Barcarrota - Badajoz

MILLONES

Resulta pasmosa la facilidad con que hemos incorporado la palabra “millones” a nuestra vida cotidiana. Como si hablásemos de partículas de polvo, nos hemos acostumbrado al soniquete de cifras inmensas acompañando, incluso, a grandes desastres, o a grandes ignominias, y lo vamos asumiendo sin reparar que un dígito, aunque sean dos palabras, no deja de ser la suma de muchas pequeñas calamidades, catástrofes o desvergüenzas.

A veces porque nos pillan lejos. Como los millones de personas que mueren de hambre y que, a fuerza de ignorar, terminamos confundiendo con las moscas que les rodean sin consentir, siquiera, que nuestras conciencias establezcan alguna conexión con los millones de alimentos que tiramos a la basura. Como tampoco queremos relacionar, quizás por vergüenza, los millones de medicinas que somos incapaces de suministrar a medio mundo con los millones de armas que otro medio mundo es capaz de seguir produciendo.

Otras veces porque hay que traducirlas. ¿Cuánto tardaron nuestros padres en ver un millón -de pesetas- junto? Media vida. Pero ¡Qué poco tardan algunos en hacerse con veintidós millones… de euros! ¿Cuántas vidas honradas harían falta, pues, para reunir semejante cantidad?

Qué poco abulta la cifra “seis millones” y qué inmensa se hace cuando le añadimos “de parados”. Cuántas horas de búsqueda sin encontrar nada. Cuánta humillación, cuánta tristeza... Doce millones de manos esperando estar ocupadas. Doce millones de ojos intentando ver un futuro. Millones de horas vacías dándole vueltas a la cabeza…

Porque “seis millones” son seis millones de veces uno. Y cada uno es un ser humano viviendo a nuestro lado. Un hombre levantándose cada día sin saber cómo llenarlo. Una madre preguntándose qué comerán hoy los suyos. Un niño que no entiende por qué no puede tener el juguete de la tele. Una familia que no puede usar la calefacción. Una boca pidiendo la vez en la cola de Cáritas. Una abuela llena de varices dando asilo a sus nietos…

Cientos de noches sin dormir, miles de fracasos, demasiadas depresiones, un cúmulo de desencantos, muchos vestidos de novia postpuestos, infinidad de pañales imposibles, incontables raíces arrancadas, demasiados trenes a lo desconocido, un derroche de cosas aprendidas que no sirven para nada y un sinfín de lágrimas …

¿Cuántos números más hacen falta?¿Cuántas dignidades menos? Cuántos individuos hay que llegar a contar antes de que esta hemorragia brutal llegue a salpicar conciencias? ¿Y cuántas puntadas diminutas tendremos todos que coser hasta llegar a cerrar esta brecha vergonzante?

(Artículo publicado en el Diario Hoy el 28 de enero de 2013) ANA ZAFRA