POR UN PUÑAU DE PALABROS Vergüenza tienen algunos abuelos cuando llegan de los pueblos a la capital a hacer “papeles”. Se nos reirán si nos “sienten” hablar como en el pueblo -comentan- pero claro, es que fuimos tan poco a la escuela… Mi padre de bien pequeño ya me mando con un “atajo” de pastor, luego vino la guerra y después, mucha hambre y muchas calamidades. Ahora hay gente joven que quiere “senti-nos” charrar a nuestra manera, parece como si el “hablar mal” se hubiera puesto de moda. Algunos vienen hasta con un magnetófono y otros con un “cuadernico” y apuntan. ¡Abuelo! ¿Cómo le llaman aquí a esta flor? Pues aquí -maño- siempre le hemos llamado “ababol”. No se ríe el joven de la capital, ¡no! Muy serio, apunta en su cuaderno mientras vuelve a la carga con otra nueva pregunta o comentario. El abuelo, que no tiene otra “faina” que hacer, se entretiene dándole toda clase de detalles y explicaciones. No sabe en verdad si esto tendrá alguna utilidad, pero si un joven tan instruido pierde el tiempo en ello, por algo será. Luego, también hay persona más preparadas y “saputas” que cuando escriben un libro sobre su pueblo gustan de adornarlo, ya al final y sin más comentarios, con una recogida de léxico autóctono. Vienen a decir: ¿qué os creíais? Yo de mi pueblo lo sé todo. No se trata -creo yo- de que los léxicos sean muy amplios, se trata más bien de que reflejen rasgos peculiares y característicos de la lengua que queremos referenciar, en este caso el aragonés. Así: “asabelo”, “ababol”, “acachar”, “acordanza”, “aladro”, “albada”, "alcorze”, “alentar”, “alfalz”, “almendrera”, “amagarse”, “amerar”, “amprar”, “apañar”, “arguellao”, “arrear”, “arto”, “ascape”, “asinas”, “asobén”. Con este ejemplo he querido dar una pincelada para explicitar como, con pocas palabras, a veces es suficiente para dar una idea general del buen aragonés que se debió de hablar en otro tiempo y en este mismo lugar. Bueno, pues ya sabéis, coger el cuadernico y … apuntar, apuntar.
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