Santiago del Campo - Caceres

MI PRIMA OLGA. (cuento)
Mi prima Olga solía venir a casa invitada por la abuela desde la ciudad a pasar el fin de semana con nosotros. Aparecía con su falda plisada, justo hasta las rodillas. Con zapatos de medio tacón, calcetines claros con dibujos de color. Sus ojos claros, sus mejillas rubicundas se enmarcaban en unas pequeñas pecas al rededor de una naricilla pequeña y respingona. Llegaba con sus esplendidos 17 años, de una forma envolvente y aire triunfal. Yo con 16 años, carecía de recursos ante la personalidad arrolladora de mi prima. La observaba mientras ojeaba un libro al sol otoñal del atardecer en la acristalada galería. Instalada en su hamaca, Yo me adentraba en el corredor y la miraba con su halo de esplendor, y lozana anatomía que su falda dejaba a la vista. La miraba sin que ella se percatara de mi morbosa curiosidad y libidinoso instinto a mis 16 años..
Olga se comportaba con sagacidad y picardía, su criterio siempre prevalecía con el consentimiento de la abuela, que aceptaba sus caprichos. Yo carecía de experiencia en el trato con las chicas de mi edad. Olga se desenvolvía con soltura en este ambiente familiar y acogedor . A la hora de la comida, mi prima, sentada trente a mi, actuaba de manera ceremoniosa como si ejecutara un ensayado ritual. Sujeta la servilleta a su pecho, y pronunciando una breve jaculatoria de gracias por la comida, como un hecho costumbrista.
Yo sentia una misteriosa atracción que me descolocaba, hasta hacerse presente en mis sueños. En uno de estos, jugábamos al escondite con la pandilla, ya anochecido y, coincidimos ambos tras un seto. En esa recreación onírica, yo me mostraba demasiado cariñoso y cercano con Olga, que no estaba por la labor de que jugáramos a los médicos, como cuando eramos unos crios..
Era domingo y Olga nos dejaba. El lunes la esperaba el instituto. Estaba espléndida, la misma falda y calzado; sólo había cambiado el suéter. Esta vez era amarillo con una figura amorfa, a la altura del corazón. Donde sus senos se hacían notar, turgentes y prometedores. Un mechón de sus cabellos se deslizaban hacia uno de sus ojos con el viento que no conseguía dominar.
Sentí decirle adiós; fue un beso 'algo más' que cariñoso en sus pómulos, que me devolvió. “Para mi prima yo solo era un chico inmaduro, y tengo que aceptarlo.” Las chicas prefieren a hombres maduros, y suelen enamorarse de su profesor de matemáticas en el instituto. Emilio Rey. Octubre. 2O20.