Villafáfila - Zamora

Un viaje imprevisto me ha llevado a una de esas playas que miran hacia el Norte.
-Mi cliente, un señor mayor, bohemio y excéntrico. Disfruta las rentas de sus fincas, en el llano castellano; siempre que viaja, según me dijo, lo hace en taxi:
- No soporto los horarios, las antelaciones, las prisas, ni los compañeros de viaje no elegidos. Tampoco me gustan los aviones, ni los trenes: El cielo es para los pájaros y circular por raíles jamás invita a la improvisación. A lo largo del año viajo cuatro o cinco veces a Santander por placer; yo todo lo hago por placer. Y siempre en taxi.
Rondaría los 70 años. Moreno, flexible como un junco, mirada bondadosa, traje de lino blanco y un sombrero, que no se quitó en todo el trayecto.
A 200 kilómetros de Madrid, me pidió parar en una taberna concreta, de un pueblo aledaño a la autopista (no recuerdo el nombre del pueblo, pero sí el de la taberna: “La sorna”). Nada más entrar, el tabernero salió de la barra y le tendió la mano a mi usuario.
- ¡Don Lorenzo! Un placer volver a tenerle por aquí.
- En esta taberna sirven el mejor Bourbon de toda la Provincia – me susurró Don Lorenzo, al oído.
- ¿Y qué tiene de especial este Bourbon? – pregunté.
- Los hielos. Aquí los hacen con agua Delás.
- Me comenta el tabernero: Recuerdo la primera vez que vino Don Lorenzo, a esta taberna. Jamás lo olvidaré, en ese mismo asiento, me pidió un Jack Daniel´s, y nada más tomar el primer sorbo, agitó el vaso para que tintinearan los hielos, exclamo ¡Delás!
Yo le dije: ¡En efecto! Entonces él se levantó, y haciéndome una reverencia con el sombrero me dijo: Mi nombre es ¡Lorenzo! Don Lorenzo…., si no le importa. En estos instantes acaba de convertirse usted en mi mejor amigo
Esto fue hace más de diez años. ¿Lo recuerda, Don Lorenzo?
- Claro que lo recuerdo. Sigue siendo usted mi mejor amigo.
Tras pagar dos vasos anchos de Don Lorenzo y dos cafés míos, reanudamos la marcha. En ese segundo tramo del trayecto, a Don Lorenzo le entró el sueño, pero se resistía a dormir (se pellizcaba, o se daba palmaditas en la cara).
- Duérmase un rato, si lo desea. Cuando lleguemos, yo le despierto – dije.
- A lo que me responde: Le daré un consejo valiosísimo, amigo: Un caballero sólo duerme en la intimidad, nunca en público. A un caballero, jamás se le puede caer el sombrero.
Fin del camino, a los pies de una preciosa casa de estilo colonial, muy cerca de la playa de El Sardinero, con el taxímetro marcando 463,55 €; Don Lorenzo me tendió un billete de 500€ y me dijo:
- Si desea hacer noche en esta bella ciudad, a dos manzanas encontrará un hotelito muy acogedor. Preséntese como el taxista de Don Lorenzo y le harán un buen precio.
Y allá que fui.
PD: Escribo este post desde la terraza de un café, en Santander. Aún no le he dicho al recepcionista del hotel, cuántos días me quedaré. Quizás hasta agotar los 500€ de Don Lorenzo, puede que antes o después. No lo sé. Soy mi propio jefe, no me espera nadie en casa, y aquí se está muy bien, quiero decir.