Gallocanta - Zaragoza

Conocí Gallocanta de casualidad, por esos azares de la vida que llegan y no sabes ni como son, primero la fuí conociendo desde la distancia, hasta que un día llegué, me gusto la tranquilidad que respiraba, la bruma con la que me recibió la Laguna, no pude ver sus maravillosos atardeceres, esos atardeceres en donde el arco iris toma su color, todo era bruma aquellos días de Diciembre...
Regresé, y de nuevo no pude ver los atardeceres, esta vez era un sol radiante que se resistia a ocultar su amarillo a la caída de la tarde, era Enero, un Enero inusual, con una terrible ola de calor, parecía como si la primavera hubiese adelantado su llegada, pero no, días mas tarde una terrible ola de frío lo azotaba todo y la nieve tapaba los caminos con su espesura algodonada, pero yo no estaba ya para verlo.
Me embrujó el pueblo; la ermita, sin ser creyente, me subyugó; saber algo mas de primera mano, contado por un anciano, de sus antiguas tradiciones festeras, un verdadero placer; el observatorio de aves, las grullas en enormes bandadas.
Sin haberlos visto de primera mano, he visto sus atardeceres y si digo que son espectaculares, no exagero, no soy de allí por lo que no es pasión de ciudadana, es solo pasión de quién los ha visto sin verlos, y puedo asegurar que en pocos lugares un atardecer contiene todos los matices de color que un pintor quisera poner en su paleta.
Gallocanta, un lugar entre el sueño y la realidad, entre el silencio y el ruido, un lugar mágico donde descansar, un lugar para no olvidar, para mantener tal cual es...