La Corte de los milagros del PSOE y el Caspas La “Corte de los milagros”, en el París medieval, era una zona junto al mercado, en la que –de día- los miembros del hampa parisina se hacían pasar por discapacitados para pedir limosna y –de noche- recuperaban “milagrosamente” la salud. Esto sirvió como telón de fondo a Víctor Hugo para escribir la extraordinaria novela “Nuestra Señora de París”, en 1831. En 1927, Valle Inclán inició con “La corte de los milagros” la serie del “Ruedo Ibérico”, en la que reflejaba con una visión esperpéntica la Historia de España. Todo esto viene a mi cabeza por el empeño del Alcalde de Zaragoza de instaurar, fiel al esperpento valleinclanesco, una corte grotesca, caricatura de las Cortes del Antiguo Régimen, donde todo milagro es posible. Autoerigido en “Reina-Madre” reina pero no gobierna, gracias a una “camarilla” sin igual. Cuenta con validos: Gimeno y Jerónimo de las Huertas; un adulador -Catalá- que utiliza sus artículos para mostrarle su gran veneración; dispone también de gentes ociosas, como Manuel L. Blasco y colaboradores del PAR; junto con guardianes encargados de controlar a la “plebe” como Becerril y Alonso (IU), además de sus bufones conocidos por todos. Pero es en el ceremonial y en el boato donde el esperpento de Belloch alcanza su cénit, ya que su obsesión por construir una Corte ha convertido la Casa Consistorial en un bazar grotesco y desordenado. Imágenes de santos, esculturas de papas, cuadros diversos de grandes figuras históricas, reyes aragoneses y mitos de las guerras napoleónicas se mezclan con biombos, figurillas de escaso valor, percheros, baratijas, atriles, cerámicas, una bandera rojigualda preconstitucional e innumerables objetos que se agolpan de forma confusa en las vitrinas o en su despacho, como la mesa del siglo XVIII que se ha hecho traer para adornarlo, a juego con el crucifijo. Belloch tiene además una flota imaginaria para la que ha dragado el Ebro, rebajando la solera de un puente medieval y despilfarrado millones de euros. Qué más da que los barcos tengan más calado que el propio cauce. Todo es poco para satisfacer los caprichos de la Reina Madre. Se imagina también como Capitán General de los Ejércitos, por eso subvenciona todo tipo de desfiles militares. Genuflexo ante el Poder de la Iglesia, llena de ósculos el anillo pastoral. Intolerante, como debe ser un Soberano de Antiguo Régimen, afirma sin rubor que, en un Estado aconfesional, el crucifijo presidirá el Salón de Plenos mientras él esté allí; tampoco apoyará la publicidad que no se ajuste a sus creencias y, saltándose el consenso ordena que Escrivá tenga su calle. Pero aquí hay un problema: Belloch tiene mucha Fe, pero le falta moral. Es inmoral que decore, contratando a dedo, un emblema del modernismo con cargo a partidas de Juventud y Acción Social mientras se demora todo lo posible la apertura de equipamientos para juventud y escuelas infantiles. Es inmoral que gasten millones en amueblar el Seminario con mesas, sillas y sillones carísimos. Que anuncie medidas para evitar el derroche y suba el sueldos de sus cargos de confianza (las partidas de retribuciones del Gobierno y eventuales se incrementan en un millón de euros, alcanzando los seis). Es inmoral que se ocupen los sillones del Salón de Plenos para impedir entrar a las entidades sociales a las que luego les espeta que “debían haber madrugado más” (sic). Así es como Belloch ejerce de Soberano Absolutista. Zaragoza no necesita una Corte esperpéntica, casposa y carnavalesca que, parafraseando a Max Estrella en “Luces de Bohemia”, sea la imagen del reflejo que devuelve el espejo cóncavo cuando la realidad se mira en él.
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