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Santibáñez el Bajo - Caceres

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14-05-16 09:30 #13139806
Por:El_ pizarroso

La Pingolla de FELIX BARROSO "CULTURA POPULAR"
Este articulo de opinión es de FELIX BARROSO GUTIERREZ,que en el día de hoy 10/5/2016,a salido publicado en EXTREMADURA PROGRESISTA o DIGITAL EXTREMADURA

Cuando nuestra gente de atrás, más que sabia por la observancia de la naturaleza durante siglos, decía aquello de “hasta el 40 de mayo no le quites las mangas al sayo”, no marraban lo más mínimo. Por los septentriones cacereños añaden lo de “en mayu, quemó la vieja el ehcañu, y en juniu, polque no lo tuvu”. Pues bajo estos chaparrones que nos están atizando de lo lindo y que nos mantienen las mantas sobre la cama, nuestra queridísima Diputación Provincial de Cáceres ha andado de bureo por el “X Festival Internacional de la Máscara Ibérica”, celebrado en esa Lisboa de los quejumbrosos fados.

Allá que han llevado a varias de nuestras “Carantóñah” y a nuestro sufrido “Jarrámplah”, que seguro que habrán recibido el hostigo de la borrasca refugiada en el Atlántico. No sabemos qué opinarán los acehucheños y los piornalegos o “patatéruh” sobre esos paseos de sus figuras emblemáticas por esos mundos de dios y del diablo. Voces críticas ya hemos escuchado de algunos paisanos de Acehúche y de El Piornal, no conformes con esas procesiones que, al decir de ellos, solo hacen que estornudar a destiempo.

Decía el historiador Luis Cabrera de Córdoba, allá por 1611, que la tradición “es hija de la historia, y la escrita que primero fue vocal, y lo son todas, pues es narración, opinión y doctrina derivada vocalmente sin haber escrito, con el uso de padres a hijos, y de los que vieron las cosas a los que no las vieron”. En nuestros días, podemos afirmar que la cultura popular-tradicional se halla inmersa en la propia dinámica histórica del desarrollo de la conciencia política, social y cultural del pueblo. Esta cultura lleva en su equipaje todo un cúmulo de raíces, leyes consuetudinarias y relevantes tradiciones, todas ellas embadurnadas y enriquecidas por elementos transculturales. Y es que la cultura popular-tradicional es el fruto de lo que el pueblo ha creado, recreado, humanizado, interiorizado y compartido a lo largo de muchas generaciones.

En el año 2005, la “Organización de las Naciones Unidas para la Educación y Diversificación, la Ciencia y la Cultura” (UNESCO) tomaba partido, clara y rotundamente, por la preservación de la diversidad cultural frente a la homogeneización que presenta la mundialización o globalización. Instaba, así mismo, a los poderes públicos a la salvaguarda y proyección de las tradiciones, normas, valores sociales, creencias y otros componentes propios de la cultura popular-tradicional, como parte consustancial del derecho de autonomía y de libre expresión.

Pero he aquí que, en esta Extremadura de nuestros suspiros y tiroriros, nos hemos tomado tan a pecho esa “proyección de las tradiciones” que hemos acabado por orinar fuera del tiesto. Gentes hay por estas tierras choriceras, que ostentan cargos que puede que le pesen mucho o carguchos que de las costillas se les suben a las cabezas, a las cuales les encanta ser más papistas que el Papa y toman decisiones arbitrarias y ridículas a nada que nos descuidemos. Bien es cierto que “En África, cuando un viejo muere, arde una biblioteca”, según palabras del etnólogo, historiador y escritor maliense Amadou Hampaté Ba. Nuestros ancianos también son por estas latitudes verdaderos archivos vivientes y, cuando se van para el otro barrio, se llevan con ellos baúles atiborrados de cultura oral.

A ellos se los traga la tierra y pasan al reino de la Nada. Pero su legado, y de los que les precedieron, puede que siga tan reluciente y tan vivo como esos “Jarramplas”, “Carantoñas”, “Peropalos”, “Empalaos” o “Encamisaos” que deambulan en ciertas fechas por nuestros pueblos. Pero en sus pueblos, claro está, en donde se encuentran en su salsa y dentro del contexto sociohistórico en el que se engendraron y fueron aceptados y aupados por sus respectivas comunidades vecinales. ¿Qué es esa moda de ahora de sacarlos de bureo fuera de sus fechas de celebración, en patética juerga y por villas y lugares que no participan de sus mágicos realismos? A esto se le llama mercantilismo. Con las cosas de comer no se juega, por más que quieran imponer sus bastardas reglas las mentes contaminadas por el consumismo capitalista. La cultura popular-tradicional es exquisito bocado de “técula mécula” y no está hecha para la boca de los asnos.

Ni de los asnos ni de ciertos eruditos a la violeta, de cuya “tradición intelectual” ya dijo el lingüista, filósofo, escritor y activista estadounidense Noam Chomsky que quienes presumen de ella practican “servilismo hacia el poder, y si yo no la traicionara me avergonzaría de mí mismo”. Bien creo que no es de recibo el que gente de nuestra amadísima Diputación ande como turroneros, de feria en feria, descontextulizando a todo un retablo de sacrosantos (entiéndase en el sentido antropológico) personajes que solo tienen razón de ser en la fecha destinada para aclamar a aquella o esta divinidad que siempre es fruto de todo un proceso tradicional y sincrético. Basta de esta moda de pasear a tales tallas de carne y hueso para que mocitas muy emperifolladas, que saben muy bien estirar, inflar y retorcer sus morros, se saquen “selfis” con ellas. O les arrojen patatas, como hemos visto hacer con el Jarramplas en algún que otro pueblo. Estamos asistiendo a toda una repugnante frivolización de estampas y rituales, a las que hacen desfilar como si se tratase de un grupo de majorettes o de deslumbrantes y despampanantes figurines enmascarados propios de aquellos burgueses bailes de salón, que nada tienen que ver con los antruejos. A este paso, acabarán por desmitificar los mitos ancestrales y nuestros pueblos perderán parte de sus magias y sus encantos.

Más le valía a nuestra bendita Diputación que se dejara en paz de tantos frígidos mercantilismos y se preocupase –valga el ejemplo- de hacer desfilar esos libros que deberían salir del preciado corpus de romances y cuentos de tradición oral de Las Hurdes y que aún duermen en el limbo de no sabemos qué galaxia. En su día, mucho encuentro, mucha reunión y mucha comida de trabajo. Luego, todo fue papel mojado. Agua de borrajas. Ya pueden vocear desde prestigiosos foros que tal corpus es uno de los más completos e importantes del mundo hispánico. Ya pueden decir que otras diputaciones y cabildos han sacado a la luz lo más granado de su cultura popular-tradicional. Ya pueden pregonar que se nos mueren los últimos informantes jurdanos y que nunca verán publicado los libros donde vertieron sus saberes ancestrales, ni los niños de Las Hurdes podrán conocer el legado de aquéllos porque ya no se hacen “seránuh” (tertulias invernales en torno a la lumbre), que todo lo está devorando una maldita globalización manejada por perversas filosofías neoliberales y conservadoras.

La cultura popular-tradicional se debe enmarcar dentro de otros parámetros. Nunca podrá expresarse ésta si el pueblo no toma conciencia política y social de su propia historia, de su propio protagonismo y de su propio autogobierno (¿qué fue de aquellos concejos abiertos y de tantas costumbres solidarias y de apoyo mutuo?). He aquí, en esta misma semana que pisamos, cómo la patria chica de Fernando Valera Aparicio (último presidente de la República española en el exilio) vertebra las jornadas “¡¡Madroñera, despierta!!”.

Bajo el lema “El futuro es nuestro”, se ha puesto en marcha toda una serie de actos donde lo popular-tradicional toma carácter reivindicativo, que pretende proyectarse por todo el inmenso y majestuoso berrocal de la antigua Tierra de Trujillo. Detrás de ello, Trinidad Grande Pardo: Grande no solo por su apellido, sino por ser una auténtica mujer batalladora y guapa, con sangre rojísima de San Cruz de la Sierra corriendo por sus venas. Y Pardo porque parda es la tierra de esa Extremadura que ella lleva tan dentro: la Extremadura del pueblo, que no la de los terratenientes y caciques; la Extremadura no de los conquistadores sino la que aún tiene muchos derechos por conquistar; la Extremadura libre, igualitaria y fraterna, y no la agazapada en la España profunda. Esa es la senda por la que debe caminar el pueblo-pueblo, el pueblo de “extremeños de centeno” (como diría Miguel Hernández), el pueblo que, en definitiva, algún día, no tardando, labrará un futuro donde nadie mercantilice con su cultura y sus tradiciones y logrará su emancipación propia y su emancipación social.

Buenos días.
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