Santiago del Campo - Cáceres

TRES MUJERES..UN ABUELO.
Las chicas se instalaron en la mesa, frente a frente sin dejar de hablar en un
tono apagado. Estábamos en una sala de lectura de la biblioteca del Alcorcón.
Extrajeron sus pertenencias y las fueron colocando en cima de la mesa cuadrangular donde yo ocupaba ya un espacio mínimo en una esquina como lector. Traían libros y algún cuaderno de notas. Para completarlo con la inseparable botella de agua.
Las chicas lo hacían sin titubeos, como un ritual aprendido. De manera distraída
contemplaba yo la escena de las tres estudiantes desde mi caparazón de viejo sin horizonte, curtido en algunas batallas siempre perdidas. Me hubiese gustado ser aceptado como interlocutor de algo y debatir las contradicciones generacionales que nos separan. Ahora cargado de años y experiencia, los antagonismo sociales políticos o religiosos, habrían sido de pleno antagonismo.
Pero ellas no iban allí a perder el tiempo, sino a consultar algunos temas pendientes de sus asignaturas. De forma furtiva miraba a la de mi izquierda, una chica morena de cabellos cortos y boca de 'piñón' que de cuando en cuando se llevaba la botella a la boca y echaba un corto trago. Sus cejas finas enmarcaban unos ojos claros y una nariz pequeña 'respingona', incapaz de sostener unas gafas en ellas. Por eso las de sol que portaba se sostenían en su cabeza, entre sus cabellos rizados.
La que parecía algo más joven se levantó para ir al servicio, sin arrastrar la silla, y me dirigió una mirada de media sonrisa a 'voleo' desde arriba como si me descubriera por primera vez.
Era rubia de frente despejada y ojos claros de pómulos pronunciados, esbelta de talla
por encima de la media; según pude comprobar al volver del baño. La otra chica iba un poco a su 'bola' inmersa en sus deberes, un poco pendiente del reloj, con un suéter rojo oprimiendo su generoso busto que llamaba mi atención sin yo proponérmelo, aunque lo disimulaba. De silueta grácil y cabellos color azabache igual que sus ojos daba la sensación de ser dueña de cierta elegancia . Un ramillete de bellezas para un bonito sueño. Mi obligada cercanía no me daba pábulo para distraerlas de sus cometidos. Siempre respetuoso como admirador del llamado sexo devil. Hora y media después decidieron levantarse, y despedirse con una media sonrisa a la que correspondí con cortesía. El lugar había perdido todo su atractivo. Se llevaron consigo hasta el perfume del ambiente. Así que a conformase con el recuerdo de las tres beldades y, lamentar haber aparecido por este mundo en época poco propicia; de entreguerras, cuando todo estaba mal visto. Por los políticos o la iglesia. ¡Cuantas penalidades se ahorraron estas criaturas al escoger la ocasión de cuand venir a este mundo! A si que uno, visto lo visto. No sabe si sentir repulsión o nostalgia del pasado.
Había llegado para hojear un libro; “La insoportable levedad del ser”de Milán Kundera, pero se me había ido “el santo al cielo” otro día será. Emilio Rey, verano
2o21.