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Limpias - Cantabria

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España > Cantabria > Limpias
07-03-13 16:09 #11122649
Por:No Registrado
Las zahurdas de Dioscórides (I)
Miren, Señores. Yo soy de natural medroso, prudente, y comedido, aceptablemente educado, respetuoso con sus coetáneos, hiena implacable con los ausentes y una cobarde babosa con los presentes - a poco que en sí mismos confíen -. En fin, que ni lo referido, ni en cariños, dádivas y lindezas, destaco en punto alguno respecto a mis miserables vecinos, que no lo son porque, como a mí, no les mortifique el dulce peso de la bolsa, sino por ostentar la propiedad de artes denigrantes y regusto por la humillación, ofensa y vapuleo de quien consideren de ello digno acreedor o no. No obstante, reconozco como agravante el hecho de que, mientras ellos, en sus siete octavas partes, practican su magisterio en variable equilibrio con las servidumbres de las medicinas de Baco, yo ejerzo mi vocación al natural, sin aderezos, como viejo zorro mordisqueando los muslos de la vieja gallina escuálida. Ello, lejos de suponer una disculpa a aquéllos, me revela como bellaco y canalla, dispuesto a hacer sangre mientras los demás enaltecen el vino.
Me licencié en estas artes sigilosamente tras el estudio, ejercicio y práctica de los quehaceres de aquéllos entre los cuales debían andar acertadamente embozado mi padre, y que eran la provechosa ocupación de mi madre desde que mis recuerdos alcanzan. Con habilidad mi bienhechora guiaba en su provecho las inaplazables ansias de ayuntamiento que a todos les llegaban tras pasar por los dispensarios de la villa, a cortas horas de la madrugada. Llegaban a nuestros dignos y poco honorables aposentos, que cierta religiosa alquilaba a quien no tenía techo pero sí armas con que pagarle (sí, la aventajada sobrina del Obispo de Burdeos, o de Valderredible, ¡Vaya usted a saber!), vociferantes y bravucones escudados en la manada, muchos de ellos con el utensilio de trasiego todavía en sus temblorosas manos. Mientras limitadamente intentaban correr a mi madre y a sus colegas con comentarios y gracietas recurrentes y manidas, trayendo al caso versos y cancioncillas que consideraban sin duda pícaras y tan herméticas que su comprensión solo alcanzaría a quien como ellos se encontraba en tales necesidades y estados, los guiños de ojos, inútilmente camuflados entre torpes gesticulaciones y verbalizaciones interminables, iban de catador a catador, simulando a la par su testa ser un vacilante badajo.
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07-03-13 16:13 #11122660 -> 11122649
Por:No Registrado
RE: Las zahurdas de Dioscórides (II)
Ni mi respetable progenitora ni sus competidoras ponían más reparos de los necesarios antes tales alardes de verraquis descerebraus, pues sabían que ello aseguraba la mejora de su fortuna, y la ruina de los cabestros. Cada uno consumía una ofrenda, y las bienhechoras cobraban las siete que los fantasmas habían requerido. Incluso en ocasiones les vaciaban del todo, incluso los bolsos, sin que los mentecatos advirtieran la profesionalidad de aquéllas. Mas todos simulaban quedar muy satisfechos, y ninguno reclamaba en público delante del resto de la compaña de ebrios los dineros de los seis servicios cobrados y no prestados. Con los impuestos de tales contribuyentes, y las generosas donaciones de cierto oscuro benefactor que curaba los pecados, más que los cuerpos, de las tenidas por doncellas, mi madre pudo darme el necesario alimento. La observancia de sus destrezas, y alguna clase de latín del citado benefactor que me familiarizó con las perífrasis pasivas de Messalina, me animaron decididamente a no seguir sus pasos, y me dejaron a las puertas de una mocedad con horizontes muy ajenos al apego por el trabajo, dedicando más tiempo del aconsejable al trato diario y nocturno con la sabiduría de las alcahuetas que con mi madre tan arriesgada y fatigadamente trabajaban.
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07-03-13 16:14 #11122663 -> 11122649
Por:No Registrado
RE: Las zahurdas de Dioscórides (III)
Viendo mi madre que el vicio me robaba excesivo tiempo, y privaba al negocio de los dineros de algún borono que había de esperar a que yo terminase, una tarde, con las lágrimas en los ojos (que nunca he sabido interpretar si fueron de alegría o sincero dolor), puso en mis manos una pequeña bolsa, con no más de quince ducados, y una carta lacrada en cuyo interior había, según dijo, una misiva que el benefactor había ordenado me fuera entregada. No pude hurtar a los ojos de mi madre las lágrimas de los míos, que se debían, más que al dolor de la despedida, a la segura renuncia del fácil y variado calor femenino, que con tan poco esfuerzo hasta entonces había disfrutado.
- Hijo mío. En tu despedida espero sepas perdonar que no te haya podido aclarar quién de los numerosos eunucos que han apoyado a tu madre, es tu padre. No es por evitarte la humillación de paternidad tan poco aconsejable, sino porque a cualquiera de ellos, y ello no perjudica ni en más ni en menos mi honra, podrías deber tus días. No me preocupa privarte de la satisfacción de esa segura curiosidad, dado que a cambio te he facilitado en estos años un ejemplo y mostrado unas habilidades que espero hayas aprovechado para usar las debilidades y miserias de los demás.
Poco me importaba la identidad de mi discreto padre en tales circunstancias. En mi cabeza, cual ruidoso y desordenado enjambre, se mezclaban varias preocupaciones, éstas que todavía hoy juzgo verdaderamente importantes: ¿Abandonaría por siempre mis clases de latín? Y a mis simuladas doncellas manipuladoras ¿Nunca más las volvería a ver? ¿Ni siquiera a Messalina, la que poco tiempo fue moza, mi preferida, que con tan preciso tempo tocaba el instrumento con varios da capos, crescendos, minuendos, claves, partituras, sin que en ocasión alguna me negara su oración a la Meca, que en aquella inocente edad tanto me divertía? Un último beso regalé a mi madre, dándole las gracias por sus días y por las noches de sus comadres, y partí de la mancebía decidido a mudarme de pueblo y de reyno, sin que, por el contrario, me tentara lo más mínimo cambiar de costumbres. Y como se dijo, aproximadamente en la picaresca obra, no me fue mejor, que es lo que sucede a los inconscientes cuando cambian de lugar pero no de hábitos.
El caso es que poco me duró la regalada bolsa en su celoso disimulo, siendo que camino de casa del benefactor, de quien pensaba despedirme sin artificio (Valet, pater, quizás, astado), entré en un dispensario de humores etílicos que era de mi predilección, pues, además de rememorar al vicio en el travesaño de la puerta, contaba entre sus atractivos el contar con una servidora pluriempleada que lo mismo servía tinto, aspiraba hondamente, y usaba de una lengua por solo las muy cultas y formadas hablada. Y no solo estas virtudes se murmuraban de ella por las frustradas pías amantes de inciensos y reclinatorios -que si no fueran dichas por aquéllas cabría imputarlas sino a asquerosos machistas-, sino que la que más la beneficiaba era la exhibición espléndida de sus cuartos, ocasionalmente distraídos por un hilillo de seda que nadie juraría sujetador de nada, y que hacía revivir y recuperar la lozanía a los jubilosos viejucos que a estos señuelos respondían gozosamente con diaria fidelidad. Aunque casi mozo, tampoco yo podía sustraerme a esas razones, ni al destilado tierno que me servía en mi cilíndrico vaso, al que trataba con embelesadora dulzura mientras me hacía comentarios que nunca escuché ni atendí más de lo requerido, salvo cierta noche en que un traicionero vino corrupto, servido traicioneramente en lugar del inofensivo mosto, me trajo ciertas complicaciones y desvelos con la venerada camarera, que a punto estuvieron de cerrarme las puertas de mi Messalina para siempre.
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07-03-13 16:15 #11122667 -> 11122649
Por:No Registrado
RE: Las zahurdas de Dioscórides (IV)
Con pésimo semblante debí entrar como desterrado en la taberna, pues al punto me ofreció la camarera su consuelo y sus orgullosos remedios. Preguntome que hacía a esas horas en su confesionario y con esa pálida cara, y aunque en los primeros vasos resistí numantinamente en la debida discreción, al cuarto ya debía referirle algo de la bolsa, pues en el quinto ya estaba en su diván, lejos de los bolsos donde celosamente se guardaba. Tras despejar mínimamente la cabeza, devolver parcialmente lo indebidamente ingerido, y renunciar a consumar faena alguna en tal estado, quise vestirme y seguir mi camino, pero un mamporro asestado en mi cabeza, que no terminé a juzgar por sartenazo o mamporro, hizo lo que no había conseguido el vino.
Me desperté encima de unas redes que se hallaban en el muelle que se encuentra tras la casa de la corregidora, con un fuerte dolor de cabeza, la garganta con el sabor del vino vomitado y con las pruebas degradantes de una inconsciente micción. Era ya de noche, y confié en que no me hubiera visto demasiada gente en tal estado. Palpé el bolso donde debían estar los ducados, pero estos se habían esfumado. No juzgué oportuno volver a reclamar nada al dispensario, pues temía cobardemente a un morisco que la camarera tenía cabalmente como valedor. Asimismo estimé que mi madre no debía ser conocedora del poco provecho que había sacado de una tan dilatada convivencia con barraganas. Permanecí un rato recostado sobre las redes, y no fue sino cuando conseguí izarme que vi la carta del padre de la mancebía había entregado mi madre, con el lacre forzado, evidenciado que la confidencialidad de la misiva había sido violada. Más no me preocupé en ese momento en lo que la epístola me dedicaría, y me dirigí a casa del benefactor, con la intención de despedirme cortés y brevemente, y partir hacia esa delegación de Gomorra que es Laredo, para de allí alcanzar Santoña, patria de reconocidos colapsados etílicos, entre los que prospera un casquivana muy mal aconsejada por un desorientado vecino que hasta entonces lo fue.
Llegue a la vicaría siendo la noche ya muy negra, y me cebé con el picaporte más de lo que marca la costumbre y el cuidado para esas horas. Más, como la llamada fue infructuosa, en los siguientes intentos fui menos prudente y, si bien nadie contestó en la divina casa, los vecinos próximos comenzaron a protestar unos, y a agradecerme otros con gritos e insultos mi impostura. Reconociéndome uno de ellos, que era asiduo de los costosos favores de mi madre, bajó en curioso pijama hasta donde me hallaba, ayudándose de un farol. Me dijo que el caballero del Señor no estaba en casa, y que por la tarde la había abandonado tras completar las horcas de un carro con numerosos paquetes, y que los dos coadjutores le habían ayudado y acompañado. Que un día o dos antes, habiendo coincidido con él en casa de mi madre, este le participó que en una o dos noches partiría de pueblo, a escondidas, con mi madre, quien ya deseaba dejar la vida tan abnegada que hasta entonces había llevado, y que se dirigirían a Las Américas, donde nadie les reconociese y pudieran gastar y disfrutar lo que tan honrada y deshonestamente habían atesorado. Que habiéndole preguntado que si llevarían al hijo de ésta, me contestó que en eso la madre no había puesto mucho interés, y que él no sentía más preocupación ni cariño ahora que cuando había nacido. Por tanto, al mozo, un bledo.
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07-03-13 16:16 #11122673 -> 11122649
Por:No Registrado
RE: Las zahurdas de Dioscórides (V)
No me dolió mucho conocer que las clases de latín no habían sido impartidas filantrópicamente, o a cambio de los favores de mi madre, sino por cierta y no reconocida obligación paterna. Ni que mi madre me abandonara y desterrara por huir con su valedor (ahora entendía por qué mi madre había sido capaz de ejercer sin peligro su oficio sin ser emplumada en tal cristiano pueblo), sino que no me participara que se marchaban a Las Américas.
Con torpeza abrí el sobre de la carta que horas antes en herencia me había dado mi madre junto con los malogrados ducados, esperando que en las letras se confirmara alguna sospecha sobre la identidad de mi padre o el viaje de mis progenitores. Pero en la escritura nada se decía al respecto. Por el contrario, mi madre me comunicaba por este discreto medio, a salvo de las murmuraciones de sus amigas, que a la cinco y media de la tarde partiría con mi padre, el benefactor, hacía Las Américas, desde el muelle del corregidor, cuando más alta esta la pleamar, y que esperaban les acompañara en el viaje. Que los ducados entregados eran para que me procurara en los locales de mercaderías de Colindres, sigilosamente, la ropa y las viandas necesarias para el viaje, negocio que así perfeccionaría a salvo de la curiosidad de la ingeniosa gente ociosa de nuestro villorrio.
Tras leer las letras, hube de sentarme en el banco de la rectoría, lamentándome de que la visita al dispensario me hubiera privado de acompañar a mis padres en el viaje. Era ya muy tarde, y el barco ya habría partido hacía varias horas, seguro.
Mi informador me volvió a salvar con sus nuevas, y me dijo que el barco, cuya partida había sido prevista a las cinco y media, había tenido que retrasar su salida, por culpa de que una reparación que en los astilleros de Marrón había sido menester realizar, había llevado más tiempo del debido. Calculaba que no haría más de media hora que habría partido del muelle del Ayuntamiento, y que por lo tanto, y dado que la marea estaba bajando - lo que requería calma, paciencia y la mayor pericia del piloto-, la nave no habría alcanzado la curva de Magefesa, como mucho.
Brotó en mi cabeza la posibilidad de incorporarme al viaje subiéndome al barco en la escala que este haría en Colindres, antes de partir a alta mar. Entre en los establos del benefactor, en los que dormitaban varios caballos de mejor o peor compostura. Ensillé precipitadamente el que ofrecía mejor aspecto, monté sin demora y enfilé calle Conde Albox abajo. Como un diablo a caballo me vieron en raudo galopar por la 629 camino de Colindres, y cuando llegaba a Costamar, un ocioso campesino con sus dos mozos hermanos agitaron sus manos y descuidadas coletas obligándome a detener mi carrera. Su precipitada verborrea me impedía al principio saber qué diantres querían decirme, y me sentía importunado porque me estuvieran impidiendo el paso. Luego, atropelladamente, fui comprendiendo el sentido de las palabras que unos y otros gritaban mientras con sus manos y brazos señalaban hacia la ría. "Sintonic", "Barco", "Se hunde", "la gente se ahoga", "la gente grita"... Un escalofrío en la espalda fue el aviso de que algo funesto e irremediable estaba sucediendo, y me afectaba. El Sintonic, ese gigantesco barco, orgullo de la capacidad de los astilleros de Marrón, se había hundido en la ría. No se sabía el motivo, pero todos los pasajeros habrían perecido.
Poco había disfrutado mi madre de sus ahorros, y yo de mi recién estrenado padre. En el pueblo se comentó que mi madre había subido en barco para someterse a los debidos reconocimientos médicos que su profesión prescribía, y que el benefactor se había brindado a acompañarla para que no se desviara de su recto camino. Yo me volví en el caballo a nuestro pueblo, y en la entrada le dejé pastar libremente mientras trataba de recolocar las pocas piezas que de mi anterior existencia quedaban.
Esa madrugada toqué, con mano trémula, por miedo a ser repudiado, la puerta de Messalina, quien generosamente me dio durante la toda mañana los últimos cariños y consuelo que me dedicaría.
Meses más tarde las investigaciones del aguacil, aperturadas por orden de la corregidora, tras conclusiones de la comisión creada a instancias del pleno reunido en convocatoria extraordinaria por las tres quintas partes del concejo (en el que no poco se oyó platicar apesadumbradamente a la religiosa propietaria del harén y titular del negociado social) parecen conducir a que la siniestrada nave chocó en su viaje con unas piedras que hasta entonces en el lecho de la ría no habían sido. Extraídas éstas del fluvial acomodo, alguno sugirió que se trataba de las piedras y las dovelas del puentucu de Arroyo del Borrico, y que eso podía afirmarse debido a que la había sido reconocida la firma que en los sillares habían hecho los canteros.
Pero yo no hago caso a las murmuraciones, pues tengo suficiente experiencia de que afectan frecuentemente a las virtudes de los demás menos que a las de los que las profieren. Como la que pulula por bares y otros horrendos locales, sobre que me preocupo en demasía por una piedras muertas, y que sin embargo poca afectación evidencio ante el cruel asesinato de unas coníferas que se hallaban junto a la ría madre, y que en deplorables circunstancias fueron con nocturnidad bellacamente taladas. Y que no es sino falsa, pues a tal hecho me referiré, ahora que la mancebía no me roba tiempo alguno, más que nada por falta de ganas, cuando tenga los mimbres e la historia perfectamente entrelazados. Valete.
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08-03-13 18:35 #11125587 -> 11122673
Por:No Registrado
La pedrada del harrijasotzaileak
Te escudas en la cobarde murmución anónima, para así no dar explicaciones ni razones fundadas a ningún mortal. Pero yo, que vivo cerca de donde yace el buque, a pocos metros de la orilla de la ría, puedo asegurar dos cosas, aunque ninguna de ellas me crean los que me conocen: una, que estoy en condiciones de asegurar, como testigo, sobre la causa del hundimiento del Sintonic en la curva de Magefesa, y otras, que me encontraba sobrio en tan histórico momento.
Ambas cosas me autorizan a decir que el Sintonic no chocó contra piedra alguna que estuviera en el flumíneo lecho, cual iceberg traidor. La nave se halla ahora bajo las fétidas aguas debido a que un bilbaino que sesteando estaba en la orilla de Costamar, molesto por ser despertado por la sirena de la embarcación, le lanzó una certera pedrada, tan precisa y definitiva que, en un "amén Jesús", se hundió con todos los desgraciados dentro. En vedad, no estoy seguro que el lanzador fuera bilbaino, pudiendo resultar en verdad que fuera de Ampuero. Aunque la cabeza que le adornaba le inclinara a la primera filiación.
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13-03-13 15:15 #11144573 -> 11122673
Por:No Registrado
RE: Las zahurdas de Dioscórides (V)
¿Y dónde ubicas tú, en nuestro pueblo, las zahúrdas de Dioscórides? ¿hállanse en promontorio alto o en el delta del Arroyo del Borrico?
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Anasimandro también usaba de zahúrdas. Por: No Registrado 30-03-13 11:11
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