12-10-14 20:32 | #12278202 -> 12267371 |
Por:El Ciego del Molar ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: Antonio Hernández Ramírez Así comienza Nueva York después de muerto: (Las primeras páginas de la obra, cedidas por la editorial Calambur) Luis Rosales Camacho nació en una calle, Libreros, tan pequeña que iba a dar clases por la noche. Federico García Lorca sigue naciendo, sigue naciendo para siempre como un río. En Federico quisieron asesinar lo que es coraza contra la muerte. A Rosales pretendieron hacerlo cómplice del crimen. Tenía una camisa azul como sus ojos, huellas adolescentes: los ojos, la camisa. Todo sucedió en Granada, la ciudad que carga con un cuajarón de sangre por los siglos de los siglos. Mató a su hijo sagrado, al augur que traducía el canto de las aves, el murmullo del agua y lo extendía como se extiende el grano en la cosecha. Sabido es que el hombre recorre el tiempo sin pasión hasta que otro ser lo detiene y le muestra la tenaz maravilla escondida del amor o del arte, ahí se compagina la vida con la muerte, eternidad forma parte de ambas y una de otra no pueden separarse: Rosales, ya emoción de otra sangre, ya parte confederada, parte de Federico, y dueño de un ruiseñor angustiado. Así comienza la historia, un granadino que no puede morir, otro granadino cuya gloria es parte de un infierno. Sucedió en un país lleno de ratas y telarañas, con hombres y mujeres que odiaban los espejos relatores de sus ojos aupando siglos de resentimiento y odio, pero igualmente lleno de criaturas inocentes, de ángeles imprecisos bautizados por las aguas del bien. Sucedió, y nunca sabremos mucho más que eso porque es mucho más fácil perdonar a un hermano que a un enemigo, y porque la verdad termina siendo un complot de silencios. Oremos pues porque el hombre no pueda prescindir de ser amado, ya que solo el amado ama, roguemos por su copa llena, por su frutero colmado, por ese abrazo que no llega a ahogar y porque la ojerosa envidia no tenga alojamiento en nuestra casa. Ella genera el odio en los más cicateros corazones, ella es la autopsia maldita de las libertades, vistámosla de olvido, pongamos su flor muerta a orilla de las tumbas; para siempre sepamos despedirla con corona de hoja de otoño. Pero no nos perdamos en las sombras. Si el silencio venció, aún late la palabra, su cuna interminable, aún late sagrada y peligrosa, aclaradora, es igual que una fuente, agua que no se rinde y no puede acallarse como es imposible ocultar la belleza, ocultar la pobreza, ocultar en las lágrimas las huellas del amor, del dolor, de la pena. La palabra que tiene más alas que la historia. Luis Rosales Camacho, de Granada, ya en Nueva York, después de muerto. ¿Después de muerto quién, él, Federico, Nueva York muerta? Nunca llegó a decírmelo. Lorca está vivo y él está vivo, su palabra está viva. Las Torres Gemelas solo hirieron un poco la ciudad. La casa está encendida, pero un poeta conforme con el mundo no añadiría al mundo un sobresalto cualitativo. Están plastificados los malos poetas o escriben sobre el polvo. Los grandes van arrastrando, como una cruz, su razón, escuchan el silencio universal del miedo. Larga la lengua y la boca cerrada, así es el sambenito, a eso lo condenaron, y le colgaron la prenda, el aguijón alevoso y sonoro entró en su sangre como una vacuna. Vivir de la política odiando la política, he aquí «este mortal antipolítico», Luis Rosales Camacho. La política es el arte de mentirse a sí mismo, la artesanía de mentir a los otros. Jamás me habló de Lorca con ojos de político. Nunca de Nueva York con desprecio; sí con un cierto desdén de los americanos. Estuvo en ella apenas unos días, pero se la sabía de memoria porque en el Reader’s Digest sufrió prisión y hastío puntual, mañanero. Allí, en sus oficinas confinaron a treinta, a cuarenta poetas españoles para que florecieran las rosas sin espinas, para que el hambre del país fuera el hambre total únicamente en los estómagos. Y fue un regalo, mas contraproducente, una moneda marcada callar, solo callar, callar, porque en aquella cárcel nadie era carcelero, todos presos y toda represión despierta una idea contraria. Pero leía y escribía para sí, para después de muerto, y acaso traducía lo que llegó a leer sobre la identidad dudosa americana. Para los europeos el individualismo ha conservado la vieja forma clásica de lucha contra la sociedad y el Estado. En Norteamérica, este, es la expresión absoluta de su Nación, es una propiedad | |
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