La Calumnia Los que hemos nacido en Morata y los que no, nos hemos habituado a convivir con su penosa presencia, a respirar su aliento fétido, y ni siquiera nos damos cuenta de cómo nos va infectando por dentro, cómo se nos pudre el alma y nos encharca los sentimientos. La calumnia campea por nuestras vidas, su mancha invasora se infiltra en nuestra sangre y se funde en nuestra células, hasta convertirse en sustancia de nosotros mismos. Hemos consagrado el juicio fácil y la presunción de inocencia como principio elemental de nuestras vidas y de nuestras modernas democracias, pero cada dia pisoteamos ese principio y nos limpiamos el barro de los zapatos en él, como si te tratase de un felpudo. La malicia popular, azuzada por los medios de comunicación, ha consagrado la calumnia como herramienta impune y risueña. Así se despachan honras, se allanan virtudes, se airean intimidades y se destruyen prestigios. Vivimos intalados en un clima de degradación moral irrespirable, y la calumnia, ese mostruo, parasita en nuestra convivencia. Los tribunales se pronuncian con años de retraso, cuando la calumnia ya ha quedado consolidada en el subconciente colectivo. Los inocentes son absueltos por el tribunal, pero no hay ley humana que los absuelva del oprobio que han tenido que sufrir y que los acompañará siempre, como una reminiscencia de pobredumbre. ¿Quién restituye a los imputados el honor abofeteado por la maledicencia? Quienes ayer fueron exonerados han tenido que sobrellevar sobre sus conciencias una presunción de culpabilidad que quizá ya los deje maltrechos, han tenido que combatir el cáncer de la calumnia desde su desvalimiento. Ayer fueron proclamados inocentes, pero antes ya los habíamos proclamado apestosos y culpables, en una manifestación unánime que debería avergonzarnos. ¿Quién resarcirá a los inocentes por las noches de insomnio y las lágrimas retenidas? Shylock 25/04/2010 |