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Villanueva de la Sierra - Caceres

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30-12-08 18:02 #1584370
Por:izquierdo

La Fuente de la Eras y la trilla.
Fuente de las Eras y la trilla.


Una soleada y clara mañana de un domingo del mes de junio, en vísperas de la Santa, después de la misa de doce, los hombres al salir de la iglesia se dirigen en corroblas cuesta abajo por la empinada y empedrada calle Larga y por la polvorienta calleja trasera del Sagual para juntarse en las inmediaciones de la laguna del Lejio y tomar todos juntos el camino del Escape en dirección a la eras.

La gente va provista de sogas y cordeles, algún que otro martillo de madera y de más de una docena de afiladas y duras estacas de encina y de castaño.

Antes de acontecer esto, se acudió a la alcaldía del ayuntamiento para pagar las tasas y solicitar entrar en el sorteo de la eras.

En presencia del edil se comprueban y se meten las papeletas numeradas de antemano en el fondo de un más que usado y andrajoso sombrero de paja y las otras con los nombres puestos, vienen también ya preparadas en una bolsa de tela; se remueven ambas a diestro y siniestro con la mano, hasta quedar bien mezcladas.

Una pequeña recua y tropelía de muchachos, ajenos a lo que se está haciendo, corretea indiferente por los alrededores, jugando a la roanga, a tres novillos o haciendo equilibrio encaramándose en lo alto de las paredes.

Otros, más “méteme en todo” y curiosos, revolotean como avispas por el entorno al lado de los hombres, y no se separan de ellos, como las gallinas del corral cuando se les hecha el trigo o la cebada, procurando meter sus cabezas por entre los brazos y las piernas de los reunidos para ver todo lo que allí en realidad sucede.

Hace unos meses tuvo lugar algo parecido, cuando para la “ hoja” que tocaba hogaño labrar, se hicieron las “suertes” de la sementera para ver qué tierras de labor correspondían para sembrar a los pequeños y más pobres agricultores lugareños sin fanegas ni títulos de propiedad.

¡A ver! Una mano inocente que saque las boletas, demanda la voz fuerte y estridente del señor alcalde.

Al instante un muchacho de piel morena, recio y espigado, de ensortijado pelo rubio, ojos azules y claros como el agua, de unos nueve años, se abre paso a empujones entre los hombres y se planta sonriente y predispuesto en medio del improvisado corro.

Una tras otras las boletas con los números y los nombres de los solicitantes van saliendo, y cada vez que esto sucede, los interesados se acercan y miden con la soga o el cordel los metros en el lugar asignado, delimitando y acotando los más previsores la zona asignada con afiladas estacas de maderas o con unas cuantas piedras amontonadas como si fueran mojones, los otros.

En las jornadas siguientes, las abandonadas y solitarias eras se transforman en un incesante trajín y bullir de gente y caballerías que con su constante ir y venir de allá para acá lo llenan todo.

Día a día, los espaciosos y vacíos terrenos de las eras públicas y de las otras particulares de las inmediaciones van llenándose de pequeñas o grandes “jacinas“ con las sucesivas, reiteradas y continuas cargas de los diversos cereales que se acaban de segar; centeno, trigo, cebada y algún que otro montón de garbanzos y de chochos.

El acarreo de los jaces de la mies segada y atada, empieza antes del amanecer aprovechando la bondad y frescura de la mañana y después de la siesta, por la tarde cuando el ardiente e implacable sol estival empieza a decaer.

Se disponen y reparan las trillas con pequeñas y cortantes lascas de guijarros para rellenar los huecos que quedaron vacíos y que se perdieron en la cosecha anterior; se revisan las colleras, yugos, atajarres y manceras; los liendros, las jorcas de madera y de hierro, palas de cantear y las escobas de tamuja de barrer y en la jornada fijada, cuando todos los achiperres y atavíos están reparados, listos, y dispuestos, se lleva todo a la era y se da comienzo a la tarea.

Las yuntas de las caballerías de burros, mulos y caballos enganchadas, empiezan a dar las primeras vueltas a la parva con un trotar alegre y juguetón, viendo como bajo el peso de las relucientes y brillantes herraduras de sus pezuñas y la trilla, y a su vivo paso, se oye el crujir y crepitar de la paja seca al quebrarse y romper.

Conforme avanza la jornada y el calor aumenta, el alegre trote inicial de las caballerías, se convierte en un andar cansino, indolente y rutinario, acuciadas y aginadas por el incesante y agobiante picar de las aviesas moscas cojoneras y tabardos, que intentan ahuyentar y espantar con continuos y acompasados movimientos de sus largos rabos y convulsivos e inquietos aleteos de sus peludas orejas.

A estas alturas del verano las escuelas han acabado y la chiquillería se va a las eras para subirse a la trilla, jugar y revolcarse en la parva.

¡Qué ilusión y cosquilleo en el estómago aquella primera vez que tu padre te dejó sólo y tomaste las riendas de la yunta, y aunque te salieras alguna vez de la redondez de la parva por tu manifiesta inexperiencia te dejó continuar!

Ese día resultó muy agradable y algo digno de ser guardado para siempre como recuerdo inolvidable en los archivos más profundos de la memoria, pero en los sucesivos días, lo que sólo era un juego para uno, se convirtió de repente y sin querer en una obligación y pasaron a ser entonces unas tediosas, odiadas e interminables horas bajo el sol, sentado en la trilla, que aún hoy en día y a pesar del tiempo y los años transcurridos, casi me asfixio y ahogo al recordar.

Menos mal a aquellos buenos ratos, que servían de descanso y relax, cuando con el botijo al hombro y el cántaro de barro en la mano, te acercabas hasta la fuente de las Eras y bajabas los pasiles hasta el arroyo a llenarlos o te acercabas hasta el más lejano pilar del Llano, y procurabas retrasar el regreso al duro y penoso trabajo lo más posible, bajo la excusa y el pretexto de que había mucha gente esperando.

Aún recuerdo con meridiana claridad, como si fuese hoy, el olor seco inconfundible del tamo al amontonar la parva y como con su extrema fineza se metía por la nariz y por la boca produciendo un fatigoso y molesto picor difícil de olvidar.

Y ¡ cómo no!, el sonoro y pertinaz zumbido de los violeros, navegando en la soledad y placidez de la noche alrededor de la arropada cabeza, cuando se dormía en las eras, buscando un resquicio o abertura entre las rotas y descosidas mantas de tira, para lanzarse como aguerridos aviadores sobre los blandos y tiernos párpados,y perforarlos para chupar la sangre con los aguzados y afilados estiletes de sus puntiagudos aguijones.

Las imparables manecillas del reloj del tiempo avanzan sin dar tregua ni descanso, y sin que nada ni nadie las pueda detener y cuando uno mira hacia atrás, se da cuenta de lo efímera y corta que es la vida, y que por ello hay que disfrutarla en plenitud, procurando sentirse a gusto y relajado con un mismo y los demás, guardando para los recelosos ratos de depresión y nostalgia, como si fuera un extraordinario tesoro, todos los instantes y momentos agradables por diminutos que sean y todos los recuerdos, hechos y vivencias acaecidos desde que vislumbramos el primer rayito de luz que se coló por la rendija de la agrietada ventana de la alcoba al nacer, envueltos en la toquilla y cobijados en la acogedora calidez de la pequeña cuna, hecha con cariño por tu padre, al lado de la cama.

Feliz Año 2009
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