por guiarse, como ellos, por el instinto. Sólo eso puede explicar su respuesta "A mi también me dan miedo los niños". Ahorro referir el resto de su argumentación, gran parte de ella de la misma altura que la reflejada con lo transcrito, y de su provocadora actitud, con la que, lejos de defender a sus animales, tan sólo definía con mayor claridad y de forma denigrante su primario e involucionado intelecto. Supongo que tuvo suerte de ladrar ante la gente que lo hizo, pues a buen seguro que otros de los que en su día fueron sus congéneres no hubieran aguantaron tanta estulticia. Pobres perros, dos ejemplares preciosos de pastores alemanes que, a buen seguro, deben andar un poco confundidos, pues obviamente se conducen con sendos líderes aparentemente bípedos que no distinguen un niño de un perro, que dudosamente han alcanzado un estadío adulto pues reconoce tener miedo de un niño. Puede comprenderse, desde una mente normal, que un niño tenga miedo de los perros, debido a algún incidente o percance con los mismos. Pero, ¿como comprender que un adulto diga que tiene miedo de los niños, y que compare y reclame el mismo valor para éste miedo que el que siente un niño por un perro? No puede ser sino debido a que la figura del niño se ha convertido en ella en una obsesión, o trauma, quizás por alguna frustración. Tal vez el no tener hijos lleve a querer compensar tal carencia con unos perros, a poner al mismo nivel a un niño y a ellos y, finalmente, a reclamar un lugar para sus perros superior al del niño ajeno. Revelador. En tal caso, podría reclamarse comprensión para quien sufre tales crueldades de la fortuna, más la frustración no siempre justifica la estulticia.

Seguiré disfrutando con mi perro de mis diarios paseos, aunque no podré sino sentir vergüenza cuando me cruce, no con los perros, sino con los dueños que tales hábitos han mostrado. Y seguiré una vez más desilusionado con los ediles que no quieren mediar decididamente en cuestiones como ésta, regulando mínimamente la tenencia de animales.

Y, en nombre de los que disfrutamos y vivimos con nuestros perros, perdón.