La historia de.... Que bonita es nuestra historia...... ] EL CÁNTARO MILAGROSO La prolija y variada historia de Ricla, rica en sucesivos episodios, ha convivido desde siempre, con los cuentos populares, leyendas y relatos, que la tradición ha mantenido vivos de generación en generación entre sus habitantes. Algunos de estos relatos, se han conservado en la memoria colectiva y han perdurado en el tiempo. Es el caso de la leyenda de El palo del Moro, o la de Zaida, la mora riclana cuya historia, las piedras milenarias de la calle de la Hombría, contarían a nuestro poeta más preclaro, Francisco Grima, y que él, tan bien plasmó en su “... Y el romance se prendía”. Otros, se han ido quedando en la senda del olvido, donde permanecerán, si nadie los rescata de la nebulosa donde el tiempo, y acaso la indiferencia de la gente, los ha relegado. Ya pocos recuerdan el asombroso suceso de “El cántaro de barro con aceite”, acontecido en Ricla a un devoto de la Virgen de Rodanas. Ricla y el santuario de Rodanas ------------------------------------- El santuario de la Virgen de Rodanas, se encuentra situado en una zona agreste y apacible perteneciente al término municipal de Épila y se levanta en el mismo lugar donde se apareciera la imagen de la Virgen a un pastorcillo que apacentaba sus ovejas por aquellos contornos. Desde entonces, el lugar se convirtió en centro de peregrinación y devoción mariana, al que asistían piadosos de los pueblos cercanos. Los de Ricla, recorrían los aproximadamente 16 kilómetros que los separan del santuario, en diferentes medios de locomoción: Algunos, montados en caballerías, tartanas o carros, que engalanaban con distintos motivos florales. Otros, más jóvenes, mejor preparados físicamente o en cumplimiento de alguna promesa hecha a la Virgen por los favores recibidos mediante su intercesión, realizaban el recorrido a pié. Entretenían el viaje contando chistes o coreando canciones, que hacía más soportable la monotonía del camino, mientras atravesaban un marco incomparable de olivares, trigales y viñedos, dejando a un lado el Cabezo Redondo, Peña Blanca y la mole imponente del Monegré. En las últimas décadas, los vehículos de tracción animal se han sustituido por vehículos motorizados. Cuentan (1), que la imagen que encontró el pastorcillo, se veneraba desde antiguo, en el convento de Ruoa, cerca de Toulouse en Francia, hasta que una sacrílega persecución contra las imágenes, promovida por los herejes, hizo que se trasladara a estas tierras aragonesas. En aquel lugar, al poco tiempo del hallazgo de la imagen de la Virgen, se levantó una ermita. Pronto, la afluencia de fieles que de todos pueblos concurrían, la devoción y los importantes benefactores que tuvo, hicieron posible la construcción de un santuario con iglesia y capillas, hospedería, etc., hasta llegar a formar el hermoso recinto que en la actualidad se puede admirar. La imagen es una bella escultura de alabastro, policromada, de unos 60 centímetros de altura, en cuyo pedestal figura el año de su aparición (1546). La Virgen, sobre su brazo izquierdo, lleva sentado a su Niño y con la mano derecha sujeta sus rodillas. Tiene esculpidas sobre su manto siete flores de lis, que representan siete pueblos que rodean al santuario: Ricla, Nigüella, Mesones, Tabuenca, Rueda, Lumpiaque y Épila. Habría de pasar más de un siglo desde la venida de la Imagen, hasta que aconteciera el milagro de El cántaro de barro con aceite (2). ---------------------------------------- En el año 1667 vivía en Ricla Francisco Bedoya, hombre bueno, trabajador del campo, de escasos recursos económicos, que mantenía a su familia –constituida por mujer y seis hijos- dentro del círculo de miseria rural, sin encontrar para ellos el bienestar que constituía toda su aspiración. Aquel invierno había conseguido reunir, con penoso trabajo de todos, dos talegas de aceitunas, producto de la rebusca (Los propietarios de los olivares, permitían que los mas necesitados recogiesen las olivas que quedaban en los campos después de la recolección de la cosecha). Una vez obtenido el aceite, Francisco, llenó un cántaro, que cuidadosamente cerrado puso en una talega, y con ella al hombro, acompañado de su hijo Bernabé, se encaminó al vecino pueblo de Salillas para tratar de vender el aceite. Pensaba que, con el importe obtenido de su venta, podría aliviar la aflictiva situación por la que pasaba toda la familia. Ensimismado en sus pensamientos, tuvo la desdicha de tropezar y caer al suelo, y la talega donde iba el preciado líquido dio contra unas peñas, rompiéndose el cántaro y derramándose el aceite. La fatalidad había arrojado al traste la ilusión y la ventura de un hombre, que se veía sumido en la desesperanza, al ver que la desgracia se cebaba en él de esa manera. Francisco, era creyente y fervoroso devoto de la Virgen de Rodanas, y a Ella se encomendó, pidiendo amparo en aquella adversidad que dejaba a su familia en situación tan precaria. Cual sería su asombro, cuando, después de invocar a la Virgen, al mover la talega para tirar los trozos del cántaro roto, vio que éste, estaba entero y lleno del valioso líquido. Ante semejante prodigio, el alma sencilla del devoto, se colmó de una extraña alegría que le hizo olvidar la misión por la que habían emprendido el viaje, y retornando padre e hijo a su casa, contaron al resto de la familia lo que les había acontecido. En agradecimiento, prometió regalar para las lámparas del santuario el cántaro del prodigio lleno de aceite. En cuanto pudo, cumplió su promesa, y así, la víspera del domingo de Cuasimodo del año 1668, llegó al santuario e hizo entrega al santero del cántaro ofrecido. A partir de esta fecha, la noticia de los milagros realizados por la aplicación de este Aceite, corrió como un reguero de pólvora por toda la comarca primeramente, y por todo el territorio nacional después, originando una corriente de peregrinos de toda España, que acudían con el propósito de verse sanados de sus dolencias mediante la unción del aceite maravilloso. Según la tradición, este aceite curaba varias enfermedades: Roturas de huesos, quemaduras, ceguera, gota, etc. A pesar de las unciones a los enfermos y el utilizado para reponer en las lámparas de la iglesia, el aceite del cántaro no se agotaba. Duró este fenómeno hasta el año 1700, en que acaso, en castigo de alguna profanación del milagroso aceite, empleado con fines sacrílegos y siniestros, la Virgen agotó el saludable manantial. Una romería especial. -------------------------- Ricla, desde hace cientos de años, rara vez ha dejado de asistir a la tradicional fiesta religiosa y profana, que se celebra el segundo día de Pascual de Pentecostés en el santuario, a donde acuden también, romeros de todos los pueblos cercanos. Con mayor o menor solemnidad o concurrencia, en función de los avatares políticos, económicos o de salud colectiva, los riclanos han celebrado esta romería en fraternal armonía con los devotos de todos estos pueblos y especialmente con los de la villa de Épila, que son los organizadores de los actos que se realizan en dicho día. Pero el año 1.927 fue distinto. El cura párroco, D. Emeterio Ruiz, había solicitado del clero y del ayuntamiento de Épila, el correspondiente permiso para que los de Ricla pudieran efectuar la romería, al día siguiente de la celebrada por el resto de pueblos, ya que querían dar relieve a dos eventos propios, y con la solemnidad que los mismos requerían. El primero, el deseo de oír cantar la misa el día de la fiesta a la Capilla de Ricla. El segundo, querían cumplir con la promesa que muchos habían hecho a la Virgen de Rodanas de celebrar una misa solemne en su santuario, si Braulio Lausín “Gitanillo” salvaba la vida de la gravísima cornada recibida en la corrida de toros del día 15 de mayo en Madrid. Los permisos se concedieron de buen grado, poniéndose a disposición de Ricla todas las instalaciones. La celebración sería el 7 de Junio. El día señalado, a las ocho de la mañana, una gran mayoría de riclanos se encontraba ya en la plaza del santuario, dispuestos a celebrar la fiesta. Habían llegado, unos, a caballo o a pié, formando una caravana, capitaneada por el Juez municipal, D. Grato Vallino; y otros, en coches, tartanas y carros, al frente de los cuales había marchado el alcalde, D. Rafael Aznar. A la entrada de la plaza del santuario, un grupo de jóvenes cantaron la Aurora, la misma que se cantaba en otras festividades en el pueblo, pero esta vez los versos eran distintos. Los había escrito especialmente para aquel acto, D. Francisco Grima. Completaban el conjunto, los músicos D. Arsenio Hernández (violín), D. Fernando López (violín), D. Inocencio Romeo (guitarra), D. José Canela (fliscorno) y D. Domingo Royo (clarinete). Todos ellos estaban dirigidos por el sacerdote D. Julián Lou. A continuación, vino la parte grande de la fiesta. La que muchos esperaban con ansiedad, ya fuera por escuchar a la capilla de cantores, o fuera por asistir a la celebración con la alegría, recogimiento y solemnidad que la festividad requería. Los romeros se habían colocado en la iglesia con intención de no perderse ni un detalle de la ceremonia. Celebró la Misa el párroco D. Emeterio Ruiz y fue cantada por la Capilla de Ricla. La homilía corrió a cargo del oficiante, quien con palabras elocuentes y emotivas, recordó algunos de los milagros que, según la tradición y documentos muy antiguos, realizó Dios por intercesión de la Virgen de Rodanas. La Capilla estaba formada por: D. Julián Lou, director, tenor solista y armoniun. Primeras voces: D. Inocencio Romeo, y D. Vicente Barcelona. Segundas voces: D. Domingo Royo, D. Gaspar Canela y D. Fernando Agudo. Violines: D. Arsenio Hernández y D. Fernando López. A la salida de la iglesia fueron todos muy felicitados por su excelente y afinada interpretación. Después del acto religioso, vino la parte profana a base de excursiones cortas por los pintorescos alrededores del santuario, corrillos de camaradería y baile. Los mismos músicos estuvieron tocando y la gente joven bailando hasta la hora de comer. Para final, gran jota de despedida, en la que se cantaron coplas alusivas a la celebración. Hubo un recuerdo para Gitanillo y se hicieron votos por su pronta y total recuperación. Después de comer se notó la influencia de los ricos vinos y licores llevados por los asistentes a la romería, y la alegría y el buen humor duraron hasta las cuatro de la tarde, hora en que se rezó en la iglesia el Rosario, y seguidamente emprendieron el regreso a Ricla, a donde llegaron felizmente y sin ningún contratiempo. Ricla, con esta celebración, rememoraba andaduras tristes, de rogativas en días de guerras, pestes, sequías y calamidades, pero también otras más alegres, de curaciones, buenas cosechas, gracias concedidas, etc. Una vez más, se recordaba a aquel humilde riclano, temeroso de Dios y devoto de la Virgen de Rodanas, que había sido elegido para ser testigo de la sorprendente transformación de un vulgar cántaro de barro en un cántaro milagroso. J.M. Larr |