Santiago del Campo - Cáceres

OTROS TIEMPOS EL MISMO LUGAR
Las noches cálidas de aquellos veranos de los 40,con noches de plenilunio, eran pura magia para los críos, pletóricos de energías, las gastábamos jugando a policías y ladrones en pura carrera, a través de las sinuosas callejuelas empedradas: casi siempre descalzos.
Al acceder al pueblo por el norte (la Cruz) el murmullo de la gente era patente, todos
estaban en la calle aprovechando esa hora para encontrarse con los vecinos o amigos.
Nada que ver con el silencio opresivo que se respira ahora una fria noche otoñal. Ni una sola hoja se desliza con el viento, nada. Todo pulcro limpio. Como si sus habitantes se hubiesen ido a dormir o desaparecido sin una explicación convincente, Y todo quedase en un perfecto orden. Lo único inmutable en el pueblo; su mítico reloj, que muchos años antes,venía despertando a nuestros impertérritos abuelos, en este reducido espacio donde transcurrían sus vidas tras un acelerado crepúsculo, con poco más de 40 años.
Los rústicos edificios de pizarra sin lucir de la época, aumentaban la opacidad y alguno ya se había llevado por delante un asno, que el dueño no recogió en una estrecha callejuela “donde todos los gatos solían ser pardos”
Todo era ajetreo por el pueblo en verano. La gente no tenia prisa por irse a dormir. Y el mes de julio y agosto, se hacia la vida en la era. La recolección de los cereales ya apilados prestos para cuando el viento soplara del noroeste, darle aire, separar el grano de la paja. Aunque fuese hora de siesta. Cuando el sol se ausentaba era el momento de la llegada de la cena, algo frugal que desde casa te acercaban a la era; reunión familiar para dar cuenta de unas sopas y algo de queso o de la matanza. Si acaso también un gazpacho.
La era en ese espacio de tiempo era como la segunda vivienda hasta que se guardaba la paja porque todo se aprovechaba para los animales de tiro. También se traían las gallinas y sus polluelos recién venidos al mundo.
Luego con unos 12 años yo seguiría ligado a este ajetreo en la finca la Zarza. Todos los aparceros eran gente del pueblo que seguían las mismas rutina de sus antepasados, labradores y ganaderos a la vez.
Ahí estaban personajes tan paradigmaticos como tio Romo, el Cubano. El padre de los Frutinos, Pacorro, El Rojo, Pichin. Bastantes como para hacer una tertulia en la era hasta que el sueño nos rendía. Un tiempo ido con el viento. Ya ni cenizas quedan de esa época de los 50.excepto el que esto escribe: nadie queda vivo. Mas cuando los nombrados eran ya padres de familia y el que escribe un imberbe que estrenaba pantalón largo.
El día a día en el pueblo; gente cabalgando a la vuelta del campo con los aperos de labranza o fustigando unas vacas hacia el establo con música de cencerros. Todo rutinario y repetitivo, un corolario costumbrista tan lejano ya que parece una ensoñación.
Emilio Rey. 30/o5/ 2o21.