Alfamén - Zaragoza

LEYENDA DE “CAÑALABA”
(Cañada del Abad)
El día 4 de mayo de 1576 sería recordado, como día negro, para la villa de Encinacorba. A la hora del Ángelus se detuvo –frente al antiguo peirón de San Antonio- el dominico Francisco Fontestad, conocido popularmente como el Abad. Iba montado en un magnífico caballo primorosamente aparejado. Se persignó –con gesto distraído- y penetró en el caserío. El pueblo salió a recibirle y a curiosear entre el cortejo que le acompañaba. Acababa de pasar una grave enfermedad y venía a descansar y a terminar de curarse con la ingesta de las afamadas, pociones e infusiones, elaboradas con las innumerables hierbas que se destilaban en esta villa. Venía también, tratando de averiguar ciertos rumores sobre hechizos y brujería, que se estaban extendiendo con demasiada velocidad, entre el rebaño de los hijos de Dios de aquella redolada.
Una vez, bien aposentado que estuvo en las casas episcopales, situadas en el interior del recinto amurallado del castillo. Inició una vida rutinaria de sacrificio, penitencia y oración. Pronto notó franca recuperación e inició las actividades propias de su oficio eclesiástico. De ellas, la que más le atraía y a la que más horas dedicaba, era al sacramento de la confesión. De forma que, al cabo de poco tiempo, tenía una idea más que cabal de todo cuanto concernía al lugar y a sus habitantes. Llegó a la segura conclusión, que aquellas pócimas e infusiones que tanta fama daban a la villa en todo Aragón, eran fruto de secretísimas mezclas que sólo unas pocas mujeres conocían. Esas mujeres –no cabía la menor duda- debían tener pacto con Satán, sino, cómo explicar que unas ignorantes y rústicas mujeres, tuvieran tan profundos conocimientos de los secretos que guardaba la madre naturaleza. Cómo explicar, la posesión de esos recetarios que con tanta eficacia manejaban. No hay duda, son brujas –se dijo el abad-, tras meditarlo profundamente.
Detectado el problema y con ayuda de sus hermanos de la Santa Inquisición, quiso el abad poner fin a tan preocupante grado de conocimientos, con el que estaban dotadas aquellas erráticas mujeres. Las fue llamando una por una con el pretexto de conocer alguna nueva hierba o brebaje. Les tomó de nuevo confesión, y no quedando satisfecho, pasó a aplicarles tormento con el fin de obtener segura verdad de su boca. Estableció la sala de torturas en la ermita del Cristo del Esconjuradero, con el objeto de que los gritos y lamentos de las penadas, se esparciera y atemorizara a las demás mujeres. Nadie delató a nadie y todas respondieron de la misma forma y con idéntica seguridad al Abad.
Después de tan catastróficos resultados y no hallando ni una sola mujer que se declarase en lesa brujería, propuso una prueba final, que sin duda daría el resultado apetecido. Una prueba que eliminaría por su rotundidad la brujería apara siempre en aquella indómita villa: “Introduciría a cada mujer por separado, en una balsa de agua de dos metros de profundidad, atada de pies y manos. Si flotaba en el agua bendecida y no se hundía, era prueba irrefutable de su pacto con el diablo. Si por el contrario se hundía y moría, quedaba totalmente acreditada su bajada a los abismos”.
Las gentes del lugar, aterrorizadas por las monstruosidades de este Abad y con objeto de poner fin a tan tormentosa situación. Dieron muerte al Abad y enterraron su cuerpo en una cañada. Desde esa fecha ese pago de Encinacorba es conocido como Cañalaba o Cañada del Abad. Otro 4 de mayo de 1776 (justo 200 años después)nacería en Encinacorba Mariano Lagasca. Botánico de fama universal que también fue perseguido por la inquisición del rey Fernando VII y exiliado en el Reino Unido durante 12 años.

uffffff que plomazo el de las leyendas, ¿cuantaseles a tus nietos, (si los tienes) a mi ya me contarón cuentos de pequeño.