Villafáfila - Zamora

Nada peor que no saber si es mejor saber o no saber. Nada peor que convertirte en dueño de tu propia incertidumbre. Rescatar recuerdos y preguntarte: ¿qué habrá sido de ella?, ¿qué estará haciendo en este mismo instante, después de diez años sin saber nada o sin querer saberlo o forzándote a no saber? ¿habrá rehecho ya su vida? ¿se habrá olvidado de mí?

El mayor temor es el olvido. Saber que no eres nada para quien lo fuera todo (o tal vez lo siga siendo aun, sin estar). ¿Habré rehecho yo mi vida ahora, que sé que ella sigue siendo, aunque desconozca qué será de ella? ¿quiero o necesito saberlo?

Algunos recuerdos aparecen en el momento menos oportuno (no hay momento oportuno para algunos recuerdos) y en cuanto entran (son muchas nuestras rendijas) sólo pueden crecer como un tumor. Imposible sacarlos de la cabeza porque no sólo están en la cabeza. Son recuerdos distorsionados al antojo de tu propia necesidad. Si estoy vulnerable siempre recuerdo que te quiero. Si estoy fuerte me puedo permitir odiarte, olvidarte o enterrar tu ausencia en la cama de otras, de mujeres menos todo que tú, pero más reales.

O el miedo al rechazo. El ahora no, el ya no, el nunca más. Diez años es mucho tiempo. Podríamos haber madurado a la inversa, asentado la cabeza de una forma distinta o ella en nuevas almohadas más cómodas que la mía. Pero la esencia no se pierde o quiero creer que no se pierde por muchos cambios que dé la vida. Nadie puede cambiar la esencia de nadie aunque sí distraerla o enterrarla bajo otra esencia distinta. Y una esencia enterrada diez años, acaba ahogada, aunque se trate de poca tierra.

No tuve el valor de aceptar la invitación para comer, con aquella mujer de ayer. Sé que sabía algo más de Beatriz, que yo. Algo reciente. No tuve el valor o tal vez el valor estuviera en no hacerlo, en no querer saber. No quise saber qué es de ella porque hoy me siento demasiado fuerte y demasiado débil.

Tal vez mañana.