Zorita - Caceres

ENSERES DOMÉSTICOS DE ANTAÑO

Hasta bien avanzado el siglo XX, con la llegada de la luz eléctrica a nuestros pequeños núcleos rurales, y la instalación en cada domicilio de una pequeña bombilla incandescente a 125 Voltios y solo 15 o 20 Watios de potencia, los útiles usuales en los domicilios zoriteños y en los chozos del extrarradio, eran, entre otros, los siguientes:

EL CANDIL.-Era un utensilio que servía para alumbrar las viviendas en horario nocturno; hecho de hojalata o chapa fina, con una especie de cazoleta terminada en pico y sujeta a una varilla de hierro provista de un gancho que servía para colgarlo. Dentro de ésta cazoleta se colocaba otra de igual diseño y menor tamaño que era destinada a contener el aceite y la mecha que, impregnada en éste, producía la llama, con una luz a veces oscilante y mortecina de escasa potencia lumínica.
La mecha, era elaborada con tiras de tela, preferentemente de algodón, procedentes de una vieja prenda de vestir. Mi abuela paterna nos encargaba a sus nietos – mis primos y yo- su elaboración, torciendo una punta de la tira a derechas y la otra a izquierdas, juntando ambas al final que se enroscaban mutuamente quedando la torcida dispuesta parea ser usada.
El candil solía estar dotado de una cadenita de alambre de la que pendía una especie de atizador del mismo material, el cual servía para despuntar el trozo de torcía que iba siendo quemada. Lo que se llamaba “el moco del candil”, que era a veces mal oliente si se empleaba aceite usado en frituras culinarias, lo que era bastante común, por razones obvias.
La luz de este utensilio mantenía las estancias en una semipenumbra semejante a la que reinaba en las vías públicas, iluminadas mediante lámparas eléctricas iguales a las anteriormente aludidas, colocadas a bastante distancia unas de otras.
Aún recuerdo el enorme candil de grandes dimensiones que iluminaba la almazara de Don Enrique Peña durante la campaña de molturación de aceituna, dotado de una torcida gruesa y de una llama imponente. Pero claro, allí no se escaseaba el aceite como sucedía en la mayoría de las viviendas.


LAS TRÉVEDES.- Otro elemento imprescindible en la cocina para colocar la sartén sobre el fuego, si ésta no era de aquellas dotadas de tres patas, las cuales no necesitaban trévedes.
Estas eran de hierro forjado y constaban de una pieza circular de unos 20/25 cm. de diámetro que llevaba soldados en su parte interna, tres o cuatro salientes a modo de hojas de laurel para permitir la colocación de recipientes de distintos tamaños. Esta especie de corona estaba dotada de dos patas y soldada a una barra de 50 o 60 cm de longitud, con otra pata de igual altura a su final, y de una pieza corredera encima de ella terminada en horquilla, sobre la que descansaba el mango de la sartén, de cualquier tamaño y dimensiones que esta tuviese.
Colocadas sobre una buena lumbre de leña de encina, era un elemento esencial en la cocina de los hogares de entonces. Eran las precursoras de los posteriores fogones y de las actuales placas de fibrocerámica, que han hecho las delicias de nuestra féminas.

LAS LLARES.- Llar, según el diccionario de la RAE, se denomina al fogón de la cocina, pero esta palabra, usada en plural, servía en Zorita para denominar a una larga cadena de hierro con fuertes anillas o eslabones, terminada en sus dos extremos por sendos ganchos igualmente sólidos.
Este utensilio se empleaba colgando del interior de la chimenea y podía ser regulado a discreción para mantener dichos ganchos a mayor o menor altura del fuego y poder suspender de los mismos un rústico caldero de hierro forjado, dotado de un asa resistente, en el cual se elaboraban las célebres migas extremeñas, el exquisito frite de cabrito, la caldereta de cordero y otras preparaciones culinarias de gran aceptación en nuestra gastronomía popular.
Y, por último:

EL GATO O MORILLO.- Solía consistir en un elemento de hierro de unos 50 cm. de longitud, dotado de tres pequeñas patitas y una especie de agarradero al final, que se colocaba sobre la piedra de granito o piso de ladrillo refractario, donde se encendía el fuego, para recostar o apoyar sobre él los gruesos leños de encina o roble que servían de base a la tradicional lumbre, evitando que la leña pegase al suelo, facilitando así su mejor combustión y la menor emisión de humos.

Todos estos elementos que formaron parta de nuestro ajuar doméstico hasta hace poco más de medio siglo, terminaron en manos de los chatarreros y anticuarios, adquiridos por cuatro perras y vendidos posteriormente como piezas de museo para decorar casas de campo y residencias más o menos suntuarias de personas adineradas.

Por ello traemos ésta información al foro, destinada a las generaciones más jóvenes, que apenas han llegado a conocer estos rudimentarios objetos arrinconados por el progreso de los tiempos modernos. Esperamos sean de su agrado.

Saludos,