TRES MUJERES TRES MUJERES... Las chicas se instalaron en la mesa, frente a frente sin dejar de parlotear en un tono apagado. Estábamos en una sala de lectura de la biblioteca del pueblo. Extrajeron sus pertenencias y las fueron colocando en cima de una mesa alargada donde yo ocupaba ya un espacio mínimo en una esquina como lector. Libros y algún cuaderno de notas. Para completarlo con la insustituible botella de agua de 500 cc. Las chicas lo hacían sin titubeos, como un ritual ya aprendido. De forma desentendida contemplaba yo la escena de las tres jóvenes estudiantes desde mi (caparazón de viejo curtido en cien batallas y todas perdidas). Me hubiese gustado ser aceptado como interlocutor y debatir las contradicciones generacionales que nos separan. Ahora cargado de años y experiencias de toda índole. Si, habría sido controvertido y aleccionador. Pero ellas no iban allí a perder el tiempo, sino a consultar algunos temas pendientes de sus asignaturas. De forma furtiva miraba a la de mi izquierda, una morena de cabellos cortos a mechas y boca de 'piñón' que de cuando en cuando se llevaba la botella a la boca y echaba un corto trago. Sus cejas finas enmarcaban unos ojos claros y una nariz pequeña y 'respingona', incapaz de sostener unas gafas en ellas. Por eso las de sol que portaba se sostenían en su cabeza, en su rebelde cabellera. La que parecía algo más joven se levantó para ir al servicio, sin arrastrar la silla y me dirigió una mirada a 'voleo' desde arriba como si me descubriera por primera vez. Era rubia de frente despejada y ojos claros de pómulos pronunciados, esbelta, con largas piernas según pude contemplar al volver del baño. La otra chica iba a su 'bola' inmersa en sus deberes, un poco pendiente de su reloj. Un suéter rojo oprimía su generoso busto llamando mi atención sin yo proponérmelo. De silueta grácil y cabellos color azabache. Mi lectura sin saber cómo esa tarde había cambiado de signo. De leer “El Extranjero” de Camus, como me había propuesto, Me distraje con estas tres beldades que me tocaron en una de las pocas mesas que había disponibles y no pude concentrarme en la lectura. No fue un tiempo perdido. La belleza femenina: su estética juvenil es un atractivo a tener en cuenta, y no es la primera vez ni será la última que después de haber rebasado a una de estas beldades al cruzarnos en la calle,- y de manera furtiva- vuelva la cabeza para contemplar su 'garbo' al caminar. Lo que peor se soporta; ese 'choque' generacional que nos separa y nos aleja, ya que mi generación se da por amortizada. ¡Que digo...! Extinta o casi. Las chicas despejaron la mesa de mutuo acuerdo, no si dirigirme antes un esbozo de sonrisa, a la que correspondí. El ambiente había perdido todo su encanto. Así que a buscar un libro nuevo: otro autor. Milán Kundera, La Insoportable Levedad del Ser. Caigo en que vi esta obra en una 'peli'. Miro la siguiente del mismo autor. La Inmortalidad. Menos conocida, más rara. Versa sobre el deseo, la transcendencia, de no morir nunca, de seguir vigente, por el prestigio y la fama. Y cita a personajes como Napoleón y algún poeta. La desecho por poco transcendental y rara. Doy por terminada la jornada. No es verdad que la vida no tenga transcendencia para un jubilado octogenario, si se le sabe sacar todo el contenido. Digo yo. emirey |