Torrente de "Las campanas de la muerte" “Arqueros del alba” Para María Dolores Menéndez López https://rma1987.blogspot.com La aurora de la muerte Los prados humedecidos Que, besados por la helada, Con la misma madrugada Yacían adormecidos, Escucharon los gemidos Llegados del firmamento, Que, rozados del aliento De la aurora blanquecina, Apartaron la neblina, Densa en las alas del viento. Y aquella mancha de plata Que el sol trajo en su carruaje Iluminaba el paisaje, Mezclando al blanco escarlata, Que, aunque tímida, sensata, De agotarse temerosa, Rasgó la caricia hermosa Al rayar en la mañana, Como caricia temprana, Llena de luz, olorosa. El arroyo, sin apuro, Aún su cauce empobrecido, Murmuraba su sonido Al cruzar el valle oscuro, Siguiendo el curso seguro Que, en su descenso tranquilo, Avanzaba con sigilo Entre las cómplices sombras, Regando secas alfombras, Buscando mayor asilo. De las aguas transparentes, Su curso lento, sencillo, Se saciaba el cervatillo Que bebió de las corrientes, Reflejándose en las fuentes Donde las juncias brotaban, Y en las alturas hallaban La copia de su hermosura, El sosiego y la frescura En las nubes que flotaban. Y entonces te despertaron De aquel sueño perezoso, Con el beso más gozoso Que jamás imaginaron, Los colores que llegaron A las alturas de un cielo Que alcanzaste, alzando el vuelo, Al nacer de la mañana, Donde la llama temprana La escarcha halló sobre el suelo. Soneto VI Heraldo de bondad fue su semblante, Más puro que la luz de la alborada, La gracia de su rostro, la mirada, Sincera siempre, bella a cada instante. En ella la ternura era constante, Más clara que el granizo y la nevada, Hermosa como el sol, jamás nublada La frente cuyo rostro hizo brillante. Más pura fue su piel que la azucena Que brota en primavera por los prados, Más cándida y más bella, siempre buena. Recuerdo que sus párpados cansados Tendían a cerrarse, aunque sin pena, Buscando sueños siempre reposados. Soneto VII Un mar navegarás donde, brumosos, Negando al sol la luz, llama escarlata, Los vientos, sombra gris, noche insensata, El cielo cerrarán avariciosos. Después de los umbrales cavernosos Del sueño que en la noche se dilata, Tus ojos se abrirán, perla de plata, Buscando los paisajes luminosos. Y todo mostrará su luz dorada, El cielo, el sol, el mar y las orillas, Para escuchar tu voz, ayer callada. Risueñas nuevamente tus mejillas La brisa sentirán más que hechizada, La leña dando al alba y sus astillas. Soneto VIII El despertar más dulce y placentero Cubrió su rostro cuando, de mañana, Cruzaba, aventurero, su ventana El sol del mediodía pendenciero. Robábale los sueños su lucero, Valiente y atrevido, pues, lozana, La luz la despertaba, con desgana, Besándola, al llevarle aquel platero. Después iluminaba el cuarto oscuro Corriendo la cortina, que, luciente, Dejaba gala al oro y su belleza. Alzábase del lecho y, sin apuro, Serenos, de su boca, lentamente, Brotaban los bostezos con pereza Soneto IX Dejaste transcurrir la hora temprana, Palacio que en el sueño se escondía, Y vio volar la luz la brisa fría, Después de bien corrida la mañana. Manchada por la luz, halló lozana La risa que en tu rostro se encendía, Tan clara como el sol al mediodía, Que el cielo hizo del aire soberana. Montó, en un cielo lleno de belleza, La noche su corcel de madrugada, Las crines sujetando con firmeza. Mas no encontró más luz en tu mirada Que aquel amanecer vuelto en tristeza, Que el prado halló cubierto por la helada. 2005 © José Ramón Muñiz Álvarez “Las campanas de la muerte” Primera parte: "Los arqueros del alba" Todos los derechos reservados por el autor. |