Visita al cementerio “Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese el recuerdo de la muerte” Estos versos de Quevedo me vienen a la memoria cuando entro en un cementerio y en estas fechas es una tradición el visitar dichos lugares. Es cierto que cuando entras y miras a tu alrededor no ves más que recuerdos de la muerte: los largos cipreses, las palmatorias, las coronas, los jarrones con las flores, las lápidas, ... La muerte es algo que te acongoja, que te da miedo, que te estremece al recordar la cantidad de seres queridos que ya han cruzado ese umbral, y la muerte no es mas que el final de un trayecto que iniciamos cuando nacemos y que recorremos a lo largo de nuestra vida, que pensándolo bien, es tan fugaz que se pasa antes de mirar atrás. ¡Como se pasa la niñez y la juventud! y al recordar esos tramos de nuestro camino, a veces los recuerdos te hacen decir ¡Que tiempos aquellos! Pero a la vez damos por bueno todo lo ocurrido. Nos engañamos a nosotros mismo al considerar que seguimos siendo jóvenes y nos aferramos a las cosas como si fueran eternas y qué poco valor tienen; andamos corriendo tras ellas por este mundo: la belleza, la riqueza, la fama,...pero todo es efímero, se pasa, podemos decir, en un abrir y cerrar de ojos, todas son temporales. A la hora de la muerte todos llegamos “desnudos”: el rico, el pobre, el ladrón, el sabio, el ignorante,... “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.” Este mundo, para los creyentes, es un caminar hacia una puerta que se nos abrirá al final y dependiendo de nuestro comportamiento, se nos abrirá hacia ese otro que es la morada eterna porque según Aquél que vino a nacer y morir a este, hay otro llamado “Reino de los Cielos” “Tú, que por nuestra maldad, tomaste forma servil y bajo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sufriste sin resistencia en tu persona, no por mis merecimientos, mas por tu sola clemencia me perdona.» Los versos son de Jorge Manrique. Saludos |