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Villanueva de la Sierra - Caceres

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España > Caceres > Villanueva de la Sierra
29-11-08 19:21 #1468720
Por:izquierdo

La fuente del Correal.

En su continuo trajinar, el zagal va y viene una y otra vez de la fuente del Correal, trayendo la reconfortante y fresca agua necesaria para apaciguar y saciar la sed de la esforzada cuadrilla de recios segadores.

Hombres y mujeres, mozos y mozas doblaran sus espaldas sobre el surco al despuntar las primeras luces del incipiente amanecer y ahí seguirán sin descanso, hasta la aún lejana y tardía puesta de sol.

Largas, duraderas e interminables horas de trabajo, esfuerzo y sudor les aguardan.

La fuente se encuentra en las estribaciones meridionales, de la “Sierra de Dios Padre”, a media ladera, casi en el límite del monte bajo, dónde un pequeño vallejón se interpone entre éste y las sembradas tierras de labor, oculta y disimulada en una minúscula depresión del terreno, rodeada de altas jaras y verdes escobones.

Mana fresca y cristalina, y en su entorno se forma un pequeño oasis y vergel, en este singular desierto cerealista,carentede de fina arena, donde en lugar de las esbeltas palmeras datileras, crecen las pringosas jaras, las escobas de flores blancas y amarillas, el cantueso de pétalos morados y un estrecho bosque de delgados y cimbreantes juncos verdes.

Antes de llegar al lugar, cuando uno se aproxima, se oye el croar de las ranas escondidas entre la suave y tierna hierba de sus orillas.A
Al acercarse, cuando te ven, como un resorte, impulsadas por sus musculosas patas, saltan y se zambullen en el agua rompiendo la fina lámina de cristal y se esconden entre el fangoso barro del fondo, debajo de alguna piedrecita u hoja seca.

El oleaje formado, rompe la placidez y sosiego de la fuente y desplaza hasta la minúscula ribera, a media docenas de enclaradores de agua, de finas y casi invisibles patas, subidos sobre la cresta de sus olas, vestido con sus trajes negros de neopreno, que como expertos patinadores se deslizaban en ese instante, por la cristalina y pulida superficie de sus aguas.

A unos metros, posados sobre lo alto de las ramas de una tarma, una inquieta y vistosa pajarita que no para de mover sus cola, y una pareja de herrerillos, aguardan expectantes e impacientes su turno, para bajar y acercarse a la fuente a beber.

Es el lugar más cercano, en estas áridas y abrasadas tierras, dónde en plena canícula estival, y en muchos metros a la redonda, se puede encontrar tan imprescindible, salutífero y escaso líquido elemento.

Un poco más lejos, en la huerta del tío Tobalo, hay un antiguo pozo con su brocal intacto y forrado en su interior de piedras, que en época de primavera, el caudal desbordado del arroyo que la cruza, vierte en él, el sobrante de sus aguas hasta llenarlo.

En estos días, su pedregoso y seco cauce ésta muerto y lleno de ramajes y hojas.

Sólo quedan resquicios de agua, en algunos chabarcones y remansos protegidos a la sombra, dónde permanece estancada y poco clara y también un poco turbia, en los impermeables huecos excavados en las peñas y rocas del lecho del arroyo, por la acción del viento y los efectos constantes y pertinaces de la erosión.

Las últimas y escasas lluvias cayeron al final de primavera; desde entonces un cielo raso y sin apenas nubes, la persistente y prolongada ola de calor y efectos de la evaporación, hacen que a la sazón, el pozo esté casi vacío.

Para llegar al agua, hay que bajar con tiento, por los estrechos peldaños y escalones de pizarra, que sobresalen de sus paredes hasta el fondo, dejados a propósito en su construcción, y con paciencia y equilibrio, poder coger un poco de agua con la fiambrera o cualquier otro cacharro que se tenga a mano..


Algunos días, cuadrillas y gente de los alrededores se acercan hasta allí, para comer unas cucharas de gazpacho y unas tajás de tocino al lado del brocal a la sombra de algún árbol y después sestear y descansar un rato, tirados a lo largo en el seco pasto.

Desde las frondosas y tupidas ramas de las cercanas encinas, llega el ronroneo y el arrullo adormecedor de una pareja de tórtolas acurrucadas sobre cuatro raíces mal puestas, empollando los dos huevos, que no se sabe porqué arte y milagro no caen al suelo, a pesar de lo rústico,poco seguro y mal armado que está el nido.

El infortunado muchacho está todo el día con el mismo trajín de ir y venir a la fuente, y eso le aburre.

Se sabe cuando se acerca o se aleja, por los exagerados y ensordecedores gritos y silbidos que dá espantando a los pájaros o por las estruendosas voces que emite, buscando la respuesta del en el eco de la cercana sierra.

Es un mocoso, de apenas nueve años, que más parece un zarrapastroso y desarrapado gitanillo de pelo rizado y negro como el azabache; tez morena, brillante y aceitunada; calzones cortos y raídos sujetos con dos tirantes de tela cruzados a la espalda; su camisita a cuadros remendada y anudada a la cintura, con pinta de tirilla y maletilla aspirante a torero que busca una oportunidad.

¡ Está hecho un farraguas!

Lleva en el bolsillo una pequeña navaja de cachas verdes salpicada de motas blancas, y colgado a su curtido y reseco cuello, un tirador de goma con su horquilla de encina trillándose sobre su pecho de un lado a otro, con cada paso que da.

Unas abarcas que arrastra por el pedregoso y polvoriento camino, hechas de las tiras de un viejo neumático, calzan sus pequeños, sucios y sudados pies.

Su andar es lento y despreocupado y va dando puntapiés a las piedras y a todo lo que se pone delante o se cruza en su camino.

Colgado de los hombros y a la espalda, descansa un extraño y raro botijo de siega: llano por un lado y panzudo por el otro, con dos asas y un cuello ancho; una soga atada a ellas sirve para poder transportar y colgar a la espalda; un grueso y manualtapón de corcha impide que el agua se derrame; en su mano arrastra un abollado cántaro de lata, tan grande como él, que al chocar contra las piedras del reseco y sediento camino, salta y emite lastimeras quejas y sonidos.

A veces, bueno, casi siempre los segadores se enfadan y cabrean, pues se retrasa en su única tarea y menester de acarrear el agua con presteza y rapidez.

Es capaz de quedarse embelesado mirando a ningún sitio, pensando en las musarañas, o entretenerse eclipsado con cualquier cosa que vé, o bicho que vuela.

Sí una perdiz se cruza en su camino con sus polluelos, deja tirados los cacharros por el lugar y no duda en salir en su persecución a lo largo del rastrojo intentando cogerlos; éstos, muy listos se agazapan y ocultan pegados contra el suelo, pasando desapercibidos y ser vistos por su perfecto camuflaje con la tierra.

Sí vé un bastardo, casi en cuclillas, lo sigue en silencio y lo azuza y acosa con un palo, mientras lo observa ensimismado y mira como al avanzar, retuerce y desliza su flexible cuerpo, dejando tras de sí, marcado en el polvo, un zigzagueante rastro, que al llegar a la espesura del pasto, se pierde en el zarzal y desaparece.

¡ Y los pájaros ¡ ¡ Mejor no hablar!

El señorial vuelo y planear de las rapaces, buitres, águilas, almiroches y gavilanes le hechizan y fascinan.

Se tumba a la sombra de una encina y coloca sus manos con los dedos entrelazados bajo su cabeza mirando con fijeza el límpido e inmenso cielo azul del caluroso verano, y observa obnubilado, su armonioso y cadencioso planeo, y cómo atentas y vigilantes cual centinelas, recorren y otean desde lo alto con sus penetrantes ojos, los movimientos y descuidos de sus posibles presas.

Navegan por el plácido cielo, formando círculos concéntricos cada vez más amplios, impulsadas por las cálidas corrientes de aire templado que lo surcan y aprovechan esta propicia situación, para a voluntad ganar altura o descender sin aparente esfuerzo y con el menor gasto de energía.

¡ Podría pasar horas así ¡
¡ Cuánto daría por volar ¡
¡ Volar ¡ ¡ Volar!...

Sin darse cuenta, la grata sensación del momento, la placidez del lugar y el agradable frescor que se siente a la sombra, van amodorrando y adormeciendo sus sentidos y no percibe cómo sus párpados se vuelven pesados y cierran lentamente, quedando sumido en segundos, en un gratificante y profundo sueño, mientras por los intrincados vericuetos de su desbocada imaginación infantil siguen revoleteando miles de pájaros.

***

El repetido y soez graznido de unos cuervos, posados en la copa de la encina lo despiertan.

Se levanta de un salto y mira atónito a su alrededor.

Se pregunta, ¿ Qué ha pasado? ¿ Dónde está?

Perdida la noción del tiempo transcurrido, la vista del botijo y el cántaro abandonados en el suelo, lo vuelven a la cruda y dura realidad del momento, e impulsado, como un cohete, sale a toda prisa hacia la fuente para llenar los cacharros de agua.

Es la hora de máximo calor y chicharrera y la cansada y agotada cuadrilla de segadores, recostados a la sombra de la improvisada jacina, espera impaciente la llega del agua fresca, para reponer fuerzas y tomarse un respiro.

Vuelve corriendo, cansado, y sudoroso.

Unos gruesos goterones de sudor impregnados del fino polvo del camino, resbalan por sus sonrosadas mejillas.

Jadeando y sin respiración, el pobre zagal, sueltas los llenos cacharros e intenta buscar un motivo o una excusa que justifique la tardanza, sin conseguirlo.

Sin mediar palabra, dos sonoros soplamocos restallan en su moreno e infantil rostro, haciéndole caer de bruces y dar con todo el peso de su pequeño cuerpo contra los resecos y polvorientos surcos del sembrado.

¡ Qué sea la última vez que tardas tanto!
¡ No sirves para ná!
¡ Sólo piensas en las musaraña!
¡ No tienes más que pájaros en la cabeza!

Ni que decir tiene, que el agua se acaba en un momento.

Al instante se oye una voz seca, imperiosa y dominante que ordena al zagal:

¡Vamos! ¡ Véte ya ¡, a la vez que le da un puntapié en el trasero, que le hace al pobrecillo trastabillar sin llegar a caer.

Con lágrimas en los ojos, el acongojado zagal, coge los cacharros con manifiesto desanimo y desgana y se encamina trotando de nuevo hacia la fuente, como alma que lleva el diablo.

Según se aleja, las duras palabras no dejan de sonar a sus espaldas y escucha:

¡ Ven zumbando y déjate de babilonias y pamplinas!
¡ Te quiero ver aquí, en lo que se tarda en mear!
¡ Abrase visto el mocoso!

Al día siguiente cuando la suave brisa del amanecer lo despierte y se levante, lo habrá olvidado todo y volverá a repetir las mismas travesuras y bardinas y que el día de ayer.

Así, paso a paso y día a día, las curtidas espaldas y bronceados brazos de la cuadrilla de segadores, soportarán sin rechistar el hiriente y lacerante sol y avanzarán cortando con la pericia y maestría de sus manos y sus afiladas hoces, los secos tallos de los maduros trigos y cebadas, con la vista pegada y fija en el lomo de cada surco del suelo, esperando con premeditada paciencia que el abrasador e incandescente disco solar se retire un día más, cuanto antes, para dar paso a la noche y poder descansar.
Puntos:
03-12-08 09:43 #1481065 -> 1468720
Por:No Registrado
RE: La fuente del Correal.
En esa fecha yo no llegue a segar, pero si me toco acarrear y ayudar a mi padre en la trilla en las eras.
De tio Tobalo si me acuerdo y de su mujer Amalia, que creo que
después se vino a Madrid y hacia de curandera
Puntos:
03-12-08 20:58 #1484011 -> 1468720
Por:No Registrado
RE: La fuente del Correal.
Sería el año 55 cuando acompañado de mis padres Basilio y Victoriana y también del matrimonio formado por el tío Vicente (Pelocho) y su esposa
Jacinta enfilamos el camino de Santa Cruz con el cansino andar de dos burros, dirigíendonos a las estribaciones de la sierra de Dios Padre donde esperaban dos parcelas listas para segar. Habían sido sorteadas por el ayuntamiento para aquellos jornaleros que no disponían en propiedad de terrenos de labranza. Hasta los años sesenta desde las pilas de bardal hasta casi la peña de Dios Padre, era un enorme sembrado con cantidad de parcelas que en el tiempo de la siega se convertía en un incensante ir y venir de gente. La fuente del Correal ubicada en un punto estratégico y muy bien cuidada por aquel entonces, mitigaba la sed de de los segadores que entre surcada y surcada se enderezaban con sus riñones doloridos por la posición que adoptaban para cortar la mies con sus hoces de dientes o de corte directo como les gustaba sobretodo a los segadores.
Cuantas veces me acercaba yo a aquella fuente para llenar aquel barril con el agua fresca y cristalina que manaba de aquel venero y con qué ganas se bebía después haber echado varias surcadas con un sol abrasador de mediados de Julio. Esta fuente bienhechora fue testigo de un conato de incendio que se produjo por una colilla mal apagada y que gracias a su bendita agua no se propagó ya que hubiera producido una auténtica tragedia. Me apena que haya desaparecido por la acción de los eucaliptos como en este foro se comentó hace dos años. Esta fuente junto a la que està casi en linea recta junto a la peña serrana ( que daba un agua ferruginosa) eran una referencia obligada puesto que los que subían a la peña por uno u otro lado, hacían un alto en el camino para mitigar la sed y continuar hasta la cima.
Gracias Izquierdo por traer a mi memoria estos recuerdos.

Vicente.



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