Villafáfila - Zamora

JOSÉ GONZÁLEZ TORICES

Repite mi voz, quizá al lado de la tuya: «Aquí nacimos y somos lo que vemos». Somos paisaje y cuerpo, palabra y figura, camino andado, tierra y mirada al cielo, campesinos del aire, risa y lágrima al mismo tiempo. Somos Zamora, con orgullo. Universos zamoranos. Mundos. Quizá gorriones sin frontera, que es lo majo, sin murallas. Hogazas generosas. Gente buena. Corazón noble.


-«Me nacieron en Zamora» -dirá Leopoldo Alas Clarín.


Por eso que no entiendo los versos del poema «¡Qué lástima!» de León Felipe, nacido en Tábara, 11 de abril 1884. Copio: «¡Qué lástima/ que yo no tenga comarca,/ patria chica, tierra provinciana!/ Debí nacer en la entraña/ de la estepa castellana/ y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:/ pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,/ y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña,/ después? ya no he vuelto a echar el ancla,/ y ninguna de estas tierras me levanta/ ni me exalta/ para poder cantar siempre en la misma tonada/ al mismo río que pasa/ rodando las mismas aguas,/ al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa».


-«¡Que lástima/ que yo no tenga comarca,/ patria chica, tierra provinciana!», se lamenta León Felipe.


Y yo le respondo desde la humildad de mi palabra zarandeada: A mí me nacieron en la comarca de Tierra del Pan, y a ti, León, en la comarca de la Tierra de Tábara (según las letras de los libros que aprendimos de memoria). Me soltaron del vientre a las callejas del mundo en el pueblo de Quintanilla del Olmo. Creció mi cuerpo jugando a las canicas, a la tarusa, al tirador (olor a sangre de pajarillo nuevo, a pichón de palomar), con el de Pablo, Pedrito y Manolo en Villamayor de Campos, en la escuela de «el Tejar», junto a las letras de aquel maestro llamado don Lorenzo. Me siento iglesia de San Babilés, templo de San Esteban y Santa María, ermita bien rezada ante la Virgen del Socastro, biblioteca de peces, ranas, renacuajos del río Valderaduey, mapa zamorano. Esta fue mi patria chica, tierra provinciana. Zamora siempre.


-¡Zamora siempre!


Dice León Felipe:


-«Debí nacer en la entraña/ de la estepa castellana/ y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada».


¿Cómo dices eso, admirado L. Felipe? ¿Quién no recuerda su infancia, el universo de su primera sonrisa? ¿Quién? Todos. ¿A quién no le gustaría volver a ella? Te recuerdo la frase de Sam Swing: «Cuando por fin regresas a tu tierra, descubres que no era tu vieja casa lo que extrañabas, sino tu niñez». ¡Ah, la inocencia de los ojos que nacen a la claridad del día, los oídos que graban la plenitud del canto de los pájaros, los besos que besan los besos tan besados de la madre, de la abuela en eternas caricias de besos bien bordados! Y de los padres y de los abuelos, claro.


-¡La niñez!


-«?y ninguna de estas tierras me levanta/ ni me exalta», León Felipe.


Yo respondo:


-Esta tierra nuestra de sudor de adobe y arado, historia de tantas historias gloriosas, victoriosas y sufridas, está amasada, bregada, en la tinta de Cervantes, palabra de diccionario, universales instintos: Quijote y Sancho, fantasía y ombligo. La fantasía la produce el hambre, la huida de lo real; el ombligo repleto nos lleva a la duermevela, a la placidez. ¡Sanchos y quijotes! De estas ocres tierras nuestras, jamás podemos esperar a que nos «levanten» y eleven como cristos resucitados, hacia los claros de las estrellas. No. Al contrario. Si el cielo está tan alto, dijo alguien, se debe a los empujones de nuestras miradas campesinas, rogando a los cielos que nos regale el frescor del agua, el sol en su momento y ahuyente los nublados tenebrosos. Dios arriba, apoyando sus pies sobre los hombros de nuestras rogativas, oración en los miedos de los ojos.


Dice León Felipe:


-«?y ninguna de estas tierras me levanta/ ni me exalta». Repaso los sinónimos de exaltar, solo unos cuantos. Exaltar, no (ex) altar de los dioses, relicario, hornacina de la divinidad tan creída por algunos) Exaltar: ensalzar, aclamar, alabar, encumbrar, adorar, adular, idolatrar, sublimar?


Yo digo:


-¡Oh, no, León Felipe! Alfonso Fernández Coronel, noble castellano, antes de morir por orden de Pedro I de Castilla, exclamó: «¡Esto es Castilla, señores, que hace hombres... y los gasta!». Moldea campesinos y los gasta. Prepara soldados, trovadores, poetas, sabios, monjes, ermitaños, madres prioras y los gasta. Los gasta y sacrifica al servicio de lo universal, del bien ajeno. «Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla», que diría Claudio Sánchez Albornoz.


-¿O no? Así nos ha ido. Vivimos de honores patrios, de títulos monárquicos, de leyendas de héroes y de reyes, de descubrimientos? Pero esos honores no están dentro de la hogaza que necesitamos a diario, en la pobreza y abandono de nuestras gentes y campos. ¿Para qué nos sirven? Si somos lo que fuimos, ¿por qué estamos así? Alguien tendrá la culpa.


-¿Quién? Mejor callar. Yo duermo. Que los gallos no me despierten.


De modo, leído poeta León Felipe, no estamos aquí pregonando con nuestros versos la maravillosa luz de nuestra sombra: somos pueblos con nuestro pueblo, espadas para defender la palabra silenciosa de nuestras gentes, las de los vivos y muertos; para protestar cuando protestan, para bailar cuando bailan, para agonizar junto a su aliento. Ese es, pues, el compromiso del poema, del poeta. El poema vuela hasta el alma del lector sin pregonar el nombre del autor. Eso es lo bello, la espada que hiere y sangre luz redentora.


Y dices en tu verso, Felipe: ¡Qué lástima/ que yo no tenga siquiera una espada!/ Porque?, ¿qué voy a cantar si no tengo ni una patria,/ ni una tierra provinciana,/ ni una casa/ solariega y blasonada?».


Yo te respondo:


-¡Qué orgulloso me siento de oler a surco, a gorrión, a Duero, a Semana Santa e historia compartida! «Qué lástima que yo no tenga un corazón tan grande para amarte tanto, Zamora, mis gentes».

¡¡Zamorano!! Que se va la buurrraaaa!