Todos los santos Habitualmente voy a Terrer para Todos los Santos a visitar la tumba de mis padres, abuelos y familia y, ya de paso, rezar un poco y recordar a los conocidos de mi infancia y juventud que, como comprenderéis, son casi todos. Al entrar en el cementerio me encontré con Angelito el Abelardo, que iba con su mujer a poner unas flores. Casi no nos reconocimos; pero, al hacerlo, nos dimos un abrazo. Angelito ha sido una persona muy importante en la vida de Terrer. Yo he estado gran parte de mi vida fuera y no sé de su vida después de los años 60; pero antes, sí. A principios de los 50 (más o menos) trajo el cine a Terrer. Con ello vino un aire fresco al Terrer apolillado. Al menos un día a la semana podíamos intuir que había otra vida más allá de la rutinaria del pueblo. Todas las películas nos parecían bien: la primera, “Pequeñeces”. Seguro que ahora no podríamos aguantarla. Me contó que las primeras entradas de gallinero, a las que podíamos ir los chicos, costaban 30 céntimos. Recordamos juntos el ambigú, donde Juanito y Sierra, a los chicos, sólo nos vendían una gaseosa. Luego vino el baile. Al principio los de mi generación no podíamos ir, claro; pero, al ir creciendo, se convirtió en el lugar más emotivo del pueblo. Quién más quién menos soñó alguna vez allí. Además de introductor de estas novedades, tocaba el piano muy bien. Aún recuerdo los valses que tocaba en el piano del casino, que, con las ventanas abiertas, se oían desde la plaza de Carlos hasta la de Bajo el Olmo. Angelito, concluyo, fue una persona que se anticipó a la apertura de las costumbres que ya se vislumbraba y que a Terrer sólo llegó con él. Un abrazo, Angelito. Me dijo que ya tenía ochenta y bastantes años y que cuando yo era un niño, él era ya un hombre. Su mujer no me reconoció hasta que él no le dijo quién era. Si al llegar al pueblo me desvié a ver la parte de las antiguas escuelas y la azucarera, que formaron parte esencial de mi vida en el pueblo, al salir, lo hice por otro sitio y me paré un poco en la cuesta de la barbilla: el límite entonces de nuestra corta perspectiva de niños. ¡Qué alta nos parecía entonces! Ruego a los lectores de estas líneas que perdonen la añoranza y el recuerdo de estas cosas que, en estos tiempos, a tan poca gente importan; pero que a nosotros, los de entonces, sí. |