Santiago del Campo - Cáceres

EL PASADO NO VUELVEN.
El cierzo vate la llanura en este nublado y desapacible febrero. El grupo de eucaliptos que rodea parte del cortijo, se inclinan vencidos por las fuertes ráfagas del mistral con el sonido característico de las hojas al rozar entre sí por este viento del norte, también llamado cierzo.
Se palpa en el ambiente el abandono la soledad de estos recordados lugares de mi lejana infancia
que hoy contemplo con pesar añoranza y melancolía. Todo, este mismo viento se lo ha llevado. Y dejó este susurrante conjunto de eucaliptos desubicados en lo que antes era un otero sin relieve alguno. El tiempo trae cambios que abate todo a su paso.
Otra de las cosas que te descolocan, es la ausencia humana. Parece que un extraño virus haya borrado de la faz de la tierra a todas las personas que hace más de medio siglo vivían y se reproducían por estos- hoy- olvidados parajes. Aparceros medieros, labradores, pastores vaqueros o cabreros. Compartían los caminos cargados con sus enseres de un lado a otro. Pastoras que vendían queso fresco de sus cabras; por estos caminos siempre muy concurridos. ! Cuanta decrepitud hoy en la casona deshabitada, cuanta soledad dentro de sus recios muros! Todo se lo llevó el viento. El racionamiento de los años 40 que se prolongó hasta ya entrados los cincuenta, escasamente llegaba al campo; se perdía por el camino dando sentido al estraperlo. .
Si volvieran aquellos pioneros del campo verían que sí es posible la vida sin sembrar cereales, ya desde hace muchos años. La vida evolucionó deprisa. Donde había caminos de herradura ya no se puede transitar. Una serie de cancelas y alambradas lo prohíben. Una autovía ha fraccionado fincas y las torres eléctricas se reparten el paisaje como un mal sueño.
A pesar los años acumulados, me armo de valor; dejamos el coche a un lado de la autovía y en buena compañía ya a pie recorremos esos lugares que desde mi infancia me veía obligado a transitar cabalgando a cualquier hora, con frío si era invierno, los cinco k, largos entre el pueblo y dicho cortijo. Es como volver a la infancia de golpe. Y sumergirme en el pasado de nuevo. Donde un arroyuelo sigue su eterno curso. Y una roca un día ventoso me protegió mientras cuidaba del ganado. Y si se daba el caso que era lisa, con la navaja estampaba mi nombre y la fecha, para paliar el aburrimiento. Recuerdos que por fortuna conservo y quisiera revalidar volviendo de nuevo. Emilio Rey